miércoles, 12 de julio de 2017

FE

Cuando los de la Brigada para la Libertad Religiosa derriban mi puerta, yo ya les estoy esperando cómodamente sentado a la mesa de la cocina. Me estoy tomando el que, posiblemente, sea mi último café en mucho tiempo. Me he preparado unas tostadas con su mantequilla y todo. También me he puesto ropa cómoda, pero resistente. Sé que me esperan muchos días de calabozo e interrogatorio. Sé qué tipo de interrogatorio va a ser, y lo sé porque hasta esta misma mañana yo he sido inspector de la Brigada para la Libertad Religiosa.

Me lo olía desde hace tiempo, pero no he sabido que vendrían a por mí hasta que esta tarde he llegado a casa y me he encontrado una pintada en la puerta: Hereje, ponía. Hereje. Hay que joderse. Ya no sabemos ni utilizar las palabras. Por lo menos la han escrito con "H", que ya es mucho. Me definiría más bien como ateo, pero es que eso del ateísmo todavía (insisto: todavía) no está penado por la ley y lo de hereje suena mucho mejor para la prensa.

Para ser culpable de herejía hay que discrepar estando en la fe o haber pertenecido a una de las congregaciones, y de todos es sabido que yo no pertenezco a ninguna. Es cierto que de pequeño seguí un poco la Doctrina. Recuerdo domingos en familia acudiendo al Templo e incluso disfrutando de la ceremonia, pero siempre he preferido pensar que era por estar con la familia, no por la creencia o la ceremonia en sí misma. Por lo tanto, no puedo ser hereje. Quizá mi abogado (si me conceden uno, claro, que esa es otra historia...) intente seguir por esta línea de defensa, pero dudo mucho que ahora mismo haya abogados dispuestos a defender con ganas a un acusado de Herejía.

Tampoco es que me entusiasme mucho lo de ser libre en un país donde la Herejía está penada con la perpet... Perdón: con prisión permanente revisable.

Los primeros que entran son los del Grupo Especial, esos que van de negro, con el casco, el chaleco, las luces molonas, las gafas superchulas y toda esa jerga de "afirmativo, te copio, oquei, negativo, repito, negativo" y esos gestos que hacen con las manos para hablar como los sordos. La cosa es que cuando derriban mi puerta no actúan en silencio. La diferencia entre las casas de las películas y mi casa es que yo vivo en un piso normalito, con muchos vecinos, un edificio vejete que tiene los suelos de terrazo y la escalera abierta a todos los rellanos. Vamos, que se escucha todo. Si alguien está hablando en el portal, los del cuarto nos enteramos de todo. Y si lo que entra por el portal es una manada de bestias de 2x2 armados hasta los dientes, por mucho que no hablen, se les oye subir.

¿Sabes qué pasa si dejas la puerta abierta y le dan con un ariete? Pues eso, que no se rompe, sino que rebota y le vuelve al del ariete a toda velocidad. No influye en el resultado final, pero ver el salto que pegan cuando ven la puerta volver mola un rato y aprovecho para sonreir con todos mis dientes (los echaré de menos).

Como no quiero darles motivos, he dejado mi placa y mi pistola encima de la cocina, muy lejos de mi alcance, pero a la vista de los que entran. Nada de dispararme en defensa propia, no, no, no, no. Aun así, me lanzan una descarga eléctrica. Estoy sentado con las manos sobre la mesa, los pies separados, la cara levantada hacia ellos, sin elementos peligrosos a mi alcance (un tenedor, por ejemplo, o una espumadera, o un temible palillo para los dientes) y no tienen otra idea que derribarme a descargas. ¡Que la puerta estaba abierta y ya me había rendido, joder!

Pero da lo mismo: son los del GE, y tienen que comportarse como GE, que para eso les pagan.

