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miércoles, 8 de junio de 2022

SOBRE PROHIBIR LA PROSTITUCIÓN (y II)

Hace un tiempo me presenté a un concurso de relatos que tenía como tema la prostitución. Me pareció un tema muy interesante y muy difícil de afrontar.

Por ir un poco a contracorriente, escribí un relato en tono de humor ("Emprendedores") que, evidentemente, no ganó aquello. En este relato quería preguntar qué diferencia hay entre alguien que se prostituye (sexo por dinero) y alguien que actúa en una película porno (sexo por dinero), pero todo envuelto en una especie de atmósfera familiar donde un tema semejante es imposible de resolver.

Comentando el tema aparte con la gente, he comprobado que es imposible hablar de la prostitución porque cuando se dice esa palabra, inmediatamente la confundimos con esclavitud. Al decir "prostituta" nadie piensa en una persona que se da de alta en autónomos y que decide usar su cuerpo para ganar dinero voluntariamente con unas garantías sanitarias y sociales iguales a las del resto de autónomos (o sea pírricas, pero eso es otra historia), sino en esa pobre chica engañada, esclavizada en un local sórdido y apestoso donde un montón de macarras la explotan hasta que revienta y acaba tirada en una cuneta.

Yo creo que no es lo mismo.

Es como hablar de drogas. Al oir esta palabra, nadie piensa en la cerveza, el vino o el tabaco, sino en productos mal preparados, mal regulados, mal vendidos, peligrosos y finalmente letales. Los primeros son drogas reguladas, aceptadas, donde su consumo se aprende desde bien pequeño, con las que se sabe en seguida quién se ha pasado, qué consecuencias tiene y dónde se pueden adquirir con la garantía de no acabar en urgencias. Llegamos al absurdo de denominar "alimento" a alguna de ellas, elevándolas al grado de bien cultural, cosa que me parece estupenda, pero que no casa con el tipo de sustancia que es: una droga puramente recreativa. 

Además, se activa el grado social de lo éticamente aceptable: Pillarse un pedo en una boda delante de todo el mundo, niños incluidos, mola, pero ponerte de heroína en casa a tu aire, no.

Lamentablemente, el debate sobre la prostitución activa en nuestro cerebro una alarma similar al de la palabra "drogas" y así es imposible que haya debate.

¿Qué mal hace una persona que decide usar su cuerpo para ganar dinero? Independientemente del acto moral que supone, y en el que no voy a entrar, a la sociedad no le hace ningún daño siempre que esté realizando una actividad regulada y controlada. Contribuiría al engranaje social lo mismo que cualquier otra profesión de alto riesgo. Sería como una actividad que requiere obtener licencia para ofertar su producto: el carnicero con sanidad, el hostelero con alcoholes, el piloto de avión con su licencia de vuelo, etc. ¿Comprarías la carne en un puesto en medio de una plaza entre moscas, o aguardiente sin etiquetar en la curva de una carretera, o montarías en un avión con un piloto que no tuviera los requisitos mínimos para manejar el avión? Pues yo tampoco y, sin embargo, la gente se vuelve loca por comprar polvitos blancos o pastillas de colores sin registro sanitario en esquinas de mala muerte... o por sexo en esa misma esquina con alguien que está en tales condiciones que no sabe ni lo que está haciendo.

Al no estar regulado, el producto deja de ser alimentario-cultural-socialmenteaceptable y pasa a ser clandestino, peligroso y arriesgado, aunque siga siendo requerido. La materia prima se rebaja, se obtiene de manera cruel, se produce sin control y se realiza su transacción de malas maneras, lejos de cualquier garantía. O sea que buscamos esclavas, las sometemos, abusamos de ellas hasta reventarlas y las tiramos después de acabar su vida útil.

La frase anterior podría referirse perfectamente a los mineros de las minas de diamantes de sangre en África, o las familias que se dedican al textil en Asia.

En mi opinión, eso no es prostitución: es esclavitud.

En este ambiente de mojigatería en el que no se pueden decir nada porque todo el mundo se ofende, llegamos al punto de que un gobierno progresista amanece con una ley que pretende abolir la prostitución y toda forma de propiciarla. Habrá que ver si ello implica prohibir las películas, novelas o relatos donde haya prostitutas, o noticias donde se hable del tema.

Pero ya puestos a prohibir, ¿por qué no prohíben ser mala persona? ¿Por qué no prohíben la guerra? ¿Por qué no prohíben las mentiras? ¿Por qué no prohíben los malos pensamientos? 

