viernes, 26 de noviembre de 2021

UNA OPINION SOBRE EL MENSAJERO

Hace unos (muchos) años, unos compañeros de la universidad que estaban en uno de esos grupos-sin-fronteras llenaron el edificio donde estudiábamos con carteles en los que aparecía un niño esquelético y moribundo sobre un rótulo que decía: "El culpable eres tú". No me suelen afectar este tipo de mensajes tan evidentemente provocadores, pero conocía a la gente que lo había hecho y, además, sí me importa que exista una conciencia colectiva sobre determinados temas que nos afectan a todos, aunque ese "todos" abarque continentes enteros, así que me enfadé. Recuerdo una conversación bastante tensa con una de las chicas que había pensado aquella barbaridad. Ella, por supuesto, estaba muy orgullosa de haber "removido conciencias", pero a mí me preocupaba que el mensajero hubiera estropeado el mensaje.

Porque creo que no es culpa mía. Yo  (YO) no he ido a robar, matar, y provocar sequías al pueblo de ese niño. Sin embargo, sí sé que participo de este primer mundo manipulador y egoísta que se nutre de las rentas de pasados coloniales. Sí, y habrá que pelear para cambiar esta conciencia de colonialistas salvadores de mundos, sí, sí, sí. Pero yo (YO) no tengo la culpa de que ese niño tenga hambre. Dime cómo darle de comer desde aquí, dime qué resultados se obtienen, cuántos niños dejan de tener hambre cada vez que yo (YO) desde el primer mundo hago determinado gesto, dime cómo trabajarlo, dime cómo  lo haces tú, dime cuál es mi granito de arena, ese que unido a otros granitos hagan que el yo colectivo tenga la fuerza de una montaña. Y no esa porquería de insulto hacia mí por el simple hecho de que yo (YO) no paso hambre.

O algo así. Fue tenso.

Es la sutil diferencia entre el yo-persona y el yo-coletivo, y si enfadas al yo-persona, se rebela y no quiere saber nada del yo-colectivo. ¿Me estás llamando asesino de niños del tercer mundo? Pues me enfado y ya no quiero participar en tonterías de esas. Me pico y no respiro. Así de burdo.

En mi opinión, el mensajero se había pasado tres pueblos. Un mensaje con el que yo (YO) estaba totalmente de acuerdo (ayudar, compartir, colaborar, aceptar) me había provocado tal rechazo que renegaba de la totalidad del movimiento del yo-colectivo.

Hoy, unos (muchos) años después de aquella rabieta juvenil, estamos señalando en el calendario el día contra la violencia de los hombres a las mujeres por el simple hecho de que "es mía", o "mía o de nadie", o "la maté porque era mía", o alguna burrada de esas.

Me encantaría haber encendido la radio hoy, en este día que afecta ni más ni menos que al 50% de la población de todo el mundo, y haber escuchado cuánto cuantísimo hemos avanzado en algo tan básico como que todas las personas tenemos los mismos derechos, independientemente de nuestro género (y de otras cosas, aunque hoy hay que hacer énfasis en el género), tal y como señala machaconamente la declaración universal de los derechos humanos de 1948 (y el artículo 14 de la constitución española, por cierto, esa que, incluso siendo tremendamente conservadora, ya deja bien clarito este asunto en diciembre de 1978), y que podemos darnos con un canto en los dientes con los números fríos de cuánto hemos avanzado en la mezcla de los géneros en ámbitos como la educación, el estudio, la opinión, la decisión, etc desde hace muy poco tiempo hasta hoy. Mi madre, por ejemplo, no podía abrir una cuenta corriente sin permiso masculino (padre o marido). No hace tanto de eso, sólo un año antes de la aprobación de la consitución del 78. ¿Por qué no celebramos que hoy, una generación y media después, es impensable que ocurra? Y no por ley, sino porque está en el yo-colectivo, en la conciencia de una sociedad que asume ciertos valores como premisas para su funcionamiento, en la cabeza de mis hijos, que no entienden que su abuela tuviera semejantes trabas por el simple hecho de que no era un hombre.

Pues con mucho más motivo el hecho de la violencia contra una mujer porque sí, porque es menos que un hombre.