El inspector encargado de detenerme es un chico joven, nacido en la época dorada de los Ídolos, no como yo, que todavía recuerdo a los de la Doctrina trabajando únicamente por placer. Lo he tenido de refuerzo esta última temporada mientras estábamos investigando lo de la secta LFP, pero tengo la sensación (ya no: ahora tengo la certeza) de que es un adepto que ha caído en la fe y me ha denunciado. Nunca lo sabré porque las acusaciones de herejía pueden ser anónimas. Lo malo de este caso es que si ha sido él tendrá muchísimas pruebas contra mí. Para empezar, cuánto nos hemos reído de las siglas de esta mierda de secta: Laxos y Fofos Penes, Locos Feos y Palurdos, Los Falsos Profetas, Laca Fijador y Peluca, Lerdos Fantasmas Pichaflojas, etc, etc, etc. En la brigada siempre hemos hecho algo similar con las sectas a las que hemos investigado porque le quita seriedad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de fe, y la fe es algo tan intenso que sobrepasa a la propia persona que la tiene. Nos tomamos nuestros casos en serio, pero siempre es necesario un desahogo. Ahora mismo todo desahogo adoptado en el caso de la LFP será considerado Herejía.

Lo siguiente es destrozar mi piso en busca de pruebas. Seguro que las hay. No sé dónde ni cuáles, pero estoy seguro de que un buen investigador encontrará todo tipo de pruebas más que concluyentes de mi Herejía. Yo también lo hacía y era bastante bueno. Por si acaso, les he dejado mis discos de memoria y ordenadores bien a la vista, no sea que buscando, buscando, prendan fuego al piso. No es que tenga la romántica idea de que vaya a volver a ver este piso en mi vida, pero es que me queda mucha hipoteca por pagar y mi única opción de librarme de esa carga desde la cárcel es vendiéndolo. También tengo la opción de alquilarlo. Sé que hay una buena demanda de pisos de este tipo en los que han vivido herejes y a lo mejor me puedo agarrar a esa opción. No sé, a ver qué sale de esto.

No soy muy experto en casos de Herejía. La Brigada para la Libertad Religiosa se formó específicamente para proteger a la gente de charlatanes con la habilidad suficiente para saquear fortunas. Nos dedicábamos a rastrear el dinero que se iba acumulando en empresas que únicamente vendían Fe. Muchas veces actuábamos de oficio para comprobar que tal o cual congregación religiosa no estaba destinada a sacarle los cuartos al personal. Sobre todo le dedicábamos muchas horas a los datos contables más que a los datos personales o de fe, pero los casos más complicados solían llegar mediante denuncias de particulares. Habitualmente, algún hijo o nieto que ve cómo su padre o su familiar más cercano empieza a donar generosamente su tiempo y dinero a determinado grupo en particular.

Es fácil vender la fe, si sabes cómo. Hay que tener habilidad y saber encontrar esos núcleos de gente descontenta o desilusionada, además de disponer de los recursos suficientes para que tu negocio empiece a andar. Si todo iba bien, abortábamos (no sé si la Doctrina permite utilizar este término todavía, a lo mejor me estoy metiendo en otro lío) el negocio en su fase inicial, cuando el grupo empieza a convertirse en congregación.

Cuando empecé en esto y no era más que un novato con placa, había un grupo de veteranos provenientes de otros departamentos mucho más duros que no dejaban pasar una y que siempre me hacían la misma pregunta: ¿cómo sabes que es una secta y no una religión? Nunca me lo dijeron, los muy cabrones, y se reían de mí si empezábamos a meter la nariz en un grupo acosándome con la preguntita. ¿Y si es una religión? ¿Y si no es una secta? ¿Y si es la fe verdadera? ¿Y si estás atacando a la única verdad? Me volvían loco.