¿Por qué convierten a los actores del delito en delincuentes, cuando sabemos que realmente son víctimas? ¿Por qué no les ayudamos, en vez de meterlos en la cárcel? 

¿Por qué no se regula un oficio que tiene tantos años como la sociedad humana?

¿Será, acaso, que todo lo irregulado (drogas, armas, guerra, esclavitud, etc) es mucho más rentable si se mantiene sin regular?




viernes, 27 de mayo de 2022

UNA REFLEXIÓN HIPÓCRITA

Una opinión muy personal.

De nuevo una matanza de estudiantes en los USA. Nada nuevo, lo que debería ser preocupante.

Lo hablas con la gente civilizada (como yo) y todos coincidimos en que en ese país tienen un problema con las armas y lo fácil que es que alguien en el súper con un simple permiso adquiera unos fusiles que, desde luego, para la caza deportiva no son.

Todos indignados, todos pidiendo cabezas que cortar. Aquí eso no pasa, ¿verdad?

Mirando las imágenes de la última de estas matanzas en Texas (19 niños muertos) , advierto que la mayoría de afectados son hispanos. En fin, gente que habla castellano con acento mexicano/texano, de piel morena, ojos negros, pelo negro, bajita... y pobre. Un cole para niños no-rubios sin dinero.

Oh, más indignación. Claro, como son pobres, nadie va a mover un dedo. Como son hispanos, a los estadounidenses rubios, ricos y del norte no les afecta en lo más mínimo el tema porque "se matan entre ellos", ¿no? Es decir, mientras no nos afecte a las élites "realmente americanas", todo puede seguir adelante: mátense, caballeros, que si lo hacen es porque es una cosa entre ustedes, que son unos bárbaros. Negros de gheto matan negros de gheto. Chicanos matan chicanos. Todo queda en casa, así que para qué hacer nada si, además, gano pasta.

Comento esto aquí, en nuestra civilización, y hay todavía más indignación. Oh, por diossss, eso aquí no pasaría. No toleraríamos estas matanzas y, sobre todo, jamás diríamos aquello de "es que es entre ellos".

Pero creo que sólo es una cuestión de nombres.

Cuando aquí, en la civilización, en las noticias sale un asesinato "entre clanes", todos sabemos que se refieren a que ha habido una reyerta gitana (y, sí, se puede decir la palabra gitano porque no es un insulto, a ver si nos enteramos,  pero en la tele no se puede decir, y te sueltan lo bobada esa de "entre clanes", o "entre familias rivales") y automáticamente todos pensamos: "ah, es una cosa entre ellos".

Entre ellos.

¿Entre gitanos? ¿Entre pobres? ¿Entre delincuentes? ¿Y eso lo justifica?

Pues, en mi opinión, es exactamente el mismo caso (a nivel ético) que las matanzas en los USA, donde la cosa no se va a arreglar hasta que alguien se dé cuenta de que lo de "entre ellos" es realmente "entre nosotros". 

O sea que vale ya de dar lecciones de lo que deberían hacer en otras casas cuando, en la nuestra, andamos igual. Qué hartura de superioridad moral, en serio.

viernes, 26 de noviembre de 2021

UNA OPINION SOBRE EL MENSAJERO

Hace unos (muchos) años, unos compañeros de la universidad que estaban en uno de esos grupos-sin-fronteras llenaron el edificio donde estudiábamos con carteles en los que aparecía un niño esquelético y moribundo sobre un rótulo que decía: "El culpable eres tú". No me suelen afectar este tipo de mensajes tan evidentemente provocadores, pero conocía a la gente que lo había hecho y, además, sí me importa que exista una conciencia colectiva sobre determinados temas que nos afectan a todos, aunque ese "todos" abarque continentes enteros, así que me enfadé. Recuerdo una conversación bastante tensa con una de las chicas que había pensado aquella barbaridad. Ella, por supuesto, estaba muy orgullosa de haber "removido conciencias", pero a mí me preocupaba que el mensajero hubiera estropeado el mensaje.

Porque creo que no es culpa mía. Yo  (YO) no he ido a robar, matar, y provocar sequías al pueblo de ese niño. Sin embargo, sí sé que participo de este primer mundo manipulador y egoísta que se nutre de las rentas de pasados coloniales. Sí, y habrá que pelear para cambiar esta conciencia de colonialistas salvadores de mundos, sí, sí, sí. Pero yo (YO) no tengo la culpa de que ese niño tenga hambre. Dime cómo darle de comer desde aquí, dime qué resultados se obtienen, cuántos niños dejan de tener hambre cada vez que yo (YO) desde el primer mundo hago determinado gesto, dime cómo trabajarlo, dime cómo  lo haces tú, dime cuál es mi granito de arena, ese que unido a otros granitos hagan que el yo colectivo tenga la fuerza de una montaña. Y no esa porquería de insulto hacia mí por el simple hecho de que yo (YO) no paso hambre.

