lunes, 8 de julio de 2024

ÉTICA TEXTIL

El otro día me convertí en turista. Intento ser un turista de los buenos, si es que eso existe, ya que no me alojo en zonas residenciales, sino en hoteles, no doy la tabarra por las noches, soy discreto, intento ocupar poco y me gusta mucho el tema cultural local. Vamos, que intento no molestar ni, mucho menos, interferir en el desarrollo de la vida local.

Pero hay cosas inevitables. Unas son propias (cámara al cuello, acento o idioma extraño en el lugar de origen, despiste general, etc), pero otras son ajenas. La cosas propias se pueden disimular un poco y, con un poquito de esfuerzo, las puedes controlar. Pero las ajenas...

En este caso, la cuestión ajena es una camisa digna del peor turista gringo de la historia. Una camisa verde chillón con una especie de gorila-pies grandes metido en un flotador de flamenco rosa. Rosa chillón, por supuesto. Cualquier parecido con la discreción, es pura fantasía.

Esta camisa forma parte de un conjunto de varias camisas similares que repartió un miembro de la expedición a modo de regalo entre los diferentes pardillos masculinos de la expedición (cobarde, con ellas no se atrevió...) y que a todos nos hizo muchísima gracia. Asumimos nuestro papel de turista estúpido y nos disfrazamos de ese personaje asumiendo su personalidad.

Durante un día entero nos paseamos por la zona dando el cante de una manera horrible.

Y, claro, esto entra en conflicto ético con mi forma de comportarme en zonas foráneas. Insisto en que dábamos el cante a niveles metafísicos. No hacíamos el burro, pero dudo mucho que a nadie le cupiera duda ninguna de que éramos de fuera.

Y estúpidos, claro.

Desde entonces tengo ese runrún en la cabeza, o en el alma, o dondequiera que se esconda la ética para provocar remordimientos, y me da cargo de conciencia haber ido a molestar. Que no, que no molestamos, que era una zona 100% deshabitada por gente local (sólo hoteles y ocio) y no molestamos más que a otros tan idiotas como nosotros, pero me sigue picando haber caído tan fácilmente en esa hipocresía.

Porque, claro, ¿me gustaría que un gilipollo se pasease de esa guisa por mi pueblo? Bueno, lo hacen, y nunca me ha importado la facha de la gente, pero ir con esa declaración de intenciones por la calle... ay, qué dilema moral.

Por lo tanto, he decidido asumir mi condena. Por lo menos para rascarme el prurito ético. De alguna manera tengo que asumir ese vestuario como una penitencia y voy  a hacerle caso a mi abuela, que me decía que los domingo en el pueblo hay que llevar camisa.

Así que, pueblo, este verano iré todos los domingo bien guapo.

 

Si esto no es ganarse el cielo...