miércoles, 30 de agosto de 2017

MIS MANOS

Tengo dos manos. Cada mano, cinco dedos. 

Mis manos son lo que más veo cada día desde que nací. Están delante de mí. Cogen las cosas, teclean, tocan, trabajan siempre delante de mis ojos. Es normal que conozca bien mis manos.

Mis manos no han tenido grandes castigos. Un dedo un poco torcido por un balonazo, una cicatriz casi invisible en la mano derecha, un reloj al final de la izquierda.

No son manos que hayan trabajado. Mis manos teclean, dibujan, pulsan, tocan, pero no golpean, no arañan, no se agarran con todas sus fuerzas. No son manos para el campo, para el ladrillo, para la máquina. Nunca lo han tenido que ser, no saben cómo serlo. Puede que algún día lo tengan que ser.

Mis manos son, por lo tanto, manos jóvenes. 

Mis manos son las mismas manos que llevo viendo desde que recuerdo. 

Ayer mi hijo pequeño me cogió de la mano con su mano.

Pero la mano que vi en la suya era la mano arrugada de una persona mayor. No era mi mano. No reconocí mi mano. De golpe estaba áspera, torcida, torpe, avejentada y con aspecto de estar bastante cansada.

Hoy, mientras tecleo, miro mis manos. Vuelven a ser mis manos. Se mueven rápidas sobre el teclado, ágiles y con un repiqueteo rítmico de los dedos. Son mis manos de siempre.

Pero dudo de si realmente veo mis manos y cojo a mi hijo de su mano.

Y comparo.

Y al comparar, empiezo a comprender realmente cómo son mis manos.

lunes, 21 de agosto de 2017

EN AQUEL BAR

Una reflexión.

Hace unos cuantos (muchos) años, estábamos embutidos entre la masa formada por guiris y locales dentro de un estrechísimo bar a horas relativamente intempestivas intentando que los camareros nos atendieran y nos sirvieran unas cervezas.

La música estaba a tope, la gente gritaba al oido del compañero para poder entenderse (aunque a esas horas, no sé yo si nadie se entendía mucho) y el ambiente estaba cargadísimo de todo tipo de olores, masas, luces y demás sensaciones que a esas horas te parecen de lo más normal.

Posiblemente estaría sonando por los altavoces la canción de moda de aquel año. No había llegado el reguetón, no había llegado todavía el dans, no habían llegado muchas cosas de esas, pero podemos decir sin equivocarnos que el ambiente generado en aquella época y el actual es el mismo, con la diferencia del tabaco, por supuesto.

De pronto, se fue la luz.

Silencio.
Oscuridad.

Algún borracho empezó a protestar, otros a reírse, otros a aplaudir. Cualquier ruido gracioso valía, pero de allí no se iba nadie.

En pocos instantes, antes de que nadie pudiera decidir nada (claro, con la copa en la mano no te ibas a escapar), los camareros sacaron velas (¡VELAS!) y empezaron a iluminar toda la barra. Siguieron sirviendo copas, cervezas y cobrando a su ritmo, así que si ellos no iban a parar, los demás, tampoco.

Entonces ocurrió algo muy curioso: alguien empezó a cantar. No recuerdo qué canción. Seguramente alguna canción marinera, alguna cosa de esas que sólo te atreves a cantar cuando la cerveza te impide ver el ridículo que estás haciendo ("y cómo es él" de José Luis Perales, o "sigo siendo el Rey" de José Alfredo Jiménez, pero nunca "Asturias patria querida", que nadie se la conoce más allá del inicio), pero era una de esas canciones que casi todo el mundo se sabía.

Y los demás siguieron cantando. Una canción, otra canción, aplausos, otra canción, unas risas...

No recuerdo cuánto duró aquello, pero sí recuerdo que cuando volvió la luz, volvió la música y volvió el ambiente de "bar de moda", se escuchó un sonoro "ooooooooooh" por parte del personal. Cierto que no duró mucho, pero se escuchó claramente. Creo que todos sentimos esa sensación de perder nuestra fiesta. Nuestra, exclusiva, colectiva dentro de un recinto propio, diferente a lo que te podías encontrar en el bar de al lado.

Me acuerdo de aquello ahora porque me dicen (hoy) los chavales que se aburren. Que les diga qué hacer. ¿Yo? ¿Decirles qué hacer? ¿A unos chavales? ¡En mi vida he pedido yo que me dijeran qué hacer para no aburrirme! Y eso que me he aburrido todo lo que me ha dado la gana y más, como todo el mundo, pero jamás se me habría pasado por la cabeza pedirle a mi padre que me dijera qué hacer para divertirme.

Así que cada vez que oigo una cosa similar, me preguntó qué harán estos chavales míos cuando estén en un lugar de fiesta y se les vaya la luz. 

O cuando quieran cantar y no tengan música.

O cuando quieran hacer algo y no sepan cómo ni qué.

Habrá que probarlo.