O algo así. Fue tenso.

Es la sutil diferencia entre el yo-persona y el yo-coletivo, y si enfadas al yo-persona, se rebela y no quiere saber nada del yo-colectivo. ¿Me estás llamando asesino de niños del tercer mundo? Pues me enfado y ya no quiero participar en tonterías de esas. Me pico y no respiro. Así de burdo.

En mi opinión, el mensajero se había pasado tres pueblos. Un mensaje con el que yo (YO) estaba totalmente de acuerdo (ayudar, compartir, colaborar, aceptar) me había provocado tal rechazo que renegaba de la totalidad del movimiento del yo-colectivo.

Hoy, unos (muchos) años después de aquella rabieta juvenil, estamos señalando en el calendario el día contra la violencia de los hombres a las mujeres por el simple hecho de que "es mía", o "mía o de nadie", o "la maté porque era mía", o alguna burrada de esas.

Me encantaría haber encendido la radio hoy, en este día que afecta ni más ni menos que al 50% de la población de todo el mundo, y haber escuchado cuánto cuantísimo hemos avanzado en algo tan básico como que todas las personas tenemos los mismos derechos, independientemente de nuestro género (y de otras cosas, aunque hoy hay que hacer énfasis en el género), tal y como señala machaconamente la declaración universal de los derechos humanos de 1948 (y el artículo 14 de la constitución española, por cierto, esa que, incluso siendo tremendamente conservadora, ya deja bien clarito este asunto en diciembre de 1978), y que podemos darnos con un canto en los dientes con los números fríos de cuánto hemos avanzado en la mezcla de los géneros en ámbitos como la educación, el estudio, la opinión, la decisión, etc desde hace muy poco tiempo hasta hoy. Mi madre, por ejemplo, no podía abrir una cuenta corriente sin permiso masculino (padre o marido). No hace tanto de eso, sólo un año antes de la aprobación de la consitución del 78. ¿Por qué no celebramos que hoy, una generación y media después, es impensable que ocurra? Y no por ley, sino porque está en el yo-colectivo, en la conciencia de una sociedad que asume ciertos valores como premisas para su funcionamiento, en la cabeza de mis hijos, que no entienden que su abuela tuviera semejantes trabas por el simple hecho de que no era un hombre.

Pues con mucho más motivo el hecho de la violencia contra una mujer porque sí, porque es menos que un hombre.

Me encantaría haber escuchado a las pioneras, a las luchadoras, a las que se han dejado y se dejan la piel para que sus hijas o nietas no tengan que pasar lo que ellas. Me habría encantado escuchar cuántas leyes NO hacen falta hoy en día para la igualdad porque se asumen como hechos naturales, pero que en su día SÍ lo hicieron, y que han acabado por adoptarse como algo sensato y correcto.

También me habría gustado mucho saber cuánto nos falta, cuánto hay que trabajar por conseguir que todos pensemos que la igualdad de derechos es algo natural, no una imposición, no una rareza. Me habría gustado escuchar los fallos que ha habido por el camino y saber cómo corregirlos para, de nuevo, volver a poner mi granito de arena en este proceso que está costando décadas y décadas.

Me habría gustado mucho.

Pero lo único que he escuchado en la radio, en la tele, en internet, es cómo los hombres violan, pegan, agreden, insultan y denigran a las mujeres sistemáticamente. He escuchado relatos de relaciones horribles con un lujo de detalles que sospecho que se estaban incumpliendo los límites de las franjas horarias que limitan los contenidos de los medios de comunicación. He apagado la radio varias veces a lo largo del día porque caía sangre de cada palabra.

Y siempre, al final, de nuevo, la culpa es mía. Porque si no soy machista, soy micromachista y, si no, soy cómplice. No hay más opción. Y tú, machista, eres terrorista. Y pegas a tu mujer, y violas a tus hijas, que ya no pueden salir a la calle, que ya no pueden fiarse de las miradas de ningún chico. "El hombre blanco viola", me ha dicho una mujer a la que aprecio, delante de su marido y de su hijo, ambos hombres blancos.

