martes, 19 de diciembre de 2017

DECLARACIONES TRAS EL ACTO

EL PADRE
Consentido por su madre toda la vida. Yo ya no tengo hijo. Para mí ya no existe. No tengo nada que decir.

LA MADRE
Criamos un buen hombre. No lo educamos para acabar de esta manera. Era un buen niño. Algo inquieto, se metía de vez en cuando en algún lío con los demás chavales del cole, pero nunca nos dió verdaderos problemas. Buenas notas, acabó la universidad sin sobresaltos, consiguió un buen trabajo...Cómo íbamos a pensar que fuera a acabar así. Supongo que las malas compañías, los amigos... ya sabe.

LOS AMIGOS
Flipando. Estamos flipando. ¿pero cómo se le ocurre? ¡No, claro que no sabíamos nada! ¿Te crees que no habíamos intentado algo para que no lo hiciera? Nos enteramos cuando lo vimos en la tele, tío, ¡qué fuerte! Rodeado de esa gentuza y todos esos periodistas alrededor. Pregúntale a su novia, que algo habrá tenido que ver.

LA NOVIA
Ex-novia. Pon ahi que de novia, nada. Ya no quiero saber nada de él. Media vida juntos y me tengo que enterar así de lo que tenía en la cabeza. Ni una vez me lo comentó. ¡Ni una! Y claro que lo habría intentado disuadir. Por supuesto. Es que era algo impensable en él. Yo le quería y de haber sabido esto, ni me habría acercado. ¡Qué asco, ya no se puede caer más bajo!

EL JEFE DE CAMPAÑA
Sí, por supuesto: ¡es el mejor candidato que nuestro partido podría desear y será un buen presidente cuando gane las próximas elecciones! ¡Y ganaremos! ¡Y levantaremos este país, y se acabará la desigualdad, la injusticia! ¡Viva la libertad, la democracia y el estado de derecho! ¡¡Gracias, gracias, espero su voto para nuestro candidato!!.

martes, 12 de diciembre de 2017

CREENCIA

Un hecho real. O casi.

Soy un turista de fiestas religiosas. Me encanta ir de pueblo en pueblo viendo esas tradiciones que mezclan paganismo con catolicismo a partes iguales, donde sacar una figura de paseo por las calles del pueblo consigue que todo el mundo se calle, o ría, o aplauda, o llore.

Y, luego, todos borrachos.

Pero no creo en nada de eso. Me parece folclórico (signifique lo que signifique eso de folclórico) y, como toda tradición, una rutina más que una devoción.

Sí creo en la gente que cree. Porque de verdad lo cree, y ese sentimiento es fuerte y se debe respetar. Por lo menos en mi opinión, que no vale más que lo que vale la opinión de un turista.

Hay fiestas que cierran el año. Estas fiestas se arriesgan a tener mal tiempo. Ya no se trata de la típica fiesta de verano en la que el pueblo tiene la opción de llenarse de turistas que aprovechan sus vacaciones para sacar unas fotos, comer, beber y dejar su dinerito en el pueblo (como yo), sino que se deben más a la tradición y tienen que apechugar con cambios de clima otoñales, el frío y la temida lluvia.

Me comentaron que uno de los pueblos de la zona cierra la temporada de fiestas el último martes de Septiembre. Ese detalle, el de fijar un día no numérico para la celebración del patrón, me parece fascinante, así que retrasé mis vacaciones de verano un poco y aproveché para ir a disfrutar de la fiesta.

Llegué el fin de semana con buen tiempo. El domingo se empezó a torcer, el lunes hacía claramente frío y, el martes, en cuanto empezó la procesión, se puso a llover. Disfruté y me lo pasé bien, pero me mojé todo lo que quise. Es una zona seca, de clima extremos, con mucho calor en verano y mucho frío en invierno, pero de pocas lluvias... excepto la semana de la fiesta del pueblo, cuando siempre, invariablemente, llueve. Quince días antes disfrutaban de 35 grados y sequía, pero en cuanto empezaron los preparativos de la fiesta, cambió el clima, bajó la temperatura y se puso a llover. Volví de allí con un buen catarro y una bonita historia que contar.

Nadie se lo tomó a mal, sino como un mal menor porque estaban acostumbrados a la lluvia de las fiestas patronales. La leyenda popular dice que la figura del patrón está cómoda dentro de la iglesia, en su pedestal, y que cuando la mueven, se enfada y llueve. Que si no la movieran, no llovería. A mi me pareció algo folclórico, un poco más de mito a la tradición, eso de que llueva siempre, pero a las fuerzas vivas que querían una fiesta turística más bulliciosa no le hacía mucha gracia. Tener unas fiestas patronales pasadas por agua no es algo muy práctico para salir a la calle, organizar conciertos, teatros, pasacalles, vaquillas, etc.

Y también está ese pequeño tema del dinero. Hay que ganar dinero durante las fiestas, hay que aprovechar, hay que traer al turista, y si llueve, no hay turista que valga. Tras años de pelea con las fuerzas más tradicionales, la presión de las fuerzas vivas consiguió cambiar la fecha de la fiesta del patrón. Tomaron como ejemplo las famosas fiestas de esa capital tan famosa en la que corren toros, que pasó de invierno a verano por presión popular con gran éxito, y el ayuntamiento aceptó pasar la fecha de la fiesta del patrón a mediados de Agosto, en plena ola de calor y sequía.

Se consultó con el párroco y se aceptó cambiar también la parte religiosa, de tal manera que toda la fiesta, tanto la religiosa como la popular, pasarían a una fecha de sequía segura.

Cuando me contaron todo esto, decidí volver a als fiestas de este pueblo y ver cómo habría cambiado una celebración popular por el simple hecho de estar más o menos llena de gente, con más o menos calor, o sin lluvia. 

Efectivamente, me encontré el pueblo lleno, a rebosar de turistas habituales y turistas que habían ido específicamente a la fiesta, como yo. El ambiente era magnífico. Casi ni se podía andar por la calle durante los días previos, así que el día de la fiesta iba a ser todo un éxito. Se prepararon conciertos, teatros, pasacalles, todo al aire libre. Y vaquillas, por fin vaquillas sin patinar. Para una zona ganadera, lo de las vaquillas era un tema importante.

Durante ese par de días anteriores a la fiesta estuve hablando con la gente y me encontré disparidad de opiniones, como no podía ser menos. Estaban los encantados de la vida, que veían aquello como una gran oportunidad de poner el pueblo en el mapa, de darle una nueva vida. 

Estaban los fiesteros, que pasan de todo y sólo quieren pasárselo bien, ya sea navidad, semana santa, la fiesta patronal o el día de la abuela.

Y estaban los tradicionalistas. Este grupo era exclusivamente local. Sólo había que invitar a unos vinos a algún habitante del pueblo con cierta edad y te empezaban a torcer el gesto. Lo achaqué a esa reacción inevitable al cambio que se da ante cualquier modificación de una tradición o costumbre. Les ponía el ejemplo de esa capital donde corren los toros y, aun así, me torcían el gesto y con un simple ademán, desechaban el tema con el convencimiento de quien está seguro de que algo se está haciendo inevitablemente mal.

El lunes se hicieron actos previos ¡al aire libre!.

El martes se sacó el patrón de la iglesia ante un público más numeroso que nunca.

Y se puso a llover.

No se puede decir que hiciera frío, pero por las noches, además del paraguas, había que sacar la chaqueta. No se habían previsto estas lluvias y hubo que trasladar los conciertos al polideportivo, suspender un día las vaquillas para aplicar los sistemas antipatinaje, eliminar los pasacalles, cancelar los actos políticos en el balcón descubierto del ayuntamiento, se recogieron las terrazas... Un desastre.

Pero lo peor fue aguantar a los tradicionalistas. Te invitaban ellos a los vinos en el bar y te decían de mil maneras diferentes aquello de "te lo dije".

Desde entonces las fiestas se celebran otra vez el último martes de Septiembre. Se prevén los actos a cubierto, se pone un mercadillo con casetas cubiertas, la gente lleva calzado cerrado y, ¿sabes qué? Pues que se lo pasan de maravilla.

Nadie ha vuelto a sacar el tema. Ni se sospecha que a alguien se le pueda ocurrir intentar cambiar la fiesta porque, de cualquier modo, habrá que mover al patrón. 

Y si mueves al patrón... Bah, que no me lo creo, y seguro que fue casualidad.

Bueno, casi seguro.

jueves, 16 de noviembre de 2017

SUICIDA

Cuando el juez de guardia llega a lugar de los hechos, la policía ya está acabando con su tarea. En una esquina, la psicóloga consuela a la mujer de la víctima, en la otra, los de la científica van recogiendo su material.

El juez se acerca al inspector al cargo y le pide un resumen. El policía lee sus notas:

- A eso de las 3 de la mañana, el teléfono de emergencias recibe una llamada de una mujer llorando y pidiendo ayuda para su marido. Los médicos de la ambulancia llegan al lugar de los hechos y se encuentran el cuerpo del hombre sentado en el sofá, pero no pueden hacer nada por él. Cuando llegamos nosotros, nos encontramos la escena que está viendo, señor juez. Tomamos declaración a la mujer, muestras y esperamos al personal del juzgado.

Efectivamente, el juez se encuentra con una escena dantesca. El cuerpo del hombre está sentado, en pijama, con una mano metida en un cuenco con patatas fritas con sabor a rayos, con la otra en el mando a distancia, los ojos desorbitados, muertos, inerte para siempre. Detrás, contra la pared, aparecen desparramados los efectos del impacto: ideas por acabar, pretensiones, sueños, esperanzas, frustraciones, obras de arte por pintar, esculturas por cincelar, novelas por escribir, música por disfrutar, vida en común, familia, amigos...

Debía de ser un hombre activo, inteligente, con mucha vida interior porque los efectos del impacto han desparramado mucho material por la pared.

El juez se acerca al cuerpo, le pasa la mano por delante de los ojos y no recibe respuesta ninguna.

En fin, piensa, hay peores maneras de dejar de vivir.

Se acerca a la mesita de la sala donde se encuentra la nota que ha dejado la víctima: "Estoy cansado. No dejo de pensar, pero mi opinión no sirve para nada. Para vivir así, prefiero vivir como los demás. Confieso que yo encenderé el aparato de televisión, nadie tiene la culpa. Adiós. Te quiero"

- Apunte - le dice al secretario -: según el relato de los agentes y las pruebas físicas (aun por confirmar según informes técnicos preceptivos), se confirma que el sujeto presenta estado de muerte intelectual. Causa: suicidio mental por sobredosis de programación de tv mediante impacto directo.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

INVISIBLE

El inspector entra visiblemente enfadado en la sala de detenciones. Los dos agentes que han traído esposado al hombre que espera sentado tienen cara de circunstancias. Saben que no conviene molestar así al jefe, pero esto les supera.

