domingo, 13 de diciembre de 2020

NO ES OBSOLESCENCIA

Gracias, compañías de consumo. Gracias por salvar el planeta, por ser los activistas número uno, por hacerlo tan solapadamente, por ser discretos y, sin embargo, luchar para que esta sociedad sea cada vez menos consumista.

Pero me he dado cuenta de lo que hacéis y os quiero dar las gracias. Sí, sé vuestro secreto, sé que tenéis alma y que lucháis para que el consumidor sea responsable y, ya que no nos damos cuenta del daño que hacemos con esta cultura de usar y tirar, nos estáis haciendo entender que vuestros productos y servicios son inútiles con la sencilla táctica de hacerlos cada vez peores.

Oh, sí, y no es cosa de abuelo Ceboyeta eso de “antes la cosas se hacían mejor”, no, no, no. No sé cómo se hacían antes, así que sólo puedo comprobar cómo las hacéis ahora y, sinceramente, las hacéis todas mal.

Hace años, muchos, años, que no compro nada que salga bueno a la primera. Ni a la segunda. A veces, la solución de la basura es la mejor. Basura, sí, y te ahorras disgustos. Hace años que todos mis productos de electrónica presentan problemas de configuración de software, o de hardware o de ambas cosas a la vez. Y no a los meses o dos años, cuando acaba la garantía, sino desde el mismo momento en el que los pongo en marcha.  Hace años que todos los cacharros físicos que compro presentan muescas, o fallos, o dejan de funcionar misteriosamente, o son directamente una engañifa. Y no hay que ir a complejos electrodomésticos, no: el propio papel del váter falsea sus metros, falsea sus grosores, falsea sus capas, todo es falso. Imagina qué no estará ocurriendo en las tripas de mi impresora, esa que nunca ha conseguido dar bien la vuelta al papel, o mi televisión, que se vuelve loca con el ancho de pantalla cuando llegan los anuncios, o mi microondas nuevo, al que le han desaparecido las barritas de los números para que tenga que andar adivinando cuánto tiempo lleva el cronómetro, o el lavavajillas, que decidió por su cuenta que el interruptor de encendido no tenía que funcionar por mucho que el técnico dijera que sí.

¿Y los servicios? Hace veinte años que voy y vengo de las diferentes compañías de telecomunicaciones que van y vienen por el panorama comercial, y nunca (insisto: NUNCA) he conseguido una conexión a la primera (escribo esto desde la conexión del móvil, ya que actualmente mi empresa suministradora de internet me tiene sin conexión), o el producto ofertado, o el precio pactado, o mil y mil fallos, descuidos o, directamente engaños a los que me han sometido. Y qué decir del gas, de la electricidad, del transporte colectivo, del coche privado…

Podría seguir, sobre todo si me remonto a mi infancia, donde las cosas que tenía también estaban mal, pero donde había una gran diferencia: tenía muchas menos cosas.

Muchas menos cosas.

Y esta reflexión viene a cuenta de que como mi carísima cámara réflex tiene un fallo desde su origen (tiene más, pero en unas configuraciones que no sé usar, por lo que no me importan, y eso que reclamé y me dieron un modelo nuevo, aunque también presentó el mismo fallo al poco tiempo) que ahora la hace imposible de utilizar en su modo más básico, he decidido empezar a pensar que a lo mejor podría darme el capricho de comprarme una nueva. Sí, la primera “cosa” de capricho que me voy a comprar desde… uf, pues desde la cámara vieja, creo. Así que sí, puede que ronde por mi cabeza esa idea, pero a la vez, surge otra, mucho más potente, que se dedica a gritar que no, que no, que no, que compre la cámara que compre, estará mal, mal MAL, ¡¡MAL!!

Y ya no tengo fuerzas para reclamar nada. No puedo estar peleándome con los que me han dejado sin internet, los que me han dejado sin dial en el microondas, los que me han instalado una cocina que cojea, los que me vendieron un teclado musical que desafina, los que me han pasado una factura del gas correspondiente a otra vivienda, los que han perdido por octava vez la solicitud de ayudas para una persona dependiente de mi familia, los que me han cerrado la calefacción por error al hacer una obra en la oficina de al lado, los que me han arreglado el coche dejándome una puerta que cierra regulera, etc, etc, etc.

Así que no, no me voy a comprar nada. No puedo más y debo daros la razón: NO VOY A COMPRAR NADA. O sea que no voy a consumir, o sea que no voy a fomentar la destrucción de mi planeta, o sea que gracias a vosotros, voy a aportar mi granito de arena al contraconsumismo.

Parafraseando aquello de “no confundas con maldad lo que no es más que simple estupidez”, he llegado a la conclusión de que no debo confundir con obsolescencia programada lo que no es más que simple defecto de fabricación. En castellano, incompetencia.

Gracias por hacérmelo entender.

Gracias.

Postdata: este texto está escrito con un programa de código abierto, versión de hace más de diez años y, curiosamente, no ha fallado nunca. El de pago se me bloquea y paso de reclamar.