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domingo, 30 de junio de 2024

ENVIDIA CANARIA

El otro día estuvimos en Gran Canaria. Por hacer la tontería, fuimos a ver un pueblo que se llama Tejeda y que está en el centro del medio de la mitad de la isla, a sesenta kilómetros de la punta sur de Maspalomas, nuestra base de actuación. En el grupo hay gente mayor y niñas pequeñas y no nos interesa meterlos en una excursión aburrida de horas de coche. Sólo son sesenta kilómetros, pero en el navegador nos indica hora y media de viaje, así que sospechamos algo raro. Preguntamos al de turismo y, con una soltura y una tranquilidad absolutamente aplastante, nos dice que eso no es nada, que la realidad es que se tarda alrededor de una hora.

Pues dos. Al final tardamos dos horas en llegar. Una carretera espectacularmente bonita con una velocidad máxima de 40 km/hora y el coche, como mucho, en segunda, millones de curvas ciegas, pasos estrechos... y dos niñas mareadas. Una juerga, vamos.

Quizá el de turismo entendía la hora canaria como un concepto más dilatado. Quien dice una, dice dos, o dos y media...

El pueblo, muy bonito, preparándose para un festival nocturno, con guirnaldas, banderines, altavoces en preparación de conciertos, etc. Unas vistas espectaculares, algo de comer y, hala, media vuelta al hotel, que son otro montón de curvas por delante. En esta ocasión sólo paramos una vez y no tardamos dos horas, quizá una y media pasada o así. Al llegar al hotel, paramos el coche y sólo podía pensar en tomarme una cerveza bien fría. Por favor, qué cansancio de viaje. 

En esas que estamos descargando gente y cosas y oigo esa frase que todo turista está encantado de oír :"¡Ay, que no encuentro la mochila!" Bueno, no pasa nada, una mochila con cosas... Ay, que, entre otras cosas, estaban las carteras de mi señora y de un servidor. Sin dinero reseñable, pero con la documentación completita, la tarjeta de crédito, la tarjeta de la seguridad social, la tarjeta de identificación digital, las llaves del hotel, etc, etc, etc. La tarjeta del Carrefour no estaba porque para el viaje sólo llevábamos lo imprescindible.

En fin. ¿Qué hacer? ¿Nos la han robado o la hemos perdido? Por el ambiente del pueblo, más parecía ser que la hubiéramos perdido, así que nos montamos en el coche tal cual y, hala, a correr de vuelta al pueblo. 

En esta ocasión el viaje duró poco más de una hora. Las curvas eran más rectas, el tráfico más fluido, las cuestas menos empinadas, los paisajes ni se mostraban. Lo que hace la adrenalina. Aun así, en esa hora y pico larga nos dio tiempo a hacer varias llamadas telefónicas:

Primero, a la policía local del pueblo. Pero no contestaban, por supuesto.

Luego, a los locales donde habíamos comido o estado. Pero no tenían ninguna mochila.

Luego, a la desesperada, a la policía nacional. Pero a la canaria, claro. Y ahí, lo mismo que con el de turismo, apareció ese deje de urgencia canaria que, más o menos se resume en que nos dijo que oiga, hay mucho carterista y tienen que andar con cuidado. Ya, ¿y qué hacemos sin DNI para volver en avión a casa? Pues nada, se hace uno provisional. Ah, vale, ¿ahi, en su comisaría? ¡No, no, no, en el aeropuerto, mujer, en el aeropueeeerto!

Luego, por probar, a la benemérita. Y ahí salió un contestador. Si quiere denunciar no sé qué, pulse uno, si es por un tema de armas, dos, si es por algo agrícola, tres, si es porque está aburrido, cuatro... y así hasta seis o siete opciones. Si no, espere. Y esperamos. Y al rato, la respuesta fue: el número al que llama no responde, vuelva a intentarlo más tarde. Click.

Como para morirse estamos.

La cosa es que llegamos al pueblo en un ti-tá y bajamos a la plaza. Revisamos los sitios y, como no había nada, preguntamos a un puesto de comida ambulante, churros, y esas cosas. ¿Han visto una mochila, o se la han entregado o algo así? Pues no sé... pregúntale al compañero, que lleva toda la tarde aquí. Y el compañero es otro puesto, un camión de comidas altísimo donde hay un chico al que le hacemos la misma pregunta. Pues no sé... no... creo que no, y no nos han dado nada, no... vale, grac... ¡Espera! En esas que del interior del puesto sale su compañera y dice: Oigan, que sí, que unas mujeres han encontrado una mochila y se la han dado al guardia. Y al ver la sonrisa en la cara de mi angustiadísima mujer, el chico nos suelta: Haaaala, ya pueden respirar.

¿Y el guardia? Hay un coche de la policía, pero no está en él. Ah, se habrá ido con la banda., nos dicen los del camión de comida. Pues hala, busquemos el sonido de la banda de música, a ver por dónde andan en un día de pasacalles. Los encontramos al final del pueblo y vimos a dos policías, uno cada lado de la calle. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté por la mochila. Sí, me dice, la tengo en el coche. Nuestra sonrisa se hace de un kilómetro de ancha, pero añade: ahora les atiendo, espérense un poquitín. Y es que estaba hablando con un parroquiano, a ritmo canario, por supuesto. Nos comía la impaciencia, pero bien pensado, el caso está resuelto, Sherlock, así que según la mentalidad del detective, se acabó la novela y no pasa nada por esperar.

Nos fuimos a una sombra a que acabase de debatir aquello tan importantísimo que estaba debatiendo.

Al rato vino y nos llevó hacia el coche patrulla, que estaba al oooootro lado de la calle. Al otro lado a lo largo, no a lo ancho, se entiende. Caminamos un rato a paso... uh, pausado, y a medio camino se paró a hablar con la gente que estaba sentada en las terrazas de los bares que nos íbamos encontrando. Y volvimos a esperar, claro.

Cuando llegamos al coche patrulla, abrió la puerta, sacó nuestra mochila (sí, era nuestra mochila) y nos la dio tan pancho. Ni preguntó qué había, ni comprobó si era nuestra. Estaba todo, efectivamente, y le iba a enseñar mi dni para que viera que sí, que era nuestra, pero sonrió, nos dijo que ya podíamos estar tranquilos, cerró el coche y, hala, mil gracias, a otra cosa mariposa.

Volvimos por la plaza donde estaban los puestos de comida y desde la atalaya del altísimo camión nos vieron pasar los dos que nos habían indicado lo del guardia. Levanté la mochila en alto para que la vieran y les dimos las gracias, a lo que el chico nos dijo: ¿Ven?, si es que los canarios somos muy buena gente.

Y viendo su tranquilidad, su forma de enfrentarse a las cosas y, a pesar de que es una mentalidad tan opuesta a la nuestra que inicialmente son capaces de provocarte un infarto, debemos reconocer que sí, que esa actitud es realmente la correcta y que sí, que son buena gente. 

Es más: yo, de mayor, quiero ser canario.

 


Postdata: el viaje de vuelta fue mucho más tranquilo, con la puesta de sol como si la hubieran pintado adrede, las maravillosas vistas sorprendiéndonos tras cada curva y cada valle, el Teide al otro lado del mar, a contraluz, con su nube enganchada en la cumbre, la tranquilidad de haber resuelto un problemón... y con una actitud frente al reloj tan propia del lugar, que si alguien me preguntara cuánto tardamos en volver, podría jurar que más o menos una hora.

o dos...

o dos y media...

¡Qué más da!