- ¿Por qué está detenido? - pregunta el inspector a los agentes.

- Un altercado - dice el más alto -. Se puso violento en una tienda de ropa en un centro comercial y montó tal follón que acabaron llamándonos.

- ¿Cómo de grande el follón?

- Pues la dependienta aterrorizada, dos seguratas con los dientes por los suelos, percheros volando, ropa desparramada... lo habitual de un pirado. Lo redujeron entre seis y cuando llegamos ya lo tenían bien atado.

- ¿Drogas, alcohol, enfermedades mentales?

- Nada, señor, una persona normal y corriente.

- Entonces, ¿a qué vino semejante histeria?

- Dice que fue a comprar una camisa, que llevaba toda la tarde en el centro comercial y que cuando finalmente la encontró y quiso pagarla, la dependienta no quiso atenderle.

- ¿Es eso cierto?

- Hemos hablado con la chica y nos jura que no le vió. Que sólo se dió cuenta de que había alguien intentando pagar cuando empezó a ponerse violento y que, claro, le contestó mal, discutieron, llamó a seguridad... vaya, que la liaron bien liada. 

- ¿Y él qué dice?

- Que se puso a la cola, que sacó la tarjeta de crédito, que carraspeó, llamó, hizo gestos y que, sin embargo, la chica no quería mirarle. Que estaban a menos de un metro el uno del otro simplemente separados por el mostrador y que ella se dedicaba a ordenar el mostrador, recoger cajas, mirar papeles y cosas así. Entonces se puso a dar golpes y cuando la chica le recriminó y le dijo que no le había visto, él se puso a gritar que estaba harto de tanto ninguneo, saltó el mostrador, cogió unas tijeras, destrozó las tarjeta de crédito, prendió fuego a su cartera, machacó su teléfono... Cuando llegaron los de seguridad tenía ya media tienda patas arriba.

- Ya... - el inspector enarca las cejas, cansado -. ¿Y para un altercado de mierda me habéis hecho venir hasta aquí? ¿Es que no sabéis meter a este al calabozo y pasárselo al juez?

Los dos agentes se miran. El alto traga saliva y el otro busca pelusillas en la manga de su uniforme. Finalmente, el alto se decide.

- Verá, señor, es que no podemos identificarlo.

- ¿Cómo que no? ¿Y el dni, o las tarjetas o algo similar?

- Todo ardió, señor.

- ¿Y con las huellas, algo de antecedentes, su nombre?

- Nada. Y se niega a hablar.

- Algo lo definirá, ¿no?

- Bueno, señor - dice el más bajo - la verdad es que hemos buscado y no hemos encontrado nada. No es una mujer, no tiene menos de 35 ni más de 45 años, no es transexual, no está en paro, no vive en la calle, no es zurdo, no lleva gafas, no está enfermo, no es inmigrante, no tiene tatuajes, no tiene piercings, no tiene anillo de casado, no está en la base de huellas de criminales, ni de protegidos, no tiene barba, ni bigote, ni los dientes torcidos o perfectos, no lleva crucifijos, medias lunas, estrellas, símbolos religiosos de ningún tipo, no entró en tiendas de esoterismo, comida sana, deporte o estética, no tiene coche...

- Maldición - dice el inspector -, creo que ambos tienen razón: la dependienta no lo pudo ver.

- ¿Cómo puede ser eso, señor?

- Está bien claro: no es nadie.

miércoles, 30 de agosto de 2017

MIS MANOS

Tengo dos manos. Cada mano, cinco dedos. 

Mis manos son lo que más veo cada día desde que nací. Están delante de mí. Cogen las cosas, teclean, tocan, trabajan siempre delante de mis ojos. Es normal que conozca bien mis manos.

Mis manos no han tenido grandes castigos. Un dedo un poco torcido por un balonazo, una cicatriz casi invisible en la mano derecha, un reloj al final de la izquierda.

No son manos que hayan trabajado. Mis manos teclean, dibujan, pulsan, tocan, pero no golpean, no arañan, no se agarran con todas sus fuerzas. No son manos para el campo, para el ladrillo, para la máquina. Nunca lo han tenido que ser, no saben cómo serlo. Puede que algún día lo tengan que ser.

Mis manos son, por lo tanto, manos jóvenes. 

Mis manos son las mismas manos que llevo viendo desde que recuerdo. 

Ayer mi hijo pequeño me cogió de la mano con su mano.

Pero la mano que vi en la suya era la mano arrugada de una persona mayor. No era mi mano. No reconocí mi mano. De golpe estaba áspera, torcida, torpe, avejentada y con aspecto de estar bastante cansada.

Hoy, mientras tecleo, miro mis manos. Vuelven a ser mis manos. Se mueven rápidas sobre el teclado, ágiles y con un repiqueteo rítmico de los dedos. Son mis manos de siempre.

Pero dudo de si realmente veo mis manos y cojo a mi hijo de su mano.

Y comparo.

Y al comparar, empiezo a comprender realmente cómo son mis manos.

lunes, 21 de agosto de 2017

EN AQUEL BAR

Una reflexión.

Hace unos cuantos (muchos) años, estábamos embutidos entre la masa formada por guiris y locales dentro de un estrechísimo bar a horas relativamente intempestivas intentando que los camareros nos atendieran y nos sirvieran unas cervezas.

La música estaba a tope, la gente gritaba al oido del compañero para poder entenderse (aunque a esas horas, no sé yo si nadie se entendía mucho) y el ambiente estaba cargadísimo de todo tipo de olores, masas, luces y demás sensaciones que a esas horas te parecen de lo más normal.

Posiblemente estaría sonando por los altavoces la canción de moda de aquel año. No había llegado el reguetón, no había llegado todavía el dans, no habían llegado muchas cosas de esas, pero podemos decir sin equivocarnos que el ambiente generado en aquella época y el actual es el mismo, con la diferencia del tabaco, por supuesto.

De pronto, se fue la luz.

Silencio.
Oscuridad.

Algún borracho empezó a protestar, otros a reírse, otros a aplaudir. Cualquier ruido gracioso valía, pero de allí no se iba nadie.

En pocos instantes, antes de que nadie pudiera decidir nada (claro, con la copa en la mano no te ibas a escapar), los camareros sacaron velas (¡VELAS!) y empezaron a iluminar toda la barra. Siguieron sirviendo copas, cervezas y cobrando a su ritmo, así que si ellos no iban a parar, los demás, tampoco.

Entonces ocurrió algo muy curioso: alguien empezó a cantar. No recuerdo qué canción. Seguramente alguna canción marinera, alguna cosa de esas que sólo te atreves a cantar cuando la cerveza te impide ver el ridículo que estás haciendo ("y cómo es él" de José Luis Perales, o "sigo siendo el Rey" de José Alfredo Jiménez, pero nunca "Asturias patria querida", que nadie se la conoce más allá del inicio), pero era una de esas canciones que casi todo el mundo se sabía.

Y los demás siguieron cantando. Una canción, otra canción, aplausos, otra canción, unas risas...

No recuerdo cuánto duró aquello, pero sí recuerdo que cuando volvió la luz, volvió la música y volvió el ambiente de "bar de moda", se escuchó un sonoro "ooooooooooh" por parte del personal. Cierto que no duró mucho, pero se escuchó claramente. Creo que todos sentimos esa sensación de perder nuestra fiesta. Nuestra, exclusiva, colectiva dentro de un recinto propio, diferente a lo que te podías encontrar en el bar de al lado.

Me acuerdo de aquello ahora porque me dicen (hoy) los chavales que se aburren. Que les diga qué hacer. ¿Yo? ¿Decirles qué hacer? ¿A unos chavales? ¡En mi vida he pedido yo que me dijeran qué hacer para no aburrirme! Y eso que me he aburrido todo lo que me ha dado la gana y más, como todo el mundo, pero jamás se me habría pasado por la cabeza pedirle a mi padre que me dijera qué hacer para divertirme.

Así que cada vez que oigo una cosa similar, me preguntó qué harán estos chavales míos cuando estén en un lugar de fiesta y se les vaya la luz. 

O cuando quieran cantar y no tengan música.

O cuando quieran hacer algo y no sepan cómo ni qué.

Habrá que probarlo.

miércoles, 12 de julio de 2017

FE

Cuando los de la Brigada para la Libertad Religiosa derriban mi puerta, yo ya les estoy esperando cómodamente sentado a la mesa de la cocina. Me estoy tomando el que, posiblemente, sea mi último café en mucho tiempo. Me he preparado unas tostadas con su mantequilla y todo. También me he puesto ropa cómoda, pero resistente. Sé que me esperan muchos días de calabozo e interrogatorio. Sé qué tipo de interrogatorio va a ser, y lo sé porque hasta esta misma mañana yo he sido inspector de la Brigada para la Libertad Religiosa.

Me lo olía desde hace tiempo, pero no he sabido que vendrían a por mí hasta que esta tarde he llegado a casa y me he encontrado una pintada en la puerta: Hereje, ponía. Hereje. Hay que joderse. Ya no sabemos ni utilizar las palabras. Por lo menos la han escrito con "H", que ya es mucho. Me definiría más bien como ateo, pero es que eso del ateísmo todavía (insisto: todavía) no está penado por la ley y lo de hereje suena mucho mejor para la prensa.

Para ser culpable de herejía hay que discrepar estando en la fe o haber pertenecido a una de las congregaciones, y de todos es sabido que yo no pertenezco a ninguna. Es cierto que de pequeño seguí un poco la Doctrina. Recuerdo domingos en familia acudiendo al Templo e incluso disfrutando de la ceremonia, pero siempre he preferido pensar que era por estar con la familia, no por la creencia o la ceremonia en sí misma. Por lo tanto, no puedo ser hereje. Quizá mi abogado (si me conceden uno, claro, que esa es otra historia...) intente seguir por esta línea de defensa, pero dudo mucho que ahora mismo haya abogados dispuestos a defender con ganas a un acusado de Herejía.

Tampoco es que me entusiasme mucho lo de ser libre en un país donde la Herejía está penada con la perpet... Perdón: con prisión permanente revisable.