He escuchado a lo largo del día historias (reales) de terror, de humillación, de angustia. Y, lo siento, pero yo (YO) no tengo la culpa de que haya terroristas, asesinos, violadores, secuestradores, maltratadores o cualquier otro grado de persona-que-hace-daño-a-otra-persona. Yo (YO) intento hacer mi parte, que no es ni más ni menos que grabar determinados valores en el rinconcito ético de la personalidad de mis hijos, pero si a cambio sólo recibo este mensaje...

Hoy también estoy enfadado, como cuando aquello del cartel de la universidad. Y estoy triste, porque todas las historias que he oido eran reales. Estoy seguro de que han omitido detalles que me habrían hecho vomitar, por supuesto. Pero así, yo (YO) no puedo participar porque no tengo las espaldas tan anchas como para asumir la totalidad de la culpa, sin grados. Seguro que soy culpable de no intentarlo más, de no ser más machacón con esa educación, pero, ¿de verdad puedo asumir la culpa de que cinco malnacidos torturen a una chica simplemente porque tienen más fuerza?

No, no puedo. 

Hoy tocaba este día, pero lo mismo me pasa con todo lo demás. No puedo salvar a las ballenas, a las abejas, los mares, no puedo evitar el cambio climático, no puedo liberar a los oprimidos del mundo, no puedo acabar con las dictaduras, no puedo muchas, muchas cosas. Podría llenar este blog con todo lo que NO puedo evitar yo (YO), pero insistís e insistís en que la culpa es mía.

Es sólo una opinión, y tiene muchos matices, por supuesto, pero creo sinceramente que el mensajero, en este caso los carroñeros de la noticia escabrosa (y ni nombro a los políticos), están matando un mensaje muy necesario, y si la reacción del yo-persona que he sentido yo (YO) es igual en muchas personas, el yo-colectivo se va a quedar sin miembros, y eso, como todos sabemos, sólo lleva a la dictadura de unos pocos cuyos valores son mucho más fáciles de asumir precisamente porque carecen de conciencia.

domingo, 13 de diciembre de 2020

NO ES OBSOLESCENCIA

Gracias, compañías de consumo. Gracias por salvar el planeta, por ser los activistas número uno, por hacerlo tan solapadamente, por ser discretos y, sin embargo, luchar para que esta sociedad sea cada vez menos consumista.

Pero me he dado cuenta de lo que hacéis y os quiero dar las gracias. Sí, sé vuestro secreto, sé que tenéis alma y que lucháis para que el consumidor sea responsable y, ya que no nos damos cuenta del daño que hacemos con esta cultura de usar y tirar, nos estáis haciendo entender que vuestros productos y servicios son inútiles con la sencilla táctica de hacerlos cada vez peores.

Oh, sí, y no es cosa de abuelo Ceboyeta eso de “antes la cosas se hacían mejor”, no, no, no. No sé cómo se hacían antes, así que sólo puedo comprobar cómo las hacéis ahora y, sinceramente, las hacéis todas mal.

Hace años, muchos, años, que no compro nada que salga bueno a la primera. Ni a la segunda. A veces, la solución de la basura es la mejor. Basura, sí, y te ahorras disgustos. Hace años que todos mis productos de electrónica presentan problemas de configuración de software, o de hardware o de ambas cosas a la vez. Y no a los meses o dos años, cuando acaba la garantía, sino desde el mismo momento en el que los pongo en marcha.  Hace años que todos los cacharros físicos que compro presentan muescas, o fallos, o dejan de funcionar misteriosamente, o son directamente una engañifa. Y no hay que ir a complejos electrodomésticos, no: el propio papel del váter falsea sus metros, falsea sus grosores, falsea sus capas, todo es falso. Imagina qué no estará ocurriendo en las tripas de mi impresora, esa que nunca ha conseguido dar bien la vuelta al papel, o mi televisión, que se vuelve loca con el ancho de pantalla cuando llegan los anuncios, o mi microondas nuevo, al que le han desaparecido las barritas de los números para que tenga que andar adivinando cuánto tiempo lleva el cronómetro, o el lavavajillas, que decidió por su cuenta que el interruptor de encendido no tenía que funcionar por mucho que el técnico dijera que sí.

¿Y los servicios? Hace veinte años que voy y vengo de las diferentes compañías de telecomunicaciones que van y vienen por el panorama comercial, y nunca (insisto: NUNCA) he conseguido una conexión a la primera (escribo esto desde la conexión del móvil, ya que actualmente mi empresa suministradora de internet me tiene sin conexión), o el producto ofertado, o el precio pactado, o mil y mil fallos, descuidos o, directamente engaños a los que me han sometido. Y qué decir del gas, de la electricidad, del transporte colectivo, del coche privado…

Podría seguir, sobre todo si me remonto a mi infancia, donde las cosas que tenía también estaban mal, pero donde había una gran diferencia: tenía muchas menos cosas.