Durante mucho tiempo me creí aquello de que la diferencia entre religión y secta era su finalidad y el número de adeptos hasta que una vez desmantelamos violentamente un grupo que tenía sedes, delegaciones y una infraestructura legal totalmente asentada con cerca de un millón de adeptos en todo el continente. Nos coordinamos en diferentes países, entramos de noche, les desmontamos el chiringuito y, hala, a otra cosa. De la noche a la mañana, un millón de personas pasaron de ser creyentes a ser un millón de primos engañados por un charlatán. Y sanseacabó. No dieron más problemas, lo que me llevó a pensar que la diferencia no puede estar en el número de adeptos.

Ahora lo sé, pero hace diez años todavía no lo sabía, y eso que es una lección básica de la formación para entrar en la Brigada para la Libertad Religiosa, pero, seamos serios: ¿quién hace caso de la formación?

Pues eso.

El traslado hasta la comisaría es incómodo porque tengo los pantalones mojados. Como sabía que venían a por mí y qué le ocurre a los esfínteres cuando te dan una paliza o una descarga, he tenido la precaución de no beber mucha agua y orinar mucho mientras les he estado esperando. Creo que en mi cuerpo sólo tengo el poco café que me he bebido justo antes de que entraran y he conseguido no hacerme pis encima mientras me pateaban un poco en el suelo. Evidentemente, como no he mojado mis pantalones, uno de la GE lo ha hecho por mí entre las risas de sus colegas.

Sé quién es, lo ha hecho otras veces conmigo al cargo y tengo sus datos. No le guardo rencor, pero en cuanto tenga acceso a un terminal de ordenador (supongo que en la cárcel al final del juicio, hacia el año que viene, pero no tengo prisa), voy a comerme sus finanzas, falsear su ficha, arruinar su vida y cargar de deudas a todos sus herederos. Para mí es fácil y toda la brigada lo sabe. No entiendo cómo se puede ser tan tonto. El agente que me traslada hasta el furgón sí lo debe de saber porque se comporta correctamente conmigo mientras me baja cuatro pisos por la escalera. Buen chico. También sé quién es. A la familia de este no le haré nada.

Insisto: a la familia.

Acabo en la sala de interrogatorios de la Brigada (sólo hay una, que no somos los de Delitos Económicos) un poco magullado y esposado a la mesa. Curioso acabar aquí, ya que estoy seguro de que toda esta porquería comenzó en esta misma sala hará más o menos diez años. Es como muy poético esto de cerrar círculos. Queda bonito cuando lo cuentas, pero no hace la menor gracia tener la nariz rota, los oidos zumbando, el cuerpo morado y oler a pis de otro. Y eso no es parte de ningún círculo poético.

Aquel hombre que puso la denuncia se podía haber quedado en su casa. O haber venido en un turno que no fuera el mío. O haber venido un día que yo no hubiera estado tan cabreado con el mundo en general. Ni me acuerdo de por qué estaba tan enfadado aquel día . Supongo que siempre estaba enfadado, que para eso me pagaban.

Puso la denuncia en ventanilla. Ni onlain, ni nada: en ventanilla. Vino hasta la comisaría a poner la denuncia con sus propias manos, a decir las cosas con su voz y a firmar con un boli azul. Con un par.

Lo malo es que el funcionario que le atendió tuvo tiempo de ver lo que iba escribiendo en su denuncia y le pidió que esperase un poco, que iba a llamar a un superior. A mí. Tuvo que llamarme a mí, que aquel era mi tercer día seguido de turno, segunda noche sin dormir, más puesto de cafeína que de nicotina, (o al revés, ya no me acuerdo), harto de darle de palos a un profetilla de barrio que había desvalijado a una jubilada y tan cansado que cualquier cosa me habría tumbado al suelo.

Leí la denuncia lo menos seis veces. Me asomé a la zona de espera para ver si aquel tío era un bromista, algún colega bromista, pero resultó un completo desconocido, un señor de lo más vulgar, sencillo, aburrido. Su denuncia estaba correctamente escrita, muy bien expuesta, sin incongruencias. Imposible rechazarla. El funcionario de ventanilla me miraba de reojo, asustado y a la vez aliviado de haberse quitado la responsabilidad de encima. Yo todavía podía librarme de esto si conseguía que aquel hombre no tramitara la denuncia. Le llamé y pasamos a la sala de interrogatorios. Sí, a esta misma sala, qué cosas.