Los primeros que entran son los del Grupo Especial, esos que van de negro, con el casco, el chaleco, las luces molonas, las gafas superchulas y toda esa jerga de "afirmativo, te copio, oquei, negativo, repito, negativo" y esos gestos que hacen con las manos para hablar como los sordos. La cosa es que cuando derriban mi puerta no actúan en silencio. La diferencia entre las casas de las películas y mi casa es que yo vivo en un piso normalito, con muchos vecinos, un edificio vejete que tiene los suelos de terrazo y la escalera abierta a todos los rellanos. Vamos, que se escucha todo. Si alguien está hablando en el portal, los del cuarto nos enteramos de todo. Y si lo que entra por el portal es una manada de bestias de 2x2 armados hasta los dientes, por mucho que no hablen, se les oye subir.

¿Sabes qué pasa si dejas la puerta abierta y le dan con un ariete? Pues eso, que no se rompe, sino que rebota y le vuelve al del ariete a toda velocidad. No influye en el resultado final, pero ver el salto que pegan cuando ven la puerta volver mola un rato y aprovecho para sonreir con todos mis dientes (los echaré de menos).

Como no quiero darles motivos, he dejado mi placa y mi pistola encima de la cocina, muy lejos de mi alcance, pero a la vista de los que entran. Nada de dispararme en defensa propia, no, no, no, no. Aun así, me lanzan una descarga eléctrica. Estoy sentado con las manos sobre la mesa, los pies separados, la cara levantada hacia ellos, sin elementos peligrosos a mi alcance (un tenedor, por ejemplo, o una espumadera, o un temible palillo para los dientes) y no tienen otra idea que derribarme a descargas. ¡Que la puerta estaba abierta y ya me había rendido, joder!

Pero da lo mismo: son los del GE, y tienen que comportarse como GE, que para eso les pagan.

El inspector encargado de detenerme es un chico joven, nacido en la época dorada de los Ídolos, no como yo, que todavía recuerdo a los de la Doctrina trabajando únicamente por placer. Lo he tenido de refuerzo esta última temporada mientras estábamos investigando lo de la secta LFP, pero tengo la sensación (ya no: ahora tengo la certeza) de que es un adepto que ha caído en la fe y me ha denunciado. Nunca lo sabré porque las acusaciones de herejía pueden ser anónimas. Lo malo de este caso es que si ha sido él tendrá muchísimas pruebas contra mí. Para empezar, cuánto nos hemos reído de las siglas de esta mierda de secta: Laxos y Fofos Penes, Locos Feos y Palurdos, Los Falsos Profetas, Laca Fijador y Peluca, Lerdos Fantasmas Pichaflojas, etc, etc, etc. En la brigada siempre hemos hecho algo similar con las sectas a las que hemos investigado porque le quita seriedad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de fe, y la fe es algo tan intenso que sobrepasa a la propia persona que la tiene. Nos tomamos nuestros casos en serio, pero siempre es necesario un desahogo. Ahora mismo todo desahogo adoptado en el caso de la LFP será considerado Herejía.

Lo siguiente es destrozar mi piso en busca de pruebas. Seguro que las hay. No sé dónde ni cuáles, pero estoy seguro de que un buen investigador encontrará todo tipo de pruebas más que concluyentes de mi Herejía. Yo también lo hacía y era bastante bueno. Por si acaso, les he dejado mis discos de memoria y ordenadores bien a la vista, no sea que buscando, buscando, prendan fuego al piso. No es que tenga la romántica idea de que vaya a volver a ver este piso en mi vida, pero es que me queda mucha hipoteca por pagar y mi única opción de librarme de esa carga desde la cárcel es vendiéndolo. También tengo la opción de alquilarlo. Sé que hay una buena demanda de pisos de este tipo en los que han vivido herejes y a lo mejor me puedo agarrar a esa opción. No sé, a ver qué sale de esto.

No soy muy experto en casos de Herejía. La Brigada para la Libertad Religiosa se formó específicamente para proteger a la gente de charlatanes con la habilidad suficiente para saquear fortunas. Nos dedicábamos a rastrear el dinero que se iba acumulando en empresas que únicamente vendían Fe. Muchas veces actuábamos de oficio para comprobar que tal o cual congregación religiosa no estaba destinada a sacarle los cuartos al personal. Sobre todo le dedicábamos muchas horas a los datos contables más que a los datos personales o de fe, pero los casos más complicados solían llegar mediante denuncias de particulares. Habitualmente, algún hijo o nieto que ve cómo su padre o su familiar más cercano empieza a donar generosamente su tiempo y dinero a determinado grupo en particular.

Es fácil vender la fe, si sabes cómo. Hay que tener habilidad y saber encontrar esos núcleos de gente descontenta o desilusionada, además de disponer de los recursos suficientes para que tu negocio empiece a andar. Si todo iba bien, abortábamos (no sé si la Doctrina permite utilizar este término todavía, a lo mejor me estoy metiendo en otro lío) el negocio en su fase inicial, cuando el grupo empieza a convertirse en congregación.

Cuando empecé en esto y no era más que un novato con placa, había un grupo de veteranos provenientes de otros departamentos mucho más duros que no dejaban pasar una y que siempre me hacían la misma pregunta: ¿cómo sabes que es una secta y no una religión? Nunca me lo dijeron, los muy cabrones, y se reían de mí si empezábamos a meter la nariz en un grupo acosándome con la preguntita. ¿Y si es una religión? ¿Y si no es una secta? ¿Y si es la fe verdadera? ¿Y si estás atacando a la única verdad? Me volvían loco.

Durante mucho tiempo me creí aquello de que la diferencia entre religión y secta era su finalidad y el número de adeptos hasta que una vez desmantelamos violentamente un grupo que tenía sedes, delegaciones y una infraestructura legal totalmente asentada con cerca de un millón de adeptos en todo el continente. Nos coordinamos en diferentes países, entramos de noche, les desmontamos el chiringuito y, hala, a otra cosa. De la noche a la mañana, un millón de personas pasaron de ser creyentes a ser un millón de primos engañados por un charlatán. Y sanseacabó. No dieron más problemas, lo que me llevó a pensar que la diferencia no puede estar en el número de adeptos.

Ahora lo sé, pero hace diez años todavía no lo sabía, y eso que es una lección básica de la formación para entrar en la Brigada para la Libertad Religiosa, pero, seamos serios: ¿quién hace caso de la formación?

Pues eso.

El traslado hasta la comisaría es incómodo porque tengo los pantalones mojados. Como sabía que venían a por mí y qué le ocurre a los esfínteres cuando te dan una paliza o una descarga, he tenido la precaución de no beber mucha agua y orinar mucho mientras les he estado esperando. Creo que en mi cuerpo sólo tengo el poco café que me he bebido justo antes de que entraran y he conseguido no hacerme pis encima mientras me pateaban un poco en el suelo. Evidentemente, como no he mojado mis pantalones, uno de la GE lo ha hecho por mí entre las risas de sus colegas.

Sé quién es, lo ha hecho otras veces conmigo al cargo y tengo sus datos. No le guardo rencor, pero en cuanto tenga acceso a un terminal de ordenador (supongo que en la cárcel al final del juicio, hacia el año que viene, pero no tengo prisa), voy a comerme sus finanzas, falsear su ficha, arruinar su vida y cargar de deudas a todos sus herederos. Para mí es fácil y toda la brigada lo sabe. No entiendo cómo se puede ser tan tonto. El agente que me traslada hasta el furgón sí lo debe de saber porque se comporta correctamente conmigo mientras me baja cuatro pisos por la escalera. Buen chico. También sé quién es. A la familia de este no le haré nada.

Insisto: a la familia.

Acabo en la sala de interrogatorios de la Brigada (sólo hay una, que no somos los de Delitos Económicos) un poco magullado y esposado a la mesa. Curioso acabar aquí, ya que estoy seguro de que toda esta porquería comenzó en esta misma sala hará más o menos diez años. Es como muy poético esto de cerrar círculos. Queda bonito cuando lo cuentas, pero no hace la menor gracia tener la nariz rota, los oidos zumbando, el cuerpo morado y oler a pis de otro. Y eso no es parte de ningún círculo poético.

Aquel hombre que puso la denuncia se podía haber quedado en su casa. O haber venido en un turno que no fuera el mío. O haber venido un día que yo no hubiera estado tan cabreado con el mundo en general. Ni me acuerdo de por qué estaba tan enfadado aquel día . Supongo que siempre estaba enfadado, que para eso me pagaban.

Puso la denuncia en ventanilla. Ni onlain, ni nada: en ventanilla. Vino hasta la comisaría a poner la denuncia con sus propias manos, a decir las cosas con su voz y a firmar con un boli azul. Con un par.

Lo malo es que el funcionario que le atendió tuvo tiempo de ver lo que iba escribiendo en su denuncia y le pidió que esperase un poco, que iba a llamar a un superior. A mí. Tuvo que llamarme a mí, que aquel era mi tercer día seguido de turno, segunda noche sin dormir, más puesto de cafeína que de nicotina, (o al revés, ya no me acuerdo), harto de darle de palos a un profetilla de barrio que había desvalijado a una jubilada y tan cansado que cualquier cosa me habría tumbado al suelo.

Leí la denuncia lo menos seis veces. Me asomé a la zona de espera para ver si aquel tío era un bromista, algún colega bromista, pero resultó un completo desconocido, un señor de lo más vulgar, sencillo, aburrido. Su denuncia estaba correctamente escrita, muy bien expuesta, sin incongruencias. Imposible rechazarla. El funcionario de ventanilla me miraba de reojo, asustado y a la vez aliviado de haberse quitado la responsabilidad de encima. Yo todavía podía librarme de esto si conseguía que aquel hombre no tramitara la denuncia. Le llamé y pasamos a la sala de interrogatorios. Sí, a esta misma sala, qué cosas.

Era un hombre correcto, inteligente y bien educado. Creo que estaba más asustado que yo, pero se notaba que tenía su decisión bien tomada. Le pregunté por qué y, mal que bien, me fue contando su historia.

Había nacido en una familia perteneciente a la Gran Familia Blanca, que es una de las familias de la Doctrina de la LFP (limpios felices perturbados), posiblemente la más poderosa. Todos los domingos iba al Templo y seguía a sus ídolos y profetas sin dudar de sus palabras ni de sus actos porque eran gente de la Familia Blanca que iba adquiriendo la habilidad y el conocimiento para ir subiendo dentro de la estructura y que daban ánimos a los adeptos como él cada vez que conseguían un logro importante para el grupo. Así se convertían en ídolos de los que nadie dudaba. Poco a poco los ídolos se fueron convirtiendo en Profetas, cuyas palabras y actos no sólo no son cuestionables, sino que son doctrina. Si el Profeta dice que ama a la Gran Familia Blanca porque es una verdadera familia, nadie lo duda y se convierte en ley.