Me encantaría haber escuchado a las pioneras, a las luchadoras, a las que se han dejado y se dejan la piel para que sus hijas o nietas no tengan que pasar lo que ellas. Me habría encantado escuchar cuántas leyes NO hacen falta hoy en día para la igualdad porque se asumen como hechos naturales, pero que en su día SÍ lo hicieron, y que han acabado por adoptarse como algo sensato y correcto.

También me habría gustado mucho saber cuánto nos falta, cuánto hay que trabajar por conseguir que todos pensemos que la igualdad de derechos es algo natural, no una imposición, no una rareza. Me habría gustado escuchar los fallos que ha habido por el camino y saber cómo corregirlos para, de nuevo, volver a poner mi granito de arena en este proceso que está costando décadas y décadas.

Me habría gustado mucho.

Pero lo único que he escuchado en la radio, en la tele, en internet, es cómo los hombres violan, pegan, agreden, insultan y denigran a las mujeres sistemáticamente. He escuchado relatos de relaciones horribles con un lujo de detalles que sospecho que se estaban incumpliendo los límites de las franjas horarias que limitan los contenidos de los medios de comunicación. He apagado la radio varias veces a lo largo del día porque caía sangre de cada palabra.

Y siempre, al final, de nuevo, la culpa es mía. Porque si no soy machista, soy micromachista y, si no, soy cómplice. No hay más opción. Y tú, machista, eres terrorista. Y pegas a tu mujer, y violas a tus hijas, que ya no pueden salir a la calle, que ya no pueden fiarse de las miradas de ningún chico. "El hombre blanco viola", me ha dicho una mujer a la que aprecio, delante de su marido y de su hijo, ambos hombres blancos.

He escuchado a lo largo del día historias (reales) de terror, de humillación, de angustia. Y, lo siento, pero yo (YO) no tengo la culpa de que haya terroristas, asesinos, violadores, secuestradores, maltratadores o cualquier otro grado de persona-que-hace-daño-a-otra-persona. Yo (YO) intento hacer mi parte, que no es ni más ni menos que grabar determinados valores en el rinconcito ético de la personalidad de mis hijos, pero si a cambio sólo recibo este mensaje...

Hoy también estoy enfadado, como cuando aquello del cartel de la universidad. Y estoy triste, porque todas las historias que he oido eran reales. Estoy seguro de que han omitido detalles que me habrían hecho vomitar, por supuesto. Pero así, yo (YO) no puedo participar porque no tengo las espaldas tan anchas como para asumir la totalidad de la culpa, sin grados. Seguro que soy culpable de no intentarlo más, de no ser más machacón con esa educación, pero, ¿de verdad puedo asumir la culpa de que cinco malnacidos torturen a una chica simplemente porque tienen más fuerza?

No, no puedo. 

Hoy tocaba este día, pero lo mismo me pasa con todo lo demás. No puedo salvar a las ballenas, a las abejas, los mares, no puedo evitar el cambio climático, no puedo liberar a los oprimidos del mundo, no puedo acabar con las dictaduras, no puedo muchas, muchas cosas. Podría llenar este blog con todo lo que NO puedo evitar yo (YO), pero insistís e insistís en que la culpa es mía.

Es sólo una opinión, y tiene muchos matices, por supuesto, pero creo sinceramente que el mensajero, en este caso los carroñeros de la noticia escabrosa (y ni nombro a los políticos), están matando un mensaje muy necesario, y si la reacción del yo-persona que he sentido yo (YO) es igual en muchas personas, el yo-colectivo se va a quedar sin miembros, y eso, como todos sabemos, sólo lleva a la dictadura de unos pocos cuyos valores son mucho más fáciles de asumir precisamente porque carecen de conciencia.

sábado, 30 de octubre de 2021

PEREGRINO

De una noche de verano surgió una especie de autorretrato o, mejor dicho, un no-autorretrato. 

De un descuido al teclado, salió una melodía.


Yo soy ese artista sin ningún talento,

un romántico que no tiene corazón,

un médico loco que sana a los cuerdos,

capitán que a la vez viaja de polizón.

 

Una misión noble sin su misionero,

un profeta ateo en la busca de un dios,

un diablo aburrido en mitad de cielo,

un santo sin nicho en ningún panteón.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

La gran pausa que está tras tu punto y aparte,

el error gramatical de algún gran escritor,

la triste vocal que está entre consonantes,

un buen punto final a un mal verso de amor.

