viernes, 26 de noviembre de 2021

UNA OPINION SOBRE EL MENSAJERO

Hace unos (muchos) años, unos compañeros de la universidad que estaban en uno de esos grupos-sin-fronteras llenaron el edificio donde estudiábamos con carteles en los que aparecía un niño esquelético y moribundo sobre un rótulo que decía: "El culpable eres tú". No me suelen afectar este tipo de mensajes tan evidentemente provocadores, pero conocía a la gente que lo había hecho y, además, sí me importa que exista una conciencia colectiva sobre determinados temas que nos afectan a todos, aunque ese "todos" abarque continentes enteros, así que me enfadé. Recuerdo una conversación bastante tensa con una de las chicas que había pensado aquella barbaridad. Ella, por supuesto, estaba muy orgullosa de haber "removido conciencias", pero a mí me preocupaba que el mensajero hubiera estropeado el mensaje.

Porque creo que no es culpa mía. Yo  (YO) no he ido a robar, matar, y provocar sequías al pueblo de ese niño. Sin embargo, sí sé que participo de este primer mundo manipulador y egoísta que se nutre de las rentas de pasados coloniales. Sí, y habrá que pelear para cambiar esta conciencia de colonialistas salvadores de mundos, sí, sí, sí. Pero yo (YO) no tengo la culpa de que ese niño tenga hambre. Dime cómo darle de comer desde aquí, dime qué resultados se obtienen, cuántos niños dejan de tener hambre cada vez que yo (YO) desde el primer mundo hago determinado gesto, dime cómo trabajarlo, dime cómo  lo haces tú, dime cuál es mi granito de arena, ese que unido a otros granitos hagan que el yo colectivo tenga la fuerza de una montaña. Y no esa porquería de insulto hacia mí por el simple hecho de que yo (YO) no paso hambre.

O algo así. Fue tenso.

Es la sutil diferencia entre el yo-persona y el yo-coletivo, y si enfadas al yo-persona, se rebela y no quiere saber nada del yo-colectivo. ¿Me estás llamando asesino de niños del tercer mundo? Pues me enfado y ya no quiero participar en tonterías de esas. Me pico y no respiro. Así de burdo.

En mi opinión, el mensajero se había pasado tres pueblos. Un mensaje con el que yo (YO) estaba totalmente de acuerdo (ayudar, compartir, colaborar, aceptar) me había provocado tal rechazo que renegaba de la totalidad del movimiento del yo-colectivo.

Hoy, unos (muchos) años después de aquella rabieta juvenil, estamos señalando en el calendario el día contra la violencia de los hombres a las mujeres por el simple hecho de que "es mía", o "mía o de nadie", o "la maté porque era mía", o alguna burrada de esas.

Me encantaría haber encendido la radio hoy, en este día que afecta ni más ni menos que al 50% de la población de todo el mundo, y haber escuchado cuánto cuantísimo hemos avanzado en algo tan básico como que todas las personas tenemos los mismos derechos, independientemente de nuestro género (y de otras cosas, aunque hoy hay que hacer énfasis en el género), tal y como señala machaconamente la declaración universal de los derechos humanos de 1948 (y el artículo 14 de la constitución española, por cierto, esa que, incluso siendo tremendamente conservadora, ya deja bien clarito este asunto en diciembre de 1978), y que podemos darnos con un canto en los dientes con los números fríos de cuánto hemos avanzado en la mezcla de los géneros en ámbitos como la educación, el estudio, la opinión, la decisión, etc desde hace muy poco tiempo hasta hoy. Mi madre, por ejemplo, no podía abrir una cuenta corriente sin permiso masculino (padre o marido). No hace tanto de eso, sólo un año antes de la aprobación de la consitución del 78. ¿Por qué no celebramos que hoy, una generación y media después, es impensable que ocurra? Y no por ley, sino porque está en el yo-colectivo, en la conciencia de una sociedad que asume ciertos valores como premisas para su funcionamiento, en la cabeza de mis hijos, que no entienden que su abuela tuviera semejantes trabas por el simple hecho de que no era un hombre.

