martes, 28 de julio de 2020

AIRE

nota: relato seleccionado para la publicación de los textos del V concurso literario de microrrelato Comarca de cuencas mineras bajo la premisa de "pandemia" de 2020.

En cuanto el montacargas llega al nivel de la calle, sale corriendo, se arranca la mascarilla, tira el casco, se arrodilla y aspira el aire como si fuera el mismísimo néctar de los dioses, boqueando como un pececillo fuera del agua. Con la cara manchada por el polvo del carbón, no se distinguiría de los hombres que han subido con él si no fuera por la ropa de marca (ya negra en origen), por esa espléndida barba (antes rubia, ahora negra, como todo lo demás en su cara) y por el terror que se adivina en sus ojos (antes, azules, ahora, rojos).

Los hombres que le rodean son veteranos, de esos que se mueven despacio, gente que ha aprendido que el turno en el pozo es largo y que lo mismo da llegar un minuto antes que un minuto después, pero que, pase lo que pase, hay que llegar. Y así, entre toses y algún que otro cigarrillo, esperan a que el pececillo barbudo deje de lloriquear. Cuando acaba, uno de los hombres se acuclilla para hablarle cara a cara.

—Ahora, chavalín —le dice—, cuando tus amigotes se vuelvan a quejar en el bar de que lo peor del confinamiento es cuánto les molesta la mascarilla, o lo difícil que es pasar días encerrado en casa mirando por la ventana, o que tienen derecho a salir a tomar el sol para no llegar blancos a la temporada de playa, o de lo pequeño que es su balcón para respirar aire, me haces el favor de contarles lo que has sentido tú cuando te hemos bajado al pozo y a ver si así les callas la boca, que nosotros estamos cansados de oír tanta tontería y ya no tenemos edad para andar partiendo caras en los bares. —Se incorpora y, junto con sus compañeros, se dirige lentamente hacia el montacargas—. Y recuérdales —le dice justo antes de que se cierre la puerta— que sólo te hemos tenido abajo cuarenta y cinco minutos, y que como no dejen de quejarse de bobadas, otro día nos traemos a otro amiguín tuyo y le hacemos pasar abajo un turno completo.

miércoles, 22 de julio de 2020

UNA OPINIÓN SOBRE LA EFICACIA

Cuando en las noticias empieza la sección de sucesos, suelo ser bastante rápido desconectándolas. No es que no me interesen los casos truculentos, o que mi elevada calidad moral me impida regodearme con el morbo de la desgracia ajena, sino que la forma en que se abordan estos temas es tan poco respetuosa que prefiero no enterarme de quién ha matado a quién, y mucho menos cómo. Esto último es lo que más interesa, por lo visto, pero a mí me aburre y no me aporta nada, así que desconecto.

Pero el otro día fallé en la desconexión y me tragué una sección entera de higadillos y vísceras en la tele: peleas de bandas, asesinatos, la inevitable foto del alijo incautado por tal o cual policia, etc, etc, etc. Quiero pensar que en la tele cada vez son más rápidos incrustando esta sección entre otros temas más aburridos y que por eso no lo pude esquivar, pero también puede ser que me esté volviendo lento y que estas secciones me acaben enganchando cada vez más.

También debería decir que estas noticias realmente son las más humanas de todo el informativo, ya que tratan de personas y no de instituciones, o bancos, o gobiernos, o cosas completamente etéreas.

Me llamó la atención un caso en concreto: en no sé qué sitio, un chico ha matado a una chica, lo ha pillado la policía, él ha confesado y se encuentran en fase de juicio. Nada nuevo. En la tele se podía ver un grupo de personas fuera de los juzgados mostrando su dolor, su ira y su rabia contra el presunto asesino, u homicida, o como quiera que se le llame a alguien que mata a otro. La reportera de turno se lanza hacia el montón de gente y da con la hermana de la asesinada que, triste y resentida, le informa de que están pidiendo justicia mediante la aplicación de la Prisión Permanente Revisable para el acusado porque es la más eficaz en estos casos.

Vale. Aquí sale la víscera. A mí el acusado me da lo mismo, el caso es completamente desconocido para mí y, sin embargo, siento que tal y como me han contado la noticia, tengo que salir a la calle a prender fuego a los criminales y, de paso, a ese gobierno blandengue que los deja salir vivos. Por no hablar de los jueces corruptos que los condenan a condenitas de solo treinta años, los abogados millonarios que se forran cobrando de narcos, el sistema amañado para los ricos, la casta, la opresión, el hambre en África, el cambio climático, los veganos y la derrota de mi equipo de fútbol.

Todo, así comprimido en un instante, me da ganas de coger una antorcha, una soga y colgar por determinado sitio a ese asesino. Me indigno, se me revuelve el alma ante semejante drama repetido tantas veces... y yo aquí me bajo. 

A ver, que a lo mejor las cosas hay que pensarlas un poquito.