Nuestro hombre se sintió un poco extraño cuando los profetas empezaron a llegar desde otras congregaciones o diferentes familias. Se suponía que los ídolos habían amado a sus anteriores familias. ¿Cómo los podían abandonar? Era conocido que sus antiguos seguidores les insultaban, renegaban de su doctrina y les impedían volver a sus antiguas casas. ¿Es eso correcto? Sí, decía el Padre de la Gran Familia Blanca: ha huido y viene a la verdadera congregación de la Doctrina, donde estará a gusto y le amaremos eternamente.

Y nuestro hombre se lo creyó. Y lloró mucho cuando algún Profeta huyó a otra familia. Sufrió, rompió sus imágenes, quemó sus publicaciones, renegó de todos los años de amor hacia aquel ídolo caído, convertido ahora casi en un demonio. Pero nunca dudó de las explicaciones del Padre.

Tampoco dudó cuando la liturgia empezó a hacerse insoportable. En los medios de comunicación se hablaba más de los Profetas que de sus enseñanzas, más de los Ídolos que de sus acciones durante toda la semana, desde que acababa la liturgia de un Domingo hasta que comenzaba la liturgia del Domingo siguiente.

Su fe empezó a flaquear cuando, agotado y casi sin poder pagar la entrada al Templo, las ceremonias empezaron a realizarse también otros días. De vez en cuando surgía una celebración extraordinaria y había que asistir al Templo. Incluso a los Templos de las otras familias. Si había que pagar atobuses, aviones o barcos, se pagaban. Se hipotecaban las viviendas, se retiraba el dinero de las cuentas, todo por la verdadera fe de la Doctrina, y si uno vive solo a lo mejor se lo puede permitir, pero nuestro hombre tenía una familia con tres niños pequeños que tenían que comer. Un día se encontró dudando si comprar el acceso al Tempo o ahorrar para los niños y su fe se empezó a resquebrajar.

La duda es el primer síntoma de desintoxicación. Nuestro hombre empezaba a cuestionar su fe, que es el paso más grande.

Aun así, siguió adorando a los Ídolos y Profetas, que cada vez venían de más lejos y duraban menos tiempo dentro de la Familia Blanca o de cualquier otra Familia de la Doctrina que, sin embargo, no veía con malos ojos aquel baile tan extraño para los creyentes.

Los días de celebración de la Doctrina pasaron a llenar toda la semana. Fue duro al principio ver cómo los demás devotos asistían al templo y él no podía permitirse su asistencia. La grieta de la duda empezó a ser permeable.

El colmo, me dijo, fue cuando las diferentes familias de la Doctrina de la LFP (Lógicos que Finalizan por el Principio) empezaron a traficar con  la fe de los niños. Es tradición que cada familia eduque a sus hijos en la fe que profesan y que poco a poco vayan eligiendo una familia. No es extraño que en una misma casa convivan miembros de diferentes familias, pero siempre como opción, y no como adoctrinamiento agresivo. El hijo menor de nuestro hombre, de unos tres años, cayó en una profunda depresión cuando la Gran Familia Blanca sufrió un fortísimo revés en el extranjero. Quizá un adulto sufra, pero sabe gestionar el dolor (más o menos, que en todas las casas cuecen habas y conocemos casos de peleas y divorcios por estos motivos), mientras que un niño sólo puede sentir que el mundo se acaba y quería morir. ¡Con tres años!

Al poco tiempo, encontraron en la habitación del hijo mayor, de unos seis años de edad, un uniforme completo para la liturgia de la familia Roja y Blanca. No sabía de dónde había salido ni quién había podido lavar el cerebro de su hijo de tal manera y nuestro hombre se rompió.

Tardo meses en decidirse, pero cuando tomó la decisión, acudió a comisaria y redactó la denuncia contra toda la LFP acusándolos de ser una secta peligrosa que atentaba contra la libertad religiosa.

La LFP (Listillos, Fanáticos y Peligrosos), ni más ni menos. Nada de una facción herética o unos imitadores. Nada de una familia completa, no: vino a denunciar a toda la LFP con todas sus Familias, facciones, subdivisiones, etc.

¿Y quién estaba allí para atenderle, muerto de sueño y con ganas de pillar la cama y acabar su turno? Pues un servidor, efectivamente. Tendría que haberlo mandado a freir monas y explicarle que la LFP era una creencia perfectamente legal, que tenía sus fanáticos y sus creyentes moderados y, sobre todo, que tenía mucha mucha mucha mucha pasta y, por lo tanto, muchos muchos muchos muchos abogados.

Pero no: firmé la entrada, emití el sello, le di una copia y, hala, a la cama, que mañana será otro día.

Mientras me acuerdo de aquello se abre la puerta de la sala de interrogatorios y entra el jefe. Sin decir ni mú, se acerca a mí y me suelta tal bofetón que se le han tenido que romper un par de dedos. Por entre el zumbido de mis oidos enfoco un ojo en su cara y veo que está congestionado. Supongo que si pudiera, me mordería, pero no le da tiempo porque de inmediato entran dos agentes de uniforme, lo tumban sobre la mesa y, para mi sorpresa, le ponen las esposas y se lo llevan detenido.

Durante una millonésima de segundo, atontado y sin poder razonar demasiado, pienso que aquellos agentes han detenido al jefe (a su propio superior) para evitar una tortura que me llevase a la muerte, pero me da un ataque de risa al pensarlo porque eso nunca ha sido excusa. Anda que no se ha muerto de manera natural gente en esta sala. Buf, ni sé decirlo.

Seamos gente seria, que esto es una historia seria: se llevan al jefe detenido porque el tema que he liado es tan gordo que se van a cepillar a todo el que haya tenido alguna relación con este caso. Y él permitió que yo hurgara en el tema.

Al día siguiente de sellar la denuncia contra la LFP (Liendres Faltas de Pelo) me arrastraron (metafóricamente, que todavía era inspector, no nos adelantemos) hasta el despacho del jefe, donde tuve que aguantar una de las broncas más espantosas de mi vida. Creo que estuvimos cerca de una hora discutiendo sobre la viabilidad del caso contra la LFP y al final, no sé cómo (no, en serio: ¿cómo lo hice? ojalá lo supiera para poder repetirlo), me concedió dos días enteros para montar las líneas maestras de este caso. Si al final de esos dos días no aparecía con un caso sólido, perderíamos la denuncia entre otros millones de papeles y no volveríamos a nombrar este caso.

Bah, fácil. Con cinco minutos me sobraban, pero aun así, durante aquellos dos días trabajé como un animal recopilando datos que sustentaran la idea de que la Doctrina era (no era: lo es, como ha quedado demostrado conmigo) una secta peligrosa que atentaba contra la libertad religiosa.

Tampoco él tenía muy buena cara cuando nos reunimos a los dos días. Se sentó a esperar una avalancha de datos y cifras, pruebas y líneas de investigación, acciones y trampas legales y no sé qué cosas más, pero yo aparecí allí con las fichas de los veinte Padres de las Familias principales de la LFP. Material muy sensible, sí, pero disponible si sabes moverte un poco por el laberinto de la burocracia informática de las fuerzas y cuerpos de seg... bueno, de la poli. De mi casa. O lo que era mi casa.

Veinte fichas con dos caras. En una, la cara oficial de cada líder espiritual, con sus hazañas y heroicidades. En la otra, el listado más completo que había podido redactar de los delitos por los que podríamos meter en la jaula a aquellos (supuestamente) criminales. Todos, insisto: TODOS estaban siendo investigados por delitos económicos. Todos tenían antecedentes de irregularidades empresariales. Alguno ya había pisado la cárcel. Una banda de cantamañanas, sacacuartos, charlatanes de feria capaces de vender frigoríficos en el tristemente desaparecido Polo Norte. En este caso, Fe.

Como siempre, todos los delitos importantes se rastrean siguiendo el botín.

Podríamos haber ido a por todos ellos a la vez, pero somos una brigada muy modesta, sin medios ni credibilidad ninguna dentro del cuerpo, así que el delito no podría ser el de atentado contra la libertad religiosa, sino el económico. ¿Y quienes se ocupan de eso? Pues los chavalotes de al lado, los de la Brigada de Delitos Económicos. Tampoco es que sean los de Anticorrupción (esos sí que están todo el día currando, qué máquinas), pero por lo menos tienen más salas de interrogatorio que nosotros.

Para no asustar al personal, contactamos con ellos y les pasamos el caso de uno de los Padres de una congregación modesta. No recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo es que cayó como un pajarito. Tenía pufos hasta en los pufos. No había manera de sostener su caso y lo atrapamos bien atrapado. Corrijo: los de Delitos Económicos lo atraparon. Les montamos el caso y se lo pasamos bien masticadito, así que, evidentemente, se llevaron todos los méritos y la gloria.

Los cuatro gatos de la Brigada lo celebramos con una cervecita en el bar de la esquina, medio escondidos y brindando bajito.

Aun así, se montó un buen escándalo. La Familia de aquel padre congregó a sus fieles y consiguieron organizar una manifestación tan grande que algún que otro político se echó a temblar. Por suerte no fue a más, pero aprendimos que, por muy modesta que sea la Familia a la que pertenezcan, tienen a toda la LFP (Lechuguinos Feos y Pelones) detrás apoyándoles.

Ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de que ellos reaccionaron bien. Tenían muchísimo más poder del que nos imaginábamos (y nos imaginábamos mucho, que conste), pero según pasaba el tiempo fueron cayendo sus líderes uno tras otro haciéndonos creer que les estábamos machacando. Ja. Ya.

Este periodo pudo durar unos cinco años, más o menos. Atrapábamos a uno de los padres, se montaba un escándalo, ponían otro padre y así estuvimos más o menos entretenidos toda aquella etapa. Lo que no vimos. Perdón: lo que no vi fue el movimiento subterráneo que se estaba produciendo. Y creo que no me habría dado cuenta de no ser por aquel día que llegué a casa sonriendo y con ganas de celebrar otra detención con mi familia (oh, sí, mujer y dos hijos, como todo buen funcionario) y me encontré las maletas en la puerta. Más bien la maleta, en singular. Así, sin avisos de ningún tipo, sin malas palabras, sin una simple discusión que me llevara a pensar que había problemas en casa. Nada de nada.