Pues con mucho más motivo el hecho de la violencia contra una mujer porque sí, porque es menos que un hombre.

Me encantaría haber escuchado a las pioneras, a las luchadoras, a las que se han dejado y se dejan la piel para que sus hijas o nietas no tengan que pasar lo que ellas. Me habría encantado escuchar cuántas leyes NO hacen falta hoy en día para la igualdad porque se asumen como hechos naturales, pero que en su día SÍ lo hicieron, y que han acabado por adoptarse como algo sensato y correcto.

También me habría gustado mucho saber cuánto nos falta, cuánto hay que trabajar por conseguir que todos pensemos que la igualdad de derechos es algo natural, no una imposición, no una rareza. Me habría gustado escuchar los fallos que ha habido por el camino y saber cómo corregirlos para, de nuevo, volver a poner mi granito de arena en este proceso que está costando décadas y décadas.

Me habría gustado mucho.

Pero lo único que he escuchado en la radio, en la tele, en internet, es cómo los hombres violan, pegan, agreden, insultan y denigran a las mujeres sistemáticamente. He escuchado relatos de relaciones horribles con un lujo de detalles que sospecho que se estaban incumpliendo los límites de las franjas horarias que limitan los contenidos de los medios de comunicación. He apagado la radio varias veces a lo largo del día porque caía sangre de cada palabra.

Y siempre, al final, de nuevo, la culpa es mía. Porque si no soy machista, soy micromachista y, si no, soy cómplice. No hay más opción. Y tú, machista, eres terrorista. Y pegas a tu mujer, y violas a tus hijas, que ya no pueden salir a la calle, que ya no pueden fiarse de las miradas de ningún chico. "El hombre blanco viola", me ha dicho una mujer a la que aprecio, delante de su marido y de su hijo, ambos hombres blancos.

He escuchado a lo largo del día historias (reales) de terror, de humillación, de angustia. Y, lo siento, pero yo (YO) no tengo la culpa de que haya terroristas, asesinos, violadores, secuestradores, maltratadores o cualquier otro grado de persona-que-hace-daño-a-otra-persona. Yo (YO) intento hacer mi parte, que no es ni más ni menos que grabar determinados valores en el rinconcito ético de la personalidad de mis hijos, pero si a cambio sólo recibo este mensaje...

Hoy también estoy enfadado, como cuando aquello del cartel de la universidad. Y estoy triste, porque todas las historias que he oido eran reales. Estoy seguro de que han omitido detalles que me habrían hecho vomitar, por supuesto. Pero así, yo (YO) no puedo participar porque no tengo las espaldas tan anchas como para asumir la totalidad de la culpa, sin grados. Seguro que soy culpable de no intentarlo más, de no ser más machacón con esa educación, pero, ¿de verdad puedo asumir la culpa de que cinco malnacidos torturen a una chica simplemente porque tienen más fuerza?

No, no puedo. 

Hoy tocaba este día, pero lo mismo me pasa con todo lo demás. No puedo salvar a las ballenas, a las abejas, los mares, no puedo evitar el cambio climático, no puedo liberar a los oprimidos del mundo, no puedo acabar con las dictaduras, no puedo muchas, muchas cosas. Podría llenar este blog con todo lo que NO puedo evitar yo (YO), pero insistís e insistís en que la culpa es mía.

Es sólo una opinión, y tiene muchos matices, por supuesto, pero creo sinceramente que el mensajero, en este caso los carroñeros de la noticia escabrosa (y ni nombro a los políticos), están matando un mensaje muy necesario, y si la reacción del yo-persona que he sentido yo (YO) es igual en muchas personas, el yo-colectivo se va a quedar sin miembros, y eso, como todos sabemos, sólo lleva a la dictadura de unos pocos cuyos valores son mucho más fáciles de asumir precisamente porque carecen de conciencia.