Era un hombre correcto, inteligente y bien educado. Creo que estaba más asustado que yo, pero se notaba que tenía su decisión bien tomada. Le pregunté por qué y, mal que bien, me fue contando su historia.

Había nacido en una familia perteneciente a la Gran Familia Blanca, que es una de las familias de la Doctrina de la LFP (limpios felices perturbados), posiblemente la más poderosa. Todos los domingos iba al Templo y seguía a sus ídolos y profetas sin dudar de sus palabras ni de sus actos porque eran gente de la Familia Blanca que iba adquiriendo la habilidad y el conocimiento para ir subiendo dentro de la estructura y que daban ánimos a los adeptos como él cada vez que conseguían un logro importante para el grupo. Así se convertían en ídolos de los que nadie dudaba. Poco a poco los ídolos se fueron convirtiendo en Profetas, cuyas palabras y actos no sólo no son cuestionables, sino que son doctrina. Si el Profeta dice que ama a la Gran Familia Blanca porque es una verdadera familia, nadie lo duda y se convierte en ley.

Nuestro hombre se sintió un poco extraño cuando los profetas empezaron a llegar desde otras congregaciones o diferentes familias. Se suponía que los ídolos habían amado a sus anteriores familias. ¿Cómo los podían abandonar? Era conocido que sus antiguos seguidores les insultaban, renegaban de su doctrina y les impedían volver a sus antiguas casas. ¿Es eso correcto? Sí, decía el Padre de la Gran Familia Blanca: ha huido y viene a la verdadera congregación de la Doctrina, donde estará a gusto y le amaremos eternamente.

Y nuestro hombre se lo creyó. Y lloró mucho cuando algún Profeta huyó a otra familia. Sufrió, rompió sus imágenes, quemó sus publicaciones, renegó de todos los años de amor hacia aquel ídolo caído, convertido ahora casi en un demonio. Pero nunca dudó de las explicaciones del Padre.

Tampoco dudó cuando la liturgia empezó a hacerse insoportable. En los medios de comunicación se hablaba más de los Profetas que de sus enseñanzas, más de los Ídolos que de sus acciones durante toda la semana, desde que acababa la liturgia de un Domingo hasta que comenzaba la liturgia del Domingo siguiente.

Su fe empezó a flaquear cuando, agotado y casi sin poder pagar la entrada al Templo, las ceremonias empezaron a realizarse también otros días. De vez en cuando surgía una celebración extraordinaria y había que asistir al Templo. Incluso a los Templos de las otras familias. Si había que pagar atobuses, aviones o barcos, se pagaban. Se hipotecaban las viviendas, se retiraba el dinero de las cuentas, todo por la verdadera fe de la Doctrina, y si uno vive solo a lo mejor se lo puede permitir, pero nuestro hombre tenía una familia con tres niños pequeños que tenían que comer. Un día se encontró dudando si comprar el acceso al Tempo o ahorrar para los niños y su fe se empezó a resquebrajar.

La duda es el primer síntoma de desintoxicación. Nuestro hombre empezaba a cuestionar su fe, que es el paso más grande.

Aun así, siguió adorando a los Ídolos y Profetas, que cada vez venían de más lejos y duraban menos tiempo dentro de la Familia Blanca o de cualquier otra Familia de la Doctrina que, sin embargo, no veía con malos ojos aquel baile tan extraño para los creyentes.

Los días de celebración de la Doctrina pasaron a llenar toda la semana. Fue duro al principio ver cómo los demás devotos asistían al templo y él no podía permitirse su asistencia. La grieta de la duda empezó a ser permeable.