Monté un escándalo que no voy a justificar. ¿Para qué? Aporreé la puerta, chillé, amenacé, lloré, supliqué... Acabé en el calabozo, claro. Bueno, no. Acabé sentado con el sargento de guardia echando un cigarro con las esposas puestas, pero no me llegaron a meter en el calabozo. Al fin y al cabo, éramos compañeros. Y no era el primero que llegaba a casa y se encontraba las maletas.

Mi mujer accedió a hablar conmigo, pero siempre con un abogado delante. De los niños, nada de nada. Ni verlos. Ni una nota, ni un mensaje. Nos sentamos a una mesa larga y el abogado me fue explicando muy amablemente cómo su representada (mi mujer, coño, mi mujer) solicitaba el divorcio y una orden de alejamiento contra mí alegando violencia contra la libertad de las creencias religiosas.

¡Y olé!

Como es fácil suponer, le tengo cierta manía a eso de las sectas, pero es que también se me ha ido un poco la mano con el tema de las confesiones organizadas alrededor del dinero, y en mi casa he sido muy estricto. No creo haberme puesto violento ni nada similar, pero sí he dejado claro que nada de creencias raras, por lo menos mientras los niños fueran pequeños.

De boca de aquel abogado me enteré de que mi familia iba al Templo de la Gran Familia Blanca todos los domingos que me tocaba guardia. Y seguían a su líder, y adoraban a los Ídolos de cada temporada con tal devoción que mis propios hijos empezaron a tenerme miedo por si me daba cuenta de su Fe. Aprendieron a no hablar del tema, a callar, a estar ocultos bajo esa apariencia de normalidad que dan los horarios del cole mezclados con turnos de policía. Un desastre.

Me acusaron de ultraje a la libertad de creencias por haber destrozado un icono de un ídolo de la Gran Familia Blanca. Yo no lo recordaba, pero por lo visto un día encontré alguna estampita de uno de los ídolos por casa, la rompí y tiré los pedazos a la basura. De verdad que no lo recuerdo, pero puede ser cierto. Sí recuerdo que mi hijo mayor estuvo triste durante una buena temporada y que me dejó de hablar, pero nunca lo relacioné con lo de la estampita. En resumidas cuentas: que atenté contra la libertad de opciones religiosas de mis propios hijos.

No los he vuelto a ver y creo que cuando sepan que estoy esposado y que voy a ir a la cárcel acusado de Herejía no van a llorar mucho.

Al perder a mi familia me di cuenta de que la estrategia de la Doctrina de la LFP (lúgubres fantasmas pútridos) había sido la de intensificar su acción propagandística. Su poder económico les permitía el lujo de sacrificar un padre tras otro consiguiendo aparecer como víctimas de una cacería y, además, distraernos de nuestro objetivo principal: su erradicación.

Invirtieron en horas de televisión, informativos, libros, vídeos, canales específicos para la expansión de la doctrina, difusión internacional, templos erigidos por arquitectos de primer nivel, actos de congregación mundial, acoso y derribo al sistema educativo tradicional y, sobre todo, absorción de niños, muchos niños. Los niños aprenden lo que ven y esta gente les ofrecía dibus, juegos, última tecnología en canales de comunicación y relaciones comerciales de alta intensidad, incluso casos burdos de propaganda para sembrar la idea de la Doctrina en los niños.

Los niños crecerán y serán la Doctrina. Es fácil de entender.

Directamente les acusamos de ser una Secta, pero montar un caso semejante contra tal infraestructura es muy difícil (imposible, como ha quedado demostrado) y nadie quiere aparecer en el bando perdedor. Durante varios años intenté cambiar la estrategia de la Brigada y atacar a la base, cortar su sistema propagandístico, pero nuestra sección fue poco a poco perdiendo presupuesto hasta quedarnos casi sin bolígrafos. El resto de divisiones ya no nos ayudaban y yo veía impotente cómo el sistema iba permitiendo que esta gentuza campara a sus anchas saqueando nuestros bolsillos.

Aquí sentado me empieza a doler casi todo el cuerpo. Se me deben de estar enfriando los lugares donde me han atizado y ya no sé cómo ponerme. Me duele mucho la bofetada que me ha soltado el jefe porque en cierto modo me la merezco. Y bien merecida, qué carajo. Debería haber sido más contundente desde el principio. Y no sigo por ese camino.

Se abre la puerta (no sé cuántas horas llevo aquí) y entra alguien a quien realmente no me esperaba: el Padre Supremo, líder de la doctrina de la LFP (libertinos fondones perezosos). Casi, casi debería considerarlo un honor. El mismísimo artífice de todo el chiringuito, el que ha convertido todo aquel batiburrillo de seguidores en lo que es hoy.

Se sienta delante de mí y me empieza a decir cosas como que se alegra de conocerme en persona por fin (claro), que he sido un rival digno (sí, más claro), que la lucha ha sido encarnizada pero justa (sí, seguro que él ha perdido a su familia, trabajo, futuro y apesta a meados de poli) y que la Doctrina me debe mucho.

Que me debe mucho. A mí. Yo lo flipo con estos comecocos. No entiendo cómo la gente no se da cuenta de lo zumbados que están.

Sonríe. Creo que adivina lo que estoy pensando porque me explica que fui el primero en darse cuenta de que su debilidad era la economía individual de cada uno de sus padres (charlatanes, prefiero decir) y que les ataqué de una manera que a punto les hizo caer y volver al tiempo del inicio de la Fe, cuando la LFP (Los Follacabras Peludos) no controlaba aun la Doctrina que se dictaba en los Templos. Por lo visto les hicimos mucho daño con el dinero, pero cuando les acusamos de ser una secta, hicieron aquello de adaptarse (aquí es cuando se me pone a explicar no sé qué filosofía oriental (siempre es oriental, si no, no vale) sobre el junco, el árbol, la forma del agua y no sé qué rollos más que no consigo captar porque sólo pienso en arrancarle la nariz de un mordisco) y amplificaron el tema. Primero, intensificando la difusión de su Palabra (así, con mayúsculas) hasta conseguir una buena base de fieles y, luego alegando que no eran una secta, sino una Religión.

O sea que les di la idea. Qué bien. Ahora sí que le quiero arrancar la cabeza de cuajo.

Y se ríe. Se ríe. Abre las manos, muestra las palmas y me mira. Sí, entiendo que me está diciendo que es irónico que yo, inspector de la Brigada para la Libertad Religiosa, haya acabado detenido por atentar contra la misma.

Ah, es que se me ha olvidado decir que no sólo consiguieron que se les considerase una religión, sino que por aclamación popular (sí: una aclamación como nunca antes se había oído en este pueblo) pasaron a ser La Religión Oficial del estado, de obligado respeto. Que puedes ser ateo, pero que la llevas clara si lo dices. Y si te metes con ellos, pues vas de cráneo porque eres un Hereje.

Y esta, me dice, es la verdadera diferencia entre una secta y una religión.

Creo que se da cuenta de que estoy derrotado. Supongo que ha venido para eso, para comprobar que el último pequeño enemigo que les quedaba ya no les iba a molestar mas.

Se pone en pie, me mira con auténtico asco (sí, debo de oler mal) y hace como que se va, pero en la puerta se gira (mala imitación de Colombo, si ya digo yo que son unos cantamañanas con pasta) y me dice que me tiene que pedir una cosa que le molesta como un zumbido de mosquito: que deje de hacer chistes fáciles con sus siglas, por favor, y que les llame de una vez por todas por su nombre: LFP, Liga de Fútbol Profesional.









jueves, 29 de junio de 2017

CONVERSACIÓN DE ABUELAS

Resumen de una conversación de hace poco tiempo por dos abuelas sentadas en un banco.


- Pobre nieto mío - suspira la primera -. Años y años estudiando para esto...

- Como el mío - le contesta su amiga.

- ... y tantos sacrificios y horas y horas intentando montar un pequeño negocio para esto...

- Como el mío.

- ... y se me ha ido al extranjero a trabajar...

- Como el mío.

- ... dejando aquí a la familia, a los amigos, su casa hipotecada...

- Como el mío.

- ... para convertirse en lo que fue su abuelo: un emigrante.

- Como el mío.

- ¡Ah, no, eso sí que no! - exclama indignada.

- ¿No?

- ¡Pues claro que lo de tu nieto no es igual que lo del mío! Tu nieto no es un emigrante.

- ¿Y por qué no? Años estudiando, años intentando salir adelante por una miseria, una hipoteca, una familia que ha tenido que dejar atrás para ir a trabajar al extranjero... ¿En qué se diferencia del tuyo?

- Es que el tuyo es arquitecto y los he visto en la tele y con lo que cobran, si se ha ido al extranjero será para ganar más, no porque lo necesite, así que no cuenta. ¡No es lo mismo!

La segunda abuela no tiene argumentos y se calla porque nunca se le ha pasado por la cabeza ni imaginar que su nieto el arquitecto ha ido al extranjero a cargar cajas y limpiar retretes.

Ella también ve la tele y sabe que eso no puede ser.

miércoles, 21 de junio de 2017

LA HORDA

La temporada de la Horda acabará en menos de una semana. Se retirarán los guardias de seguridad, se guardarán las vallas, peajes y taquillas que actualmente cierran el Centro en vías y puentes, y se dejará tránsito libre para que los ciudadanos podamos volver a tomar posesión de las calles, edificios y paisajes que durante la temporada de la Horda no podemos pisar, pero es un acto inútil porque realmente nadie quiere volver a ese desierto, a esa cáscara formada por preciosas calles vacías formadas por preciosos edificios huecos imposibles de habitar. Quizá los parientes de los cuatro locos que todavía se resisten a salir del centro de la ciudad y que no han tenido contacto con ellos durante todo el período de la Horda sí tengan cierto interés en entrar para verlos, pero dudo mucho que queden muchos personajes así. El acto de apertura se realizará discretamente, de noche, sin alboroto, y al día siguiente, quizá, alguien se acuerde de que puede volver al centro.