 

Soy la solución que busca un problema,

un signo mal puesto en cualquier ecuación,

error de concepto de algún mal teorema,

esta idea genial bajo aquel gran tachón.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

Las arrugas que ocultan lo joven que soy

empañan la inocencia que hubo en mi corazón.

Voy desnudo bajo este traje de bufón

y escondo con rarezas lo muy vulgar que soy.

 

Soy la vía rota en mitad del viaje,

el fantasma de un tren que no descarriló,

la maleta vacía que busca equipaje,

un barco sin ancla con un ciego al timón.

 

Yo soy ese okupa dueño de un imperio,

soy un refugiado de mi propia razón,

aquella mansión que no tiene techo,

el sótano oscuro donde se esconde el sol.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

las arrugas que ocultan lo joven que soy

empañan la inocencia que hubo en mi corazón

voy desnudo bajo este traje de bufón

y escondo con rarezas lo muy vulgar que soy.

 

 

peregrino sin destino

soy

peregrino en un camino

que gira

y no tiene fin

 

 

Soy un nunca jamás que va entre interrogantes,

la promesa rota del sexo por amor,

lo que nunca te dije ni podré robarte,

soy un puede, un quizás, un a veces…

 

… un a veces…

 

… un a veces…

 

… un no.





miércoles, 22 de septiembre de 2021

REFIESTA

Si la cara que veo en el espejo es retrato del resacón que llevo encima, desisto de intentar afeitarme, no sea que me acabe degollando con la maquinilla, y eso que es eléctrica. Tengo una marca tremenda en el cuello que espero que sea un mordisco de un vampiro porque no quiero pensar quién ha sido capaz de acercarse a mí hasta el punto de hacerme un chupetón sabiendo como sé ahora las condiciones en las que debía de estar. Tirar a la basura la ropa blanca convertida en una masa de color rosa-mugre ha sido una de las experiencias más terribles de mi vida. Ese olor a vino rancio… ¡y lo que no es vino…! ¿Y yo he llevado esa ropa puesta tres días? El escalofrío que me corre por la espalda sólo de pensarlo está a punto de tumbarme al suelo. Si por lo menos recordase algo… Tengo medio cerebro en cortocircuito y el otro medio… no sé, creo que lo he perdido. 

El móvil arde. Dos mil mensajes y creciendo: menuda juerga, pasada, ambiente, desmadre, maravilla, gozada… y yo no recuerdo nada. Pero es que nada de nada. Toda la vida soñando este viaje y estoy en blanco. ¡Hay que ser imbécil! Años escuchando a la gente hablar maravillas de esta fiesta tan famosa, años ahorrando para fundirlo todo a lo salvaje, años intentando que las fechas de todo el mundo cuadrasen para ir juntos y tener un recuerdo común para toda la vida… ay, que se me va la cabeza.

Me derrumbo en el sofá y no dejo de ver más y más mensajes: pasada, genial, a repetir, movidón, la leche, la bomba, la caña… 

Y así paso el día, sin atreverme a pedir alguna foto o algún comentario que haga que mi memoria se ponga a funcionar, avergonzado de haberme perdido semejante fiesta. Leo los mensajes a puñados intentando que alguien comente alguna anécdota, algún hecho, alguna conversación que me dé una pista sobre qué leches ha ocurrido durante tres días, pero lo único que leo son exclamaciones acompañadas de muchas fotos sueltas que no tienen contexto ninguno: grupo de ropas blancas sujetando vasos, grupo de ropas rosas sujetando vasos, grupo de ropas renegridas sujetando vasos… hasta que me doy cuenta de que los mensajes siempre se repiten en la misma línea: que si releche, que si rebomba, que si recaña… pero nadie cuenta nada…

Nada de nada…

Y comprendo que ellos, todos ellos, saben exactamente lo mismo que yo: nada.

¡Nada de nada!

¡Joder, ésta sí que ha sido una fiesta de mil pares!


miércoles, 11 de agosto de 2021

LA CÚPULA

Desde que recuerdo, siempre he pasado los veranos en el pueblo de mi abuela, situado en una sierra del centro de la península, a unos 990 metros de altitud. En cuanto empezaba el calor, nos montaban en un tren y nos íbamos a pasar uno o dos meses en aquel pueblo anclado en los años cincuenta, con las calles de tierra, olor a vaca, cerdo (y lo que no es cerdo), sin tele, sin teléfono, sin agua corriente y, lo mejor de todo, con un cielo nocturno espectacular.