El colmo, me dijo, fue cuando las diferentes familias de la Doctrina de la LFP (Lógicos que Finalizan por el Principio) empezaron a traficar con  la fe de los niños. Es tradición que cada familia eduque a sus hijos en la fe que profesan y que poco a poco vayan eligiendo una familia. No es extraño que en una misma casa convivan miembros de diferentes familias, pero siempre como opción, y no como adoctrinamiento agresivo. El hijo menor de nuestro hombre, de unos tres años, cayó en una profunda depresión cuando la Gran Familia Blanca sufrió un fortísimo revés en el extranjero. Quizá un adulto sufra, pero sabe gestionar el dolor (más o menos, que en todas las casas cuecen habas y conocemos casos de peleas y divorcios por estos motivos), mientras que un niño sólo puede sentir que el mundo se acaba y quería morir. ¡Con tres años!

Al poco tiempo, encontraron en la habitación del hijo mayor, de unos seis años de edad, un uniforme completo para la liturgia de la familia Roja y Blanca. No sabía de dónde había salido ni quién había podido lavar el cerebro de su hijo de tal manera y nuestro hombre se rompió.

Tardo meses en decidirse, pero cuando tomó la decisión, acudió a comisaria y redactó la denuncia contra toda la LFP acusándolos de ser una secta peligrosa que atentaba contra la libertad religiosa.

La LFP (Listillos, Fanáticos y Peligrosos), ni más ni menos. Nada de una facción herética o unos imitadores. Nada de una familia completa, no: vino a denunciar a toda la LFP con todas sus Familias, facciones, subdivisiones, etc.

¿Y quién estaba allí para atenderle, muerto de sueño y con ganas de pillar la cama y acabar su turno? Pues un servidor, efectivamente. Tendría que haberlo mandado a freir monas y explicarle que la LFP era una creencia perfectamente legal, que tenía sus fanáticos y sus creyentes moderados y, sobre todo, que tenía mucha mucha mucha mucha pasta y, por lo tanto, muchos muchos muchos muchos abogados.

Pero no: firmé la entrada, emití el sello, le di una copia y, hala, a la cama, que mañana será otro día.

Mientras me acuerdo de aquello se abre la puerta de la sala de interrogatorios y entra el jefe. Sin decir ni mú, se acerca a mí y me suelta tal bofetón que se le han tenido que romper un par de dedos. Por entre el zumbido de mis oidos enfoco un ojo en su cara y veo que está congestionado. Supongo que si pudiera, me mordería, pero no le da tiempo porque de inmediato entran dos agentes de uniforme, lo tumban sobre la mesa y, para mi sorpresa, le ponen las esposas y se lo llevan detenido.

Durante una millonésima de segundo, atontado y sin poder razonar demasiado, pienso que aquellos agentes han detenido al jefe (a su propio superior) para evitar una tortura que me llevase a la muerte, pero me da un ataque de risa al pensarlo porque eso nunca ha sido excusa. Anda que no se ha muerto de manera natural gente en esta sala. Buf, ni sé decirlo.

Seamos gente seria, que esto es una historia seria: se llevan al jefe detenido porque el tema que he liado es tan gordo que se van a cepillar a todo el que haya tenido alguna relación con este caso. Y él permitió que yo hurgara en el tema.

Al día siguiente de sellar la denuncia contra la LFP (Liendres Faltas de Pelo) me arrastraron (metafóricamente, que todavía era inspector, no nos adelantemos) hasta el despacho del jefe, donde tuve que aguantar una de las broncas más espantosas de mi vida. Creo que estuvimos cerca de una hora discutiendo sobre la viabilidad del caso contra la LFP y al final, no sé cómo (no, en serio: ¿cómo lo hice? ojalá lo supiera para poder repetirlo), me concedió dos días enteros para montar las líneas maestras de este caso. Si al final de esos dos días no aparecía con un caso sólido, perderíamos la denuncia entre otros millones de papeles y no volveríamos a nombrar este caso.