Para empezar, me gustaría acabar de una vez por todas con los eufemismos. La Prisión Permanente Revisable es la cadena perpetua. Per-pe-tua: Pa-ra-siem-pre. O, por lo menos, hasta que alguien la revise y diga que, bueno, que ya no es necesario y que el condenado puede salir. O sea que estar unos años encerrado (EN-CE-RRA-DO) parece ser que es poco y, ya puestos, que sea para siempre. O sea EN-CE-RRA-DO-PA-RA-SIEM-PRE.

Así visto, me gustaría saber para qué sirve la cadena perpetua. Se supone que la prisión en nuestro país tiene una función reformadora. O sea pillamos a un chorizo y lo metemos en una institución durante un tiempo para que se dé cuenta de que robar está mal. O algo así. Muy diferente es lo que hacen en otros sitios, donde se castiga al condenado, que no es más que una venganza, un ojo por ojo que implica que no confían en la reforma moral del condenado, sino que asumimos que es un mierda inútil y canceroso para la sociedad y lo condenamos a latigazos, galeras, desmembramientos, castración, o, incluso llegado el caso, la muerte. Muchos países aplican el ojo por ojo y ya vemos sus resultados. Encerrar a alguien para siempre entre cuatro paredes equivale a olvidarse de la redención, o la reforma, o lo que sea, y asumir que esa persona ya no es una persona, sino un mueble que estorba y del que ya no queremos saber nada nunca más.

Así visto, la cadena perpetua es una venganza contra el condenado que, además, sirve para que la sociedad se pueda olvidar de que hay gente mala por la calle.

Pero yo creía que lo que necesitamos es justicia, no venganza.

Y, claro, aquí nos topamos con el reportero que le pone el micro a los familiares de la víctima. Inevitablemente, éstos le dirán que quieren que se haga justicia, pero no es verdad, no puede ser verdad. Es imposible pedir justicia cuando han matado a tu hermana (o a tu hijo, o a tu madre, o a quien sea) porque como ser humano, sólo puedes pensar en la venganza. Y no una venganza cualquiera, sino algo realmente cruel, con sufrimiento y durante eones, para que ese malnacido que ha matado a tu familiar, sufra, sufra y sufra. Es lógico, es humano, es imposible de evitar. Por eso los reporteros se lanzan a por los familiares: saben que tienen carnaza fácil. Y todo se llena de peticiones de justicia, pero no es verdad, no puede serlo: lo que vemos es dolor e ira, y eso sólo lleva al ojo por ojo, a los latigazos, a las galeras...

Pedir justicia es pedir que un juez imparcial aplique la ley de manera que la pena sea proporcional al delito, pero es imposible querer que el asesino de tu hermana se reforme y sea un buen chico en pleno juicio. No puedes pensar en que debajo de ese acto tan (in)humano pueda haber capas de justificaciones, atenuantes, eximentes o incluso justificaciones.

Lo que ya no sé es qué puede pasar por la cabeza de cada uno cuando el tiempo nos permite reflexionar y ver todo ese proceso con cierta perspectiva. Puede haber arrepentimientos, puede haber sufrimiento por parte del asesino, o puede que no y que todo le importe un rábano. Puede haber perdón por parte de la familia de la víctima, o puede que no, y que sigan pidiendo venganza. Para eso existen los legisladores y los jueces, para aplicar esa reflexión en el momento del juicio y (en teoría, claro) hacer justicia, no venganza.

Ese "después" nunca sale en las noticias. Bueno, sí: cuando la cosa se tuerce y sale mal, como en el caso de los reincidentes.

Y por último, todo este rollo se cierra con el comentario de la pobre hermana: "pedimos la prisión perm... la perpetua porque es la condena más eficaz".

¿Eficaz?

Pues lo siento, lo siento, lo siento mucho, pero cuando ese criminal que no merece haber nacido mató a tu hermana, ya había cadena perpetua, y no evitó que la matara, al igual que en esos países donde existe la pena de muerte y que, sin embargo, sigue habiendo crímenes atroces. Así que, ¿de qué sirve pedir una cadena perpetua más que como venganza? ¿Dónde está esa eficacia? No es eficaz, no, y este caso en concreto lo ha vuelto a demostrar.

En fin, que no era más que un suceso pequeño dentro de una sección, algo que ha arruinado la vida de varias familias, pero que no ha merecido más que treinta segundos en un informativo que necesitaba rellenar de lágrimas un bloque informativo. Lo que yo vi no era más que dolor, ira, tristeza y un reportero con un micrófono. Un momento malo, muy malo, muy doloroso y muy personal. Algo efímero que variará mucho con una reflexión realizada a lo largo del tiempo, pero que no merecerá su desarrollo en una sección de las noticias.

Lo malo es que en esos pequeños momentos irreflexivos tan dolorosos aparecen esos que todavía no he nombrado por aquí, rebañan de esa sopa de enfado y se dedican a cosechar votos.

Y luego, les votaMOS. 

Y así nos va.