Para mí (y para todos los que hemos pasado los veranos allí), ese cielo estrellado en el que la Vía Láctea ilumina como una farola más, siempre ha sido algo natural. Veíamos crecer la Luna de nueva a llena y comprobábamos cómo cada noche su luz iba apagando las estrellas hasta que la única luz nocturna era la propia Luna. Una luz con la que se podía incluso leer en la calle, lo que apagaba considerablemente el efecto de la escasa iluminación de las farolas de sodio, esas farolas que lo teñían todo de un tétrico color naranja.

Casi todas las noches, para escapar de padres o, para decirlo más poéticamente, disfrutar de aquel magnífico cielo lejos de las farolas de sodio, salíamos a la carretera, que era de puro betún que se derretía durante el día, y cuando nos considerábamos lo suficientemente alejados, nos tumbábamos en el asfalto caliente y mirábamos al cielo contando burradas adolescentes o hablando de temas absurdamente serios. Podíamos pasar horas en aquella semioscuridad haciendo absolutamente nada.

A veces nos juntábamos mucha gente, con diferentes grupos y edades, pero hacia el final del verano íbamos quedando los irreductibles, los que de verdad disfrutábamos de estar lejos de la ciudad y su calor apestoso, sus ruidos y sus horarios. Pasábamos el día medio aletargados, jugábamos un partido de futbol en el que casi moríamos de sed (cada día), íbamos a cenar y, tras un rato en la plaza del pueblo, nos escurríamos por la carretera hacia el cielo estrellado. Muchas veces nos metíamos en un prado, sentados o tumbados en la hierba escuchando música y bebiendo mejunjes de vino, cocacola y zumos varios hasta que poco a poco nos íbamos retirando a la cama. 

Debo reconocer que siempre he sido el último en irme a la cama. Sólo con que quedase uno conmigo, esperaba para acostarme, así que para mí las noches eran bastante largas. Una de aquellas noches acabamos sólo dos tirados en un prado. Puede que fueran más de las cinco de la mañana porque había gente del pueblo que se iba a trabajar a esa hora y ya les habíamos escuchado partir, y la noche estaba en lo más oscuro. Además, había luna nueva, por lo que habíamos podido disfrutar de un cielo espectacular. Vimos girar la Vía Láctea y vimos muchas estrellas fugaces, hablando sin parar sobre nada de nada. Recuerdo estar tumbado, hablando y comentando si alguno de los dos sabía algo sobre las constelaciones. Ninguno sabíamos nada sobre el tema, aparte de reconocer la Osa Mayor, así que siempre inventábamos burradas sobre la alineación de las estrellas para echar unas risas. 

En un momento dado, nos pusimos a hablar sobre "la cúpula" celeste y nos dimos cuenta de que no es ninguna cúpula. Cuando miramos al cielo, tenemos que girar la cabeza y nuestro estúpido cerebro de simio nos induce la sensación de que sobre nosotros hay una especie de casquete esférico que nos cubre y que tiene las estrellas pintadas, pero, claro, no es cierto, así que nos imaginamos que no estábamos tumbados en horizontal mirando hacia arriba, sino que estábamos en la parte de abajo de la esfera del planeta Tierra, mirando hacia abajo. Sin caernos, pero sintiendo que nos pegábamos a un techo y no a un cielo. 

De repente, sentí que no había cúpula sobre mi cabeza. El cielo era un vacío que estaba debajo de mí, y las estrellas una serie de gigantescas bolas de gas que emitían luz desde diferentes distancias, unas más cerca que las otras, y no unos puntos de luz pintados en el techo. Sentí la profundidad del espacio. No había nada frente a mí. No había arriba ni abajo, aunque la gravedad me sujetara al planeta, y la Vía Láctea no era una mancha curvada en el techo de una cúpula, sino una profundísima mancha de luz que se alejaba de mí según giraba la cabeza, abierta a la izquierda, cerrada a la derecha, donde su brazo nos ata.

Fue un rato largo.

A lo mejor influyó la sangría, o el sueño, o lo que fuera, pero desde entonces quiero repetir aquella experiencia... y nunca lo he conseguido.