Bah, fácil. Con cinco minutos me sobraban, pero aun así, durante aquellos dos días trabajé como un animal recopilando datos que sustentaran la idea de que la Doctrina era (no era: lo es, como ha quedado demostrado conmigo) una secta peligrosa que atentaba contra la libertad religiosa.

Tampoco él tenía muy buena cara cuando nos reunimos a los dos días. Se sentó a esperar una avalancha de datos y cifras, pruebas y líneas de investigación, acciones y trampas legales y no sé qué cosas más, pero yo aparecí allí con las fichas de los veinte Padres de las Familias principales de la LFP. Material muy sensible, sí, pero disponible si sabes moverte un poco por el laberinto de la burocracia informática de las fuerzas y cuerpos de seg... bueno, de la poli. De mi casa. O lo que era mi casa.

Veinte fichas con dos caras. En una, la cara oficial de cada líder espiritual, con sus hazañas y heroicidades. En la otra, el listado más completo que había podido redactar de los delitos por los que podríamos meter en la jaula a aquellos (supuestamente) criminales. Todos, insisto: TODOS estaban siendo investigados por delitos económicos. Todos tenían antecedentes de irregularidades empresariales. Alguno ya había pisado la cárcel. Una banda de cantamañanas, sacacuartos, charlatanes de feria capaces de vender frigoríficos en el tristemente desaparecido Polo Norte. En este caso, Fe.

Como siempre, todos los delitos importantes se rastrean siguiendo el botín.

Podríamos haber ido a por todos ellos a la vez, pero somos una brigada muy modesta, sin medios ni credibilidad ninguna dentro del cuerpo, así que el delito no podría ser el de atentado contra la libertad religiosa, sino el económico. ¿Y quienes se ocupan de eso? Pues los chavalotes de al lado, los de la Brigada de Delitos Económicos. Tampoco es que sean los de Anticorrupción (esos sí que están todo el día currando, qué máquinas), pero por lo menos tienen más salas de interrogatorio que nosotros.

Para no asustar al personal, contactamos con ellos y les pasamos el caso de uno de los Padres de una congregación modesta. No recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo es que cayó como un pajarito. Tenía pufos hasta en los pufos. No había manera de sostener su caso y lo atrapamos bien atrapado. Corrijo: los de Delitos Económicos lo atraparon. Les montamos el caso y se lo pasamos bien masticadito, así que, evidentemente, se llevaron todos los méritos y la gloria.

Los cuatro gatos de la Brigada lo celebramos con una cervecita en el bar de la esquina, medio escondidos y brindando bajito.

Aun así, se montó un buen escándalo. La Familia de aquel padre congregó a sus fieles y consiguieron organizar una manifestación tan grande que algún que otro político se echó a temblar. Por suerte no fue a más, pero aprendimos que, por muy modesta que sea la Familia a la que pertenezcan, tienen a toda la LFP (Lechuguinos Feos y Pelones) detrás apoyándoles.

Ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de que ellos reaccionaron bien. Tenían muchísimo más poder del que nos imaginábamos (y nos imaginábamos mucho, que conste), pero según pasaba el tiempo fueron cayendo sus líderes uno tras otro haciéndonos creer que les estábamos machacando. Ja. Ya.

Este periodo pudo durar unos cinco años, más o menos. Atrapábamos a uno de los padres, se montaba un escándalo, ponían otro padre y así estuvimos más o menos entretenidos toda aquella etapa. Lo que no vimos. Perdón: lo que no vi fue el movimiento subterráneo que se estaba produciendo. Y creo que no me habría dado cuenta de no ser por aquel día que llegué a casa sonriendo y con ganas de celebrar otra detención con mi familia (oh, sí, mujer y dos hijos, como todo buen funcionario) y me encontré las maletas en la puerta. Más bien la maleta, en singular. Así, sin avisos de ningún tipo, sin malas palabras, sin una simple discusión que me llevara a pensar que había problemas en casa. Nada de nada.