Hace tiempo, cuando el período de la Horda duraba los tres meses del verano, la apertura de las fronteras se convertía en un acto importante, con la gente esperando ansiosa por volver a sus casas o a ver a los familiares que no habían querido salir, pero ahora el período de la Horda ya no se limita a esos meses estivales, sino que ha ido ampliándose antes y después, hasta el punto de que el Centro les pertenece a ellos durante más de la mitad del año. Poco a poco el sentido común nos ha hecho darnos cuenta de que es estúpido pretender mantener una vivienda sin uso durante seis meses y tener que vivir en otra durante los otros seis. Antes podía resultar rentable mantener la vivienda del Centro alquilada a la Horda y vivir de alquiler en la periferia de la ciudad, pero hace bastante que a nadie le sale a cuenta pagar el impuesto de habitación y, además, tener que rehabilitar su vivienda tras el paso de la Horda, así que el grueso de la población nativa vivimos en la periferia de la ciudad, donde los colegios se llenan de niños, las oficinas de madrugadores, donde los medios de transporte colectivos no tienen restricciones genéticas o económicas, donde hay tiendas de comida a precios populares, bares donde un café no tiene el precio de medio sueldo ni el tamaño de un dedal, restaurantes donde se puede pedir un menú sin tener que pedir un crédito, talleres que arreglan de manera normal cosas normales, un sitio donde se recoge la basura periódicamente en contenedores que no arden por pura diversión… es decir, un sitio donde podemos vivir como personas más o menos racionales. 

A veces pienso, como dice mi abuelo, que nos hemos rendido y que únicamente servimos para pagar el mantenimiento de un decorado que no podemos utilizar y que ya no nos sirve para nada. Pero no hay que olvidar que por algo mi abuelo está en la cárcel, ¿verdad?

Visto así, en perspectiva, todo parece muy claro, pero la cesión del Centro a la Horda no se hizo de un día para otro y tampoco se hizo de manera ordenada o consensuada. Aquello fue como si un día nos levantáramos y nos diéramos cuenta de que la invasión de la Horda era un hecho consumado, quedándonos todos con la sensación de que de alguna manera nos habían ido robando nuestra ciudad sin darnos cuenta, poco a poco, sigilosamente, pero no es cierto. Mi abuelo era uno de aquellos locos que se desgañitaban cada vez que un bloque de viviendas se convertía en un hotel, cada vez que un edificio público se cerraba para abrir un local propiedad de un fondo de inversión turística, o cuando cada uno de los edificios representativos de nuestra cultura pasó a tener una taquilla con su correspondiente cobrador y guarda de seguridad, como si fueran edificios privados y no nuestros. Se volvía loco cada vez que cerraban un bar de los de toda la vida y el nuevo establecimiento triplicaba los precios con el argumento de ser un establecimiento tradicional, auténtico, genuino,  local o cualquiera de esas palabras que usan las grandes cadenas cuando se instalan en un entorno turístico.

Sí, se desgañitaba, pero era muy incómodo escucharle y no tardó mucho en ser ese personaje incómodo monotemático al que nadie quiere soportar. A fin de cuentas, le decían, el dinero del turista es fácil y gratuito, ¿no? Los edificios, la cultura local y el paisaje ya estaban ahí, así que si quieren venir a verlo y dejarse unos dineros, bienvenidos sean todos aquellos a los que no les importa gastar y gastar por ver un decorado vacío.

Era muy tarde ya cuando la gente empezó a ponerse violenta. Supongo que un día alguien bajó a comprar el pan y se dio cuenta de que no había ni una panadería, o fue a pagar el café cortado de la mañana y se asombró de no poder pagarlo con monedas, o quizá a final de año se quedaron pasmados cuando los recibos municipales, esos que se cobran para que la ciudad pueda seguir en funcionamiento, se cuadruplicaron hasta el punto de no poder pagarlos de una sola vez. Supongo que alguien se hartó de que le abollasen en coche cada noche, o de no poder dormir, o de encontrarse el portal lleno de… en fin, que alguien se cansó y se puso violento.

Hubo protestas, hubo patrullas urbanas, hubo reuniones y hubo disturbios. Racismo, xenofobia, baja estofa moral, les llamaban en los medios, y la gente agachaba la cabeza avergonzada sin darse cuenta de que su barrio hacía ya bastantes generaciones que lo formaban gentes de múltiples colores, infinitos orígenes e innumerables opiniones y culturas. Pero la presencia de los medios atrajo como moscas a la mierda a  los partidos realmente xenófobos y racistas, que sacaron las banderas, tiñeron de insultos las manifestaciones, incitaron al desprecio y el rechazo… y consiguieron que, por supuesto, apareciera el primer muerto, lo que dio barra libre al gobierno de la ciudad para actuar con contundencia contra cualquier protesta.

Las batallas campales no tenían ejércitos ni uniformes, pero sí la misma víctima: la calle. No quedaba una farola sana, un escaparate sin romper, un banco en su sitio, una fuente, un columpio, una marquesina. Las grandes tiendas se blindaron, las pequeñas cerraron, los vecinos que únicamente querían seguir viviendo se resignaron a no salir a la calle a partir de determinada hora, y las calles se convirtieron en escenarios para las luchas de poder, no en zonas de tránsito, comercio o convivencia. Los precios de las viviendas se desplomaron, la gente empezó a vender despavorida antes de verse recluidos en calles inhabitables y las grandes empresas empezaron a comprar aún más rápido que antes.

El primer intento del Programa de Protección al Visitante fue un simple vallado de una calle en la que ya no vivía nadie autóctono. Todos los portales eran de vivienda de alquiler u hoteles, y los establecimientos exhibían los colores de las grandes marcas de consumo internacionales, actuando de reclamo para el visitante. Unas sencillas vallas con unos vigilantes pagados por las empresas a cada extremo de la calle convirtió aquella acogedora y antigua vía en un centro de Seguridad y Acogimiento para el Visitante. En resumen: los autóctonos, fuera.

Si lo piensas bien, el dinero de la Horda es fácil de obtener. Sólo tienen que venir y estar, de manera que sólo hay que proporcionarles cubículos para dormir apiñados y surtidores de litros de esa especie de líquido que beben constantemente. Sin olvidar la comida, que en su caso es ridículamente escasa y, por supuesto, extraña y poco alimenticia para nosotros. Piensas un precio, lo duplicas, luego cobras el triple… ¡Y lo pagan! 

Aquellas calles seguras empezaron a resultar altamente atractivas para los inversores atentos a los movimientos del dinero. Con un poquito de presión por parte de las fuerzas vivas de la ciudad, se declaró que, por supuesto, el programa había sido un éxito. No pasó ni una temporada hasta que se decidió ampliar el perímetro de la zona de Protección al Visitante. Sí, hubo quien todavía vivía en aquellas calles, pero cada verano la Horda era más grande y más fuerte, mucho más valiente que el verano anterior, protegida por la Libertad y el Derecho a Visitar que nosotros mismos les habíamos dado por mano de nuestros dirigentes, y finalmente tuvieron que asumir que durante la temporada de la Horda, los extraños eran ellos. Se ampliaron los límites de la zona segura de Protección al Visitante hasta los barrios periféricos, donde las calles carecen de atractivo ninguno y donde la ciudad decidió mantener a sus habitantes, ya que alguien tenía que encargarse de servir a la Horda en su zona interior, en el Centro. 

Primero se aplicó el programa un mes, luego dos, luego todo el verano y, según creo yo, acabará siendo perpetuo. Los números mandan: la Horda deja dinero, los habitantes, no. El negocio es redondo.

Mis abuelos fueron de aquellos pocos locos que quisieron quedarse en su casa de toda la vida. Antes de que encerraran a mi abuelo, yo tenía permiso para entrar en el Centro una vez a la semana por ser familiar de un autóctono. Aprovechaba para llevarles comida y ver si necesitaban algo imposible de adquirir en el Centro, como productos de limpieza, comida, etc, pero tampoco podía ir muy cargado porque hay que tener en cuenta que no se pueden introducir vehículos dentro del perímetro y yo no puedo pagar los precios del transporte que utiliza la Horda, así que si durante el trayecto me cruzaba con algún grupo violento, acababa teniendo serios problemas para que no me desvalijasen... o cosas peores.

Además de por razones familiares, se puede entrar en el perímetro por motivos laborales. Hay que mantener los pocos servicios necesarios para dar de comer y beber a esas bestias, así como el transporte, la asistencia personal, las reparaciones, la seguridad, etc. No entro en otros temas que oficialmente no se contemplan, pero la Horda necesita ingentes cantidades de todo tipo de sustancias y cuerpos humanos. Es un monstruo voraz.

Si no eres de la Horda, puedes entrar pagando. Abonas tu peaje por horas con diferentes tarifas de uso y puedes hacer un poco el loco allí dentro, aunque sólo si tienes la suerte de no tener rasgos genotípicos muy diferentes a los de la Horda. Subirse a una farola para vomitar o lanzarse desde tres metros de altura completamente puesto de sustancias extrañas no está permitido si no eres un Visitante, por lo que si tu piel o tu ropa delatan que eres un local, es muy fácil que acabes en el calabozo teniendo que pagar una multa desorbitada. No niego que no sea divertido desparramar un rato, pero hace años que no puedo permitirme semejante lujo. Para evitar estos casos, desde hace tres temporadas se implantó el permiso de acceso genotípico, o sea que se estableció un humano-tipo que la Horda puede tolerar, incluso desear, por lo que tienes que presentar determinadas características genéticas para poder entrar durante la temporada dentro del perímetro, además del peaje, claro. O sea que cuanto más feo, más pagas. Por supuesto que yo no cumplo con ninguno de los requisitos y debía suplirlas con un plus monetario simplemente para llevar leche a mis abuelos.

Hace años que me prohibieron la entrada bajo ningún concepto, así que no sé cómo andará el Centro ahora mismo. En las fotos y videos promocionales se ve estupendo, de ensueño, divino de la muerte, evidentemente, pero voy a ser un poco escéptico al respecto.

Nuestros líderes dicen que gracias al Programa de Protección al Visitante nos conocen en todo el mundo y se nos considera una de las ciudades más bellas, más interesantes, más atractivas, más cosmopolitas del mundo. Bueno, o eso dicen. 

Una semana después del cierre de temporada (el tiempo necesario para limpiar el desastre que deja la Horda, aunque no suele ser suficiente para quitar el olor), el alcalde, su equipo, los agentes economicosociales, las fuerzas vivas y los representantes de cada sector involucrado en la organización de la temporada de la Horda se suben a un estrado en la plaza y dan una explicación a los ya escasos habitantes que regresan al Centro durante el invierno. Aportan cifras espectaculares: cada año es mejor, cada temporada hay más y más ingresos, cada invierno se proyecta una temporada más atractiva y con más diversidad basada en nuestras tradiciones milenarias, nuestras costumbres ancestrales, nuestra arquitectura espectacular, nuestra integración en el siglo XXI que nos hace ser tan deseados que el dinero nos llueve a espuertas... aunque al final todo se reduce a dar de comer, beber y dormir a la Horda.