Vuelvo al pueblo cada vez que puedo, pero ahora hay calles de hormigón y asfalto, ya no hay olor a vaca ni a cerdo (aunque sigue lo que no es cerdo), hay tele, internet, teléfono, agua corriente y, lo peor de todo, unas magníficas farolas led que alumbran las calles como si fuera de día. Y no sólo mi pueblo, sino todos los pueblos de alrededor, que están de dos a siete kilómetros repartidos por todo el horizonte, velando cualquier estrella que puede encontrarse en esa zona al convertir el horizonte en una mancha luminosa de color blanco.

Aunque mi casa da la espalda al pueblo y me puedo permitir el lujo de ver estrellas, mi miopía, la luz ambiental y mi pereza me impiden disfrutar como antes de aquel cielo estrellado, lo que poco a poco lo ha convertido en algo un pelín descafeinado respecto al recuerdo que tenía. También es verdad que los recuerdos son mejores que la realidad, no nos engañemos.

Hace unos días vinieron a mi casa de paso al sur  los miembros de una familia del norte, padre, madre y dos niñas de unos trece años. Cenaron en casa y salieron para irse a dormir cuando, por pura casualidad, alguno de ellos miró hacia el cielo. La sorpresa fue brutal. Alucinaban con ese cielo que para mí no tiene comparación con el que recuerdo, hasta el punto de que no les había dicho nada sobre él, pero para ellos era algo sobrecogedor. Nos alejamos a una zona más oscura y las dos niñas no podían cerrar la boca de asombro. No sólo no tenían ni idea de constelaciones o similar, sino que una de ellas llegó a preguntar si "aquí todas las noches es así".

¿Todas las noches? No, claro que no. A veces es incluso mejor.

En fin, que el desapego con nuestro planeta y nuestro cielo es un hecho. Si dos adolescentes nunca han visto las estrellas, si nunca han visto la masa de la Vía Láctea y cómo gira en el cielo, nunca se harán la pregunta de qué es todo aquello, o de si lo que gira es el cielo o el planeta Tierra, o a qué distancia están, o cómo se han formado, o... nada de nada.

Yo, por lo menos, he vuelto a apreciar lo que tengo con el valor que tiene. O eso creo.

Y, por supuesto, sigo intentando sentir que estoy boca abajo, colgando de mi planeta, enfrentado a la inmensidad del vacío lleno de luz de estrellas.



miércoles, 14 de julio de 2021

QUÉ BONITOS SON LOS AMANECERES, PERO...

...no soy madrugador nato, lo soy por contrato.

Así que permitidme que prefiera los atardeceres.


Atardecer

lunes, 17 de mayo de 2021

NUNCA ES DEMASIADO TARDE

 

Tras una vida repleta de desastres dando tumbos de acá para allá, perdida la esperanza de enderezar el rumbo a estas alturas de la película, sin más intención que la de protagonizar un epílogo sin demasiados sobresaltos, te encontré, y aunque creía haber acumulado experiencia suficiente como para darme cuenta de qué va esto de vivir, debo reconocer que desde que te conozco me he dado cuenta de que nunca es demasiado tarde como para, una vez más, volver a meter la pata.

viernes, 14 de mayo de 2021

GRAMÁTICA Y ARQUITECTURA

En Abril de 2021 el IES López de Arenas de Marchena convoca el I CONCURSO DE MICRORRELATOS "DE LA IMAGEN AL TEXTO" del que hemos quedado finalistas.
Con una foto del Pazo de Meirás, se debía componer un microrrelato:


GRAMÁTICA Y ARQUITECTURA

El arquitecto muestra orgulloso el proyecto a su mentor, que inspecciona los planos para construir en su mente los volúmenes allí dibujados. Al rato, y como volviendo de dar un paseo por el edificio ya construido, el veterano alza una ceja y mira fijamente a su joven protegido.

–Esta obra es para un escritor, ¿verdad? –le dice sonriendo.


El arquitecto más joven, que se tiene por hombre discreto, inspecciona los planos intentando descubrir dónde ha dejado una pista tan evidente de la profesión de su cliente.


–Sí –dice rindiéndose–, concretamente para una escritora. Pero nadie lo sabe y a nadie se lo dije, así que, maestro –hace un gesto de impotencia hacia los planos–, ¿cómo lo supo?