Monté un escándalo que no voy a justificar. ¿Para qué? Aporreé la puerta, chillé, amenacé, lloré, supliqué... Acabé en el calabozo, claro. Bueno, no. Acabé sentado con el sargento de guardia echando un cigarro con las esposas puestas, pero no me llegaron a meter en el calabozo. Al fin y al cabo, éramos compañeros. Y no era el primero que llegaba a casa y se encontraba las maletas.

Mi mujer accedió a hablar conmigo, pero siempre con un abogado delante. De los niños, nada de nada. Ni verlos. Ni una nota, ni un mensaje. Nos sentamos a una mesa larga y el abogado me fue explicando muy amablemente cómo su representada (mi mujer, coño, mi mujer) solicitaba el divorcio y una orden de alejamiento contra mí alegando violencia contra la libertad de las creencias religiosas.

¡Y olé!

Como es fácil suponer, le tengo cierta manía a eso de las sectas, pero es que también se me ha ido un poco la mano con el tema de las confesiones organizadas alrededor del dinero, y en mi casa he sido muy estricto. No creo haberme puesto violento ni nada similar, pero sí he dejado claro que nada de creencias raras, por lo menos mientras los niños fueran pequeños.

De boca de aquel abogado me enteré de que mi familia iba al Templo de la Gran Familia Blanca todos los domingos que me tocaba guardia. Y seguían a su líder, y adoraban a los Ídolos de cada temporada con tal devoción que mis propios hijos empezaron a tenerme miedo por si me daba cuenta de su Fe. Aprendieron a no hablar del tema, a callar, a estar ocultos bajo esa apariencia de normalidad que dan los horarios del cole mezclados con turnos de policía. Un desastre.

Me acusaron de ultraje a la libertad de creencias por haber destrozado un icono de un ídolo de la Gran Familia Blanca. Yo no lo recordaba, pero por lo visto un día encontré alguna estampita de uno de los ídolos por casa, la rompí y tiré los pedazos a la basura. De verdad que no lo recuerdo, pero puede ser cierto. Sí recuerdo que mi hijo mayor estuvo triste durante una buena temporada y que me dejó de hablar, pero nunca lo relacioné con lo de la estampita. En resumidas cuentas: que atenté contra la libertad de opciones religiosas de mis propios hijos.

No los he vuelto a ver y creo que cuando sepan que estoy esposado y que voy a ir a la cárcel acusado de Herejía no van a llorar mucho.

Al perder a mi familia me di cuenta de que la estrategia de la Doctrina de la LFP (lúgubres fantasmas pútridos) había sido la de intensificar su acción propagandística. Su poder económico les permitía el lujo de sacrificar un padre tras otro consiguiendo aparecer como víctimas de una cacería y, además, distraernos de nuestro objetivo principal: su erradicación.

Invirtieron en horas de televisión, informativos, libros, vídeos, canales específicos para la expansión de la doctrina, difusión internacional, templos erigidos por arquitectos de primer nivel, actos de congregación mundial, acoso y derribo al sistema educativo tradicional y, sobre todo, absorción de niños, muchos niños. Los niños aprenden lo que ven y esta gente les ofrecía dibus, juegos, última tecnología en canales de comunicación y relaciones comerciales de alta intensidad, incluso casos burdos de propaganda para sembrar la idea de la Doctrina en los niños.

Los niños crecerán y serán la Doctrina. Es fácil de entender.

Directamente les acusamos de ser una Secta, pero montar un caso semejante contra tal infraestructura es muy difícil (imposible, como ha quedado demostrado) y nadie quiere aparecer en el bando perdedor. Durante varios años intenté cambiar la estrategia de la Brigada y atacar a la base, cortar su sistema propagandístico, pero nuestra sección fue poco a poco perdiendo presupuesto hasta quedarnos casi sin bolígrafos. El resto de divisiones ya no nos ayudaban y yo veía impotente cómo el sistema iba permitiendo que esta gentuza campara a sus anchas saqueando nuestros bolsillos.