Si sumamos todo, el resultado es que la Ciudad gana cantidades ingentes de pasta. 

Y en esas estaba el político de turno cuando ocurrió lo de mi abuelo.

Mi abuelo era un vejete inofensivo, con su espalda cansada, sus gafas, su andar tranquilo. Puede que sea por eso que la seguridad del acto no lo interceptó a tiempo y, cuando se quisieron dar cuenta, se plantó en el estrado, le robó el micrófono al político, se volvió a la gente que estaba mirando y les preguntó si alguno de ellos conocía a la tal Ciudad. Dijo algo así como que esa tal Ciudad debía de estar forrada a nuestra costa, a nuestra salud y a nuestro bienestar, pero que la muy puñetera se lo quedaba todo, ya que nos había acabado echando de nuestras casas y de... 

Ahi lo placaron los de la seguridad. Lo acusaron de pertenencia a banda armada, terrorismo, caleborroca, lesiones, ofensas, incitación al odio, odio, machismo, injurias, atentados, exhibicionismo y  no sé cuántas cosas más. En el juicio dijo que sí a todo y que, además, tenía diabetes, miopía, cataratas y muy mala leche. En fin, que cumple condena en una cárcel a 750 km de casa. Él dice que así está mejor, que cuanto más lejos de este agujero podrido, más tranquilo vive, que ya estaba acostumbrado a vivir entre rejas durante casi todo el año y que por lo menos en la cárcel tiene compañía humana mucho más civilizada que lo que la Horda. No sé si lo dice para darnos ánimos o para darnos envidia. 

Con la condena a mi abuelo la Ciudad les expropió el pisito del Centro y mi abuela ha decidido trasladarse a la ciudad donde está la cárcel de mi abuelo para verlo todos los días, y también insiste en que el aquella mierda de ciudad es mucho más feliz que en nuestra “espléndida maravilla cultural del urbanismo, la arquitectura y el paisaje” (para el que no lo sepa, es el lema de los panfletos municipales), que cuando bajó a comprar el pan y se encontró no una, sino dos panaderías a un minuto de casa, se echó a llorar. Otra que nos quiere dar envidia. 

Al resto de la familia nos desterraron del perímetro de por vida, por supuesto. Creo que nos hemos librado por los pelos de que nos aplicaran la nueva doctrina establecida por el genotipo problemático que habría hecho que incluso nuestros descendientes tuvieran prohibida la entrada. Andan ahora con eso de que si debe ser una ley retroactiva o yo qué sé.

En fin, que no sé por qué no me largo yo también a kilómetros de distancia, pero sigo viviendo en mi barrio y hace tiempo que me he dado cuenta de que la ciudad somos las personas, y si las personas tenemos que vivir en otro sitio, este nuevo sitio se convierte en la Ciudad. Lo que queda atrás, lo que antaño fue la ciudad, no sé qué es ni qué será, ni siquiera sé ya por qué atrae tanto a la Horda de turistas, pero, desde luego, ya no es una ciudad.

Y, a mí, me encanta mi ciudad.

miércoles, 14 de junio de 2017

JORNADA LABORAL

Un hecho real:

Nos encargaron hacer el inventario/valoración de una serie de viviendas, caseríos, parcelas, pabellones industriales, etc para una entidad oficial. Se suponía que habían avisado a los propietarios de que íbamos a ir para ese fin.

A mí me tocó ver los edificios residenciales: casas, pisos, caseríos, etc. Me dieron una serie de números de teléfono y contactos para quedar y visitar las fincas. Agrupé las visitas en un par de días esperando acabar sin problemas.

Lamentablemente, se corrió el rumor de que se iba a realizar una expropiación bestial y que íbamos allí para ver qué había y valorar por cuánto le iban a "robar" sus casas y caseríos a los habitantes de la zona, quienes nos esperaban de modos muy diversos, hasta el punto del surrealismo. 

Agotado y muy enfadado, escribí un resumen de la primera jornada. No es exagerado, incluso diría que me quedo corto en todo lo que pasé aquel día.

Ahí va el resumen no oficial de una jornada de 10 horas tal cual lo escribí en su día. He borrado la finalidad del trabajo y la localización:

- Primera visita a las 9:15.

- Chaparrón y gran calada. Lo habitual.

- Visita a un museo del hierro. Petición de valoración de las vistas y el sentimiento. "Si Txillida leku vale 80 millones, mi casa más."

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Me ha mordido un perro patada. Me he enterado porque me pesaba la pierna.

- Me han dado cuatro huevos de caserío. "no, mujer, que tengo que ir a visitar muchas casas, ¿qué hago con esto?" "Pues aquí te los dejo y cuando acabes los recoges."

- Al volver a por los huevos se me ha lanzado el perrillo de antes. Otra vez.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Visita a una vivienda con anejo cuadra adaptada a minusválidos.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Visita a la vivienda donde un domingo de hace treinta y cuatro años el propietario cogió la escopeta y mato a su mujer, a su hermana y a su cuñado. A un cuarto no lo mató por falta de cartuchos. "Si miras al techo, verás todavía los agujeros"

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Visita a un antiguo monasterio donde no había ni un religioso. "Tenían las troneras para ver a las monjas".

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Charla de diez minutos a la entrada y diez a la salida con el casero de 150 años que casi se me echa a llorar (literalmente)  txurra en mano y que me confirma que si no fuera porque es pecado, se liaría a tiros con estos socialistas que le van a robar su casa para (omito la finalidad). Varias veces repetido. Le creo cuando casi se echa a llorar otra vez y lanza la txurra contra el tractor por pura impotencia.

- Recepción con la siguiente frase: "¡¡eh, quieto, que mira lo que tengo en la mano!!". Lo de la mano era una piqueta de obra y el tío era el hijo del casero de los tiros, gritando desde la cumbrera del caserío para que no diera ni un paso ni p'adelante ni p'atrás. Yo, una estatua con los brazos en alto. Creo que no me la ha lanzado porque estaba hablando con su madre, la mujer del de los tiros.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario. No me han creído, me han hecho llamar al jefe y finalmente me han pedido que volviera el lunes.

- Visita a una mujer de unos ciento veinte años que me pide que no la saque en las fotos fumando.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Visita a una mujer que me pide que no saque sus pájaros en las fotos.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario.

- Información de la vecina de arriba: "hace tiempo vino uno de la diputación a ver al vecino de abajo y le dijo que se buscase la vida, que iban a quitar todas estas casas". Eso es delicadeza. Y a mí me piden discreción.

- Charla a través de una valla con una señora en pijama para quedar el miércoles mientras se lía a golpes de paraguas plegable con su perro de doscientos kilos y más alto que la valla para que nos deje hablar. Infructuosamente, por supuesto. Hemos quedado mañana a las guau guau guau.

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo un inventario. Respuesta de la señora: "ah, sí, para ver por cuánto nos compran la casa cuando pongan lo de (omito la finalidad), ¿no?".

- Son las 14:25, me tengo que ir a Irun a las 15:00 para ver si puedo comer a las 15:45 en Donosti.

- Con las lentejas puestas, cita a las 16:30 concertada ayer para escuchar lo siguiente: "no, no te dejo entrar en mi casa". Así en tres viviendas seguidas. ¿Y para eso hemos quedado hoy?

- Explicación a la propiedad: estoy haciendo… bueno, eso. Que ya, ya…

- Vuelta al estudio para ordenar la información: 15 visitas, 67 fotos, 11 croquis, no está mal.

- Suena el teléfono hacia las 18:00 y me preguntan que qué hago asustando a la gente con lo de la expropiación de las casas de (omito el lugar)


- Explicación: estoy haciendo… nada, no estoy haciendo nada porque nadie me cree.


martes, 9 de mayo de 2017

SUPLANTACIÓN

- ¿Y me dice usted que han secuestrado a su hija?

- ¡Sí, señor inspector!

- ¿Y que la han cambiado por otra niña similar?

- ¡Exacto! Ya sé que parece una locura, pero lo han conseguido. Poco a poco, pero lo han conseguido y queremos que vuelva nuestra hija.

- Ya... ¿y me puede explicar exactamente cómo es posible que hayan cambiado a su hija por otra igual?

-¡No es igual! Se le parece, sabe cosas que sólo mi hija sabe, tiene su color de ojos y a veces incluso parece ella, pero no han conseguido una copia perfecta y en muchas ocasiones se nota que no es ella. ¡Es otra!

- Tranquilo, hombre, tranquilo. Cuéntemelo desde el principio.

- Claro, sí, por supuesto. Creo que la cosa empezó hará hace como un año, un día que estábamos de paseo por la calle y vimos a aquella chica... Bueno, no, a esta, a la que es como mi hija, pero que no lo es. Estaba cerca de nosotros, pero se puso a hablar de una forma muy rara, y nos empezó a contestar con unas palabras muy extrañas. Alarmados, salimos en busca de nuestra niña y la encontramos al rato en el mismo sitio, jugando como siempre. Luego pasó lo de acechar por el pasillo de casa...

- ¿De casa? ¿Se metió en su casa una extraña?

- ¡Sí! ¡Es una locura, pero es cierto! De vez en cuando, al estar distraídos, veíamos pasar por el pasillo a esa extraña, con su mirada torva, su expresión de mal humor, con esa cara de desprecio al ver que la estábamos observando... ¡Y la ropa! ¡Qué ropa! Un horror. Alguna vez, cuando mi niña salía de casa veíamos por la ventana a esa extraña acechando en la esquina, con esa ropa estrafalaria, con ese pelo y esas uñas y riéndose de esa manera tan... tan... ¡no tengo palabras!

- ¿Y no intentaron evitarlo?

- ¡Claro que sí! Por todos los medios, pero ha sido imposible. A veces estábamos comiendo y se iba mi hija al baño y volvía esa loca histérica y malhablada para amargarnos la comida. Y cuando conseguía su objetivo se largaba dando un portazo. Asustados, corríamos a buscar a nuestra niña y muchas veces la encontrábamos encerrada en su habitación, ajena a todo lo sucedido. Otras veces estaba llorando, con un sufrimiento tal que nos rompía el corazón. Regalos, muñecas, tartas, pasteles, fiestas con las amigas para que estuviera feliz... ¡Ah, las amigas! ¡Les ha pasado lo mismo! Insoportables, a veces las veíamos y no las reconocíamos. Creíamos que a nosotros no nos conseguirían robar a nuestra niña, pero finalmente se la han llevado. ¡Y nos tienen que ayudar, por favor! Echamos de menos a nuestra niña y no soportamos a esta extraña, con sus horas de teléfono, sus encierros interminables, sus gritos, sus llantos, su mal humor... ¡así no se puede vivir!

