domingo, 6 de septiembre de 2020

UNA REFLEXIÓN CERVECERA

Esta mañana me he levantado a la hora que me ha dado la gana. Café a un ritmo pausado escuchando crecer la hierba y luego me he puesto la gorra y los guantes para pegarme un par de horas de curro en el campo. Campo de campo, o sea árboles, prados y bichos, nada de campo de juego con balones, pelotas o elementos de tortura similares, no: carretilla, hacha, pala, azadón, etc. Cosas del gimnasio rural.


Cuando me he cansado y el sol quemaba demasiado, he abierto la nevera y me he servido una buena cerveza. Nada de botellín a morro: botella grande, jarra helada del congelador y servicio lento y espumoso. También ha sido una cerveza con con bicho flotante, ya que me la he tomado sentado en la calle a la sombra, y el campo es lo que tiene: bichos. He alabado el buen gusto de ese bicho por la cerveza y la hemos compartido. Quién soy yo para impedirle ese placer a otro ser vivo.

Estaba en ello cuando he mirado al cielo y he visto una bandada de buitres dando vueltas. No sé si alguna vez habéis visto una de estas bandadas. Es algo espectacular porque son verticales, como un grandísimo cilindro formado por decenas de pájaros enormes que parecen flotar en el aire porque ni siquiera mueven las alas. Al buitre más bajo le ves hasta las plumas, pero el más alto se escapa de tu límite visual y no es más que un puntito... si tienes buena vista.

Han estado dando vueltas un buen rato, y yo mirando embobado mientras compartía mi cerveza con el bicho, hasta que me he dado cuenta de que estaban dando vueltas sospechosamente por encima de mi casa. Justo por encima de mi casa.

Por un momento he pensado que es imposible haber tenido una mañana tan plácida. Todos sabemos que estos momentos de placidez sólo salen en las novelas románticas o en los anuncios de la tele, así que lo más probable es que, sin darme cuenta, la hubiera espichado y estuviera viviendo mis últimos momentos en una especie de limbo placentero antes de pasar a otro plano. He pensado que debería aprovechar ese último instante de consciencia haciendo algo realmente importante y no desperdiciar ese momento extra que se me había concedido.

Así que he apurado hasta la última gota de mi cerveza.

Y que bajen los buitres, que yo ya he cumplido.