–Es evidente –dice el veterano, no sin cierta sorna–, ya que si no, ¿a santo de qué ibas a proyectar una torre en mayúsculas y otra en minúsculas, si no es para alguien acostumbrado a semejantes distinciones en su profesión?








domingo, 18 de abril de 2021

SIN PERSPECTIVA NI GÉNERO

Y así sale el segundo volumen de recopilación de relatos. En esta ocasión es algo más gordito y con bastante más variedad en el contenido, aunque al final de todo, no son más que historias que vienen a demostrar que los seres humanos somos algo tan absurdo como una patata a pilas.

Aquí dejo la portada. Si pinchas, te lleva al enlace.



Hace muchos, muchos años, cuando los Ingenieros de Mundos estaban pensando en cómo alimentar a las criaturas que iban a habitar esos preciosos jardines que giraban alrededor de las estrellas, crearon un elemento tan sencillo que cualquier animal, independientemente de su grado de estupidez, fuera capaz de usarlo como alimento sin opción a equivocarse.

Concibieron una especie de bola irregular tan fea y absurda que fue necesario hacerla crecer escondida bajo la tierra, pero con una pequeña mata que asomase para indicar que el producto estaba listo para su cosecha. Tenía, además, la facilidad de poder crecer allí donde simplemente se dejasen caer varios trozos al suelo y se regase con muy poca agua. También pensaron en su manipulación, y le dieron la capacidad de resistir todo tipo de asados, frituras, rebozos, cortes, rallados, troceados, machacados o cualquier otro método de proceso de tortura que los entendidos llaman “cocinar”.

La desperdigaron por los innumerables mundos del universo, satisfechos de haber creado algo tan útil, pero, a la vez, tan simple que ninguna de las criaturas que se desarrollara en esos mundos, por muy, muy, muy, muy (insisto por si no ha quedado claro: muy) estúpida que fuera, consiguiera estropearla o buscarle cualquier complejidad.

Parece mentira que alguien tan inteligente como para imaginar galaxias, planetas o incluso patatas no fuera capaz de imaginar cuánta estupidez podemos desarrollar los seres humanos cuando nos lo proponemos.


Y es lo que tengo que decir.

jueves, 11 de marzo de 2021

2020 MICRORRELATOS CONFINADOS

El pasado año 2020 se celebró el certamen de "Relatos confinados", un concurso de microrrelatos organizado por la Comarca de las Cuencas Mineras de Teruel. Ahora han sacado su libro de recopilación, en el que está el microrrelato "AIRE", con el que participamos en su día.




sábado, 30 de enero de 2021

PERDIDO

Una canción.

Un pequeño intento de meternos en la mente de esa gente que no ve el final, que mira alrededor y sólo ve vacío, sin un punto al que poner rumbo y que, por mucho que los de alrededor lo intentemos, no es capaz de darse cuenta de que todo eso sólo está en su mente.


Aunque es un mar metafórico, no se aleja mucho de la mar real.




Si un día ves flotar mi barca, 
intenta hacerme una señal.
Yo remaré con toda el alma
y te prometo llegar.

Las horas son viento y borrasca,
los días, un temporal,
los meses, nieve y agua helada,
la vida, una tempestad.

El Tiempo, un mar sin esperanza
casi imposible de navegar
donde el destino de mi barca
es naufragar.

Perdido en este mar
nunca aprendí a nadar.
Navego a ciegas sin rumbo
ni dirección.
Sin mapa y sin compás
mi ruta me llevará
al remolino y
la perdición.

Océano de horas muertas,
mar que no muestra el final,
surcado por noches en vela
y horas de sueño sin paz.

Desierto hecho de almas huecas,
la vida muere al intentar
calmar la sed con su agua seca
llena de sal.

No puedo descansar,
navego sin parar 
y remo contra sus olas
con la intención
de poder encontrar
un puerto para atracar
o habrá un naufragio 
en mi corazón.

Si un día ves flotar mi barca,
recuerda hacerme una señal
y remaré con toda el alma
hasta llegar...

Dime cómo escapar
muy lejos de este mar,
enciende un faro que guíe
a mi timón.
Ayúdame a aguantar
las olas que intentarán
hundir este pobre
cascarón


Perdido - (c) - YoslecYoslecYoslec