- Ya... A ver cómo se lo digo, buen hombre: ¿ha oído usted hablar de la adolescencia?

miércoles, 22 de febrero de 2017

DIALOGO NACIONAL

- ¿Y tú de qué equipo eres, del barsa o del madrí? - me dice sonriendo.

- Sinceramente, de ninguno - le contesto tras una pausa.

- Ya, ya, lo entiendo. Pero como equipo, ¿cual prefieres, el barsa o el madrí?

- Es que no me gusta el fútbol y me da lo mismo, de verdad.

- Sí, sí, lo entiendo - ríe condescendiente - . Pero seguro que sigues la liga o la copa, a ver si la gana el barsa o el madrí.

- Bueno, suelo prestar atención al resultado del equipo de mi pueblo cuando sale por las noticias, pero lo cierto es que no me interesa y tampoco pierdo el tiemp...

- Sí, sí, que lo entiendo - dice con vehemencia, cortándome. Me pone una mano en el hombro para darme ánimos, casi con desesperación. - Pero si jugasen el barsa contra el madrí, ¿a cuál preferirías?

Tomo aire.

- Mira - le digo, derrotado -, si en el fútbol existiera la posibilidad de que en un mismo partido pudieran perder los dos, me encantaría que perdiesen los dos.

Se calla. Me mira sin pestañear. Creo que no respira.

Vale. Ahora sí que lo entiende.

lunes, 13 de febrero de 2017

ESCRITURA

Ha caido en nuestras manos la nota simple de una vivienda. En esta nota simple, que no escritura, se recogen los datos básicos para describir la vivienda y su situación a fecha de Febrero del año 2017. Es curioso que al final, nos encontremos con la siguiente inscripción:

1) "Asimismo en la propia escritura se establece como condición inherente a la adjudicación efectuada, para que así consta en el Registro de la Propiedad, la obligación que se impone a los adjudicatarios y sucesivos adquirentes de las partes de casa adjudicadas, de que éstas se hallen siempre ocupadas por personas de reconocida moralidad, con prohibición terminante de que las habiten mujeres de vida pública, licenciosa o mancebas privadas. En el caso de que, en cualquier tiempo, el que fuere propietario o usufructuario de cualquiera de los pisos derecha o izquierda, o de alguna de las tres partes de la planta baja o de la bodega, infringiere esta prohibición, tendrá derecho cualquiera de los que fueren dueños de cualquiera de las demás partes de finca, a adquirir la propiedad del piso o parte de finca en que se cometiere la infracción, abonando, al que fuere propietario de ella, diez mil pesetas y, si el infractor fuera mero usufructuario, cualquiera de aquellos tendrá derecho a la adquisición del usufructo, sin abonar indemnización alguna. El derecho consignado en la presente cláusula en favor de los actuales propietarios de la finca y de los adquirentes ulteriores de partes de la misma, corresponderá al que primero lo ejercite judicialmente y se entenderá establecido sin perjuicio de que, si no les conviniere utilizarlo, exijan, judicial o extrajudicialmente, que el piso o parte de finca de que se trate, sea desocupado por las mujeres de vida pública, licenciosa o mancebas privadas que lo habiten."

Nada se dice, por cierto, nada de hombres de dudosa moralidad o mancebos privados.

Es importante destacar que esta inscripción sigue vigente.
Y que es real.

lunes, 23 de enero de 2017

T.O.N.T.O - caso P

Tribunal del Observatorio Nacional de los Tópicos Obligatorios

Atendiendo a los siguientes

HECHOS


Que la acusada, mujer en la treintena de edad, ha cursado estudios superiores. Más concretamente, arquitectura. Que tras los estudios, parcialmente financiados por el Estado que tanto vela por su bien, la acusada ha realizado labores propias y asociadas con dichos estudios superiores de arquitectura. 

Que a fecha del año en curso, la acusada ha hecho circular por las redes una fotografía en la que se aprecian los siguientes elementos:

- Ella misma, sentada al ordenador. Su aspecto es ojeroso y, según se aprecia en la fotografía, su estado general y sus ropas no se corresponden con el estatus propio de su rango profesional.
- El mobiliario y el entorno se corresponden con la sala de su residencia particular, comprobándose que está trabajando en casa y no en su oficina.
- El reloj que se aprecia en la imagen y los metadatos de la fotografía indican que la fotografía se ha tomado a las dos y cuarto de la madrugada, demostrándose así que trabaja más allá del horario recomendado por este gran Tribunal que, como las leyes indican, obliga al decoroso cumplimiento del horario de cierre de las 18.30 h.
- La acusada maneja con su mano derecha el ratón del ordenador, pero en su regazo y ayudándose de la mano izquierda, sostiene un bebé de alrededor de un año.

La acusada reconoce que esta tónica de inclumplimiento de los tópicos sobre la profesión que ejerce es repetitiva, no sólo desde que tiene este bebé, sino con su anterior hijo.

La acusada reconoce que esos días su higiene era lamentable (sic.) y su estado mental, confuso. Reconoce que las labores profesionales y personales se entremezclaron, llegando a confundir el dibujo de un pañal con la sección de un potito.

La acusada confiesa salir a trabajar y a la compra a la vez, usando un vehículo monovolumen de más de doce años y con la silla del bebé instalada. Y con el bebe en ella.

Se realiza la siguiente

ACUSACIÓN

- Socavar la buena imagen del colectivo no cumpliendo los tópicos establecidos por este tribunal popular.
- Trabajar fuera del horario establecido por los tópicos de la profesión de arquitecto.
- Tener unos ingresos por debajo del umbral de la pobreza a pesar de las horas invertidas en su profesión.
- Llevar el trabajo a casa y no realizarlo en un estudio propio con muebles de diseño danés.
- Atender varias tareas básicas a la vez en un estado de confusión mental que la incapacitan para realizar correctamente ninguna de ellas.
- Realizar tareas impropias de los tópicos de su profesión, como cambiar pañales, hacer la comida, limpiar los cuartos de baño, planchar o, lo que es peor, no atender a su marido cuando éste vuelve del trabajo por la tarde.
- Vestir sin tacón.
- Acudir a las obras sin tubo de planos.
- Conducir un vehículo distinto a la gama Offroad preceptiva para el tópico del colectivo de la arquitectura, más aun siendo mujer.
- Aparentar cansancio.
- Ir sin maquillar.
- No haber recuperado tras el parto la silueta preceptiva en los estatutos del código de topicazos de la buena arquitecta, más concretamente del artículo 7 en sus apartados 7.1, 7.2 y 7.8.
- Vestir ropa fuera de moda y con manchas de origen indefinido.
- No usar gafa de pasta negra o, como mínimo, de un color chillón.
- Vivir en un piso de un bloque de viviendas en un barrio de las afueras, y no en una urbanización exclusiva.
- Tener una cuota de hipoteca superior a sus ingresos.
- No ir de viaje cada mes a los fiordos noruegos.
- Vivir del sueldo de su cónyuge.
- Pobreza incipiente.
- No estar suscrita al torneo de Golf de su Colegio Profesional.

Se atienden las alegaciones de la 

DEFENSA

La acusada, abogado mendiante, alega que ha sido una buena arquitecta cumpliendo los tópicos imprescindibles de:

- Realizar unos estudios básicos, medios y superiores con buenas notas.
- Compaginar las labores de la casa paterna con los estudios.
- Casarse con su novio de toda la vida
- Mantener el aspecto propio de su estatus cargando con un rollo de planos y maquillándose todos los días, además de mantener limpio e inmaculado el casco de obra.
- Llevar tacón constantemente. Se aportan pruebas médicas de escoliosis, tendinitis, callos, juanetes y ciática que así lo demuestran. Se aportan los partes médicos de obra por ir con el tacón por el andamio.
- Compaginar las labores propias de la casa y de su estudio profesional, tal y como obligan las buenas maneras del código de Superwoman y el código deontológico de su Colegio Profesional.

La acusada, abogado mediante, alega que llega un momento en el que no se puede más. Que un día se le olvidó maquillarse. Que otro día se durmió. Que en las obras se le rompen los tacones. Que el vehículo Offroad es demasiado caro, grande e inmanejable. Que un día se le ocurrió pedir ayuda a su marido. Que no tiene dinero para vivir en en preceptivo adosado o unifamiliar con jardín que su estatus profesional le obliga. Que no tiene dinero para mantener una sirvienta en casa ni siquiera por horas. Que incluso está pensando ella servir en casas para llegar a fin de mes. Que le faltan horas para realizar todas las tareas propias del código de Superwoman, sección 13 (madres con profesiones de alto nivel), apartado 69 (arquitectas).

Atendidas las partes, este Tribunal

CONCLUYE

Que se incumple el código de topicazos de la buena arquitecta en prácticamente todos sus apartados, así como el de buena madre, buena esposa y buena hija amantísima.

Por lo que 

SENTENCIA

- Llevará toda su vida el estigma de mala profesional.
- Llevará toda su vida el estigma de mala madre.
- Llevará toda su vida el estigma de mala esposa amantísima.
- Tendrá toda su vida la preocupación por la excesiva talla de sus caderas, independientemente de dicha talla.
- Tendrá toda su vida la preocupación por la reducida talla de su pecho, independientemente de dicha talla.
- Mantendrá todos los días de su vida la angustia de no tener 20 años.
- Cargará con la culpa de todo. Y si no carga, tendrá la sensación de cargar con ella.
- Realizará los siguientes cursos de reciclaje preceptivo sin desmerecer la atención a sus demás obligaciónes (trabajo, marido, niños, padres, casa):
     - Arquitecta Hoy, uso avanzado del casco blanco inmaculado, 24 horas lectivas
     - Superwoman, 1 talla menos, horas para todo, 12 semanas consecutivas (hasta el verano).
    - Mujer, tú lo vales, a mí me lo pagas, 624 horas lectivas no presenciales. Se convalidarán las horas de ver programas de telerrealidad y publicidad de canales infantiles.
    - Cómo ser la perfecta arquitecta en la cama, nivel usuario, 1 hora de clase teórica no presencial. 169 horas de clases prácticas. Con examen final.

No ha recurso a eso de que no hay más horas en el día. Que duerma menos.

Votado por unanimidad y según todos los tópicos televisivos, a día de hoy, lugar de aquí.

Y que no se repita.