Muchas menos cosas.

Y esta reflexión viene a cuenta de que como mi carísima cámara réflex tiene un fallo desde su origen (tiene más, pero en unas configuraciones que no sé usar, por lo que no me importan, y eso que reclamé y me dieron un modelo nuevo, aunque también presentó el mismo fallo al poco tiempo) que ahora la hace imposible de utilizar en su modo más básico, he decidido empezar a pensar que a lo mejor podría darme el capricho de comprarme una nueva. Sí, la primera “cosa” de capricho que me voy a comprar desde… uf, pues desde la cámara vieja, creo. Así que sí, puede que ronde por mi cabeza esa idea, pero a la vez, surge otra, mucho más potente, que se dedica a gritar que no, que no, que no, que compre la cámara que compre, estará mal, mal MAL, ¡¡MAL!!

Y ya no tengo fuerzas para reclamar nada. No puedo estar peleándome con los que me han dejado sin internet, los que me han dejado sin dial en el microondas, los que me han instalado una cocina que cojea, los que me vendieron un teclado musical que desafina, los que me han pasado una factura del gas correspondiente a otra vivienda, los que han perdido por octava vez la solicitud de ayudas para una persona dependiente de mi familia, los que me han cerrado la calefacción por error al hacer una obra en la oficina de al lado, los que me han arreglado el coche dejándome una puerta que cierra regulera, etc, etc, etc.

Así que no, no me voy a comprar nada. No puedo más y debo daros la razón: NO VOY A COMPRAR NADA. O sea que no voy a consumir, o sea que no voy a fomentar la destrucción de mi planeta, o sea que gracias a vosotros, voy a aportar mi granito de arena al contraconsumismo.

Parafraseando aquello de “no confundas con maldad lo que no es más que simple estupidez”, he llegado a la conclusión de que no debo confundir con obsolescencia programada lo que no es más que simple defecto de fabricación. En castellano, incompetencia.

Gracias por hacérmelo entender.

Gracias.

Postdata: este texto está escrito con un programa de código abierto, versión de hace más de diez años y, curiosamente, no ha fallado nunca. El de pago se me bloquea y paso de reclamar.

domingo, 6 de septiembre de 2020

UNA REFLEXIÓN CERVECERA

Esta mañana me he levantado a la hora que me ha dado la gana. Café a un ritmo pausado escuchando crecer la hierba y luego me he puesto la gorra y los guantes para pegarme un par de horas de curro en el campo. Campo de campo, o sea árboles, prados y bichos, nada de campo de juego con balones, pelotas o elementos de tortura similares, no: carretilla, hacha, pala, azadón, etc. Cosas del gimnasio rural.


Cuando me he cansado y el sol quemaba demasiado, he abierto la nevera y me he servido una buena cerveza. Nada de botellín a morro: botella grande, jarra helada del congelador y servicio lento y espumoso. También ha sido una cerveza con con bicho flotante, ya que me la he tomado sentado en la calle a la sombra, y el campo es lo que tiene: bichos. He alabado el buen gusto de ese bicho por la cerveza y la hemos compartido. Quién soy yo para impedirle ese placer a otro ser vivo.

Estaba en ello cuando he mirado al cielo y he visto una bandada de buitres dando vueltas. No sé si alguna vez habéis visto una de estas bandadas. Es algo espectacular porque son verticales, como un grandísimo cilindro formado por decenas de pájaros enormes que parecen flotar en el aire porque ni siquiera mueven las alas. Al buitre más bajo le ves hasta las plumas, pero el más alto se escapa de tu límite visual y no es más que un puntito... si tienes buena vista.

Han estado dando vueltas un buen rato, y yo mirando embobado mientras compartía mi cerveza con el bicho, hasta que me he dado cuenta de que estaban dando vueltas sospechosamente por encima de mi casa. Justo por encima de mi casa.

Por un momento he pensado que es imposible haber tenido una mañana tan plácida. Todos sabemos que estos momentos de placidez sólo salen en las novelas románticas o en los anuncios de la tele, así que lo más probable es que, sin darme cuenta, la hubiera espichado y estuviera viviendo mis últimos momentos en una especie de limbo placentero antes de pasar a otro plano. He pensado que debería aprovechar ese último instante de consciencia haciendo algo realmente importante y no desperdiciar ese momento extra que se me había concedido.

Así que he apurado hasta la última gota de mi cerveza.

Y que bajen los buitres, que yo ya he cumplido.