Aquí sentado me empieza a doler casi todo el cuerpo. Se me deben de estar enfriando los lugares donde me han atizado y ya no sé cómo ponerme. Me duele mucho la bofetada que me ha soltado el jefe porque en cierto modo me la merezco. Y bien merecida, qué carajo. Debería haber sido más contundente desde el principio. Y no sigo por ese camino.

Se abre la puerta (no sé cuántas horas llevo aquí) y entra alguien a quien realmente no me esperaba: el Padre Supremo, líder de la doctrina de la LFP (libertinos fondones perezosos). Casi, casi debería considerarlo un honor. El mismísimo artífice de todo el chiringuito, el que ha convertido todo aquel batiburrillo de seguidores en lo que es hoy.

Se sienta delante de mí y me empieza a decir cosas como que se alegra de conocerme en persona por fin (claro), que he sido un rival digno (sí, más claro), que la lucha ha sido encarnizada pero justa (sí, seguro que él ha perdido a su familia, trabajo, futuro y apesta a meados de poli) y que la Doctrina me debe mucho.

Que me debe mucho. A mí. Yo lo flipo con estos comecocos. No entiendo cómo la gente no se da cuenta de lo zumbados que están.

Sonríe. Creo que adivina lo que estoy pensando porque me explica que fui el primero en darse cuenta de que su debilidad era la economía individual de cada uno de sus padres (charlatanes, prefiero decir) y que les ataqué de una manera que a punto les hizo caer y volver al tiempo del inicio de la Fe, cuando la LFP (Los Follacabras Peludos) no controlaba aun la Doctrina que se dictaba en los Templos. Por lo visto les hicimos mucho daño con el dinero, pero cuando les acusamos de ser una secta, hicieron aquello de adaptarse (aquí es cuando se me pone a explicar no sé qué filosofía oriental (siempre es oriental, si no, no vale) sobre el junco, el árbol, la forma del agua y no sé qué rollos más que no consigo captar porque sólo pienso en arrancarle la nariz de un mordisco) y amplificaron el tema. Primero, intensificando la difusión de su Palabra (así, con mayúsculas) hasta conseguir una buena base de fieles y, luego alegando que no eran una secta, sino una Religión.

O sea que les di la idea. Qué bien. Ahora sí que le quiero arrancar la cabeza de cuajo.

Y se ríe. Se ríe. Abre las manos, muestra las palmas y me mira. Sí, entiendo que me está diciendo que es irónico que yo, inspector de la Brigada para la Libertad Religiosa, haya acabado detenido por atentar contra la misma.

Ah, es que se me ha olvidado decir que no sólo consiguieron que se les considerase una religión, sino que por aclamación popular (sí: una aclamación como nunca antes se había oído en este pueblo) pasaron a ser La Religión Oficial del estado, de obligado respeto. Que puedes ser ateo, pero que la llevas clara si lo dices. Y si te metes con ellos, pues vas de cráneo porque eres un Hereje.

Y esta, me dice, es la verdadera diferencia entre una secta y una religión.

Creo que se da cuenta de que estoy derrotado. Supongo que ha venido para eso, para comprobar que el último pequeño enemigo que les quedaba ya no les iba a molestar mas.

Se pone en pie, me mira con auténtico asco (sí, debo de oler mal) y hace como que se va, pero en la puerta se gira (mala imitación de Colombo, si ya digo yo que son unos cantamañanas con pasta) y me dice que me tiene que pedir una cosa que le molesta como un zumbido de mosquito: que deje de hacer chistes fáciles con sus siglas, por favor, y que les llame de una vez por todas por su nombre: LFP, Liga de Fútbol Profesional.