martes, 12 de diciembre de 2017

CREENCIA

Un hecho real. O casi.

Soy un turista de fiestas religiosas. Me encanta ir de pueblo en pueblo viendo esas tradiciones que mezclan paganismo con catolicismo a partes iguales, donde sacar una figura de paseo por las calles del pueblo consigue que todo el mundo se calle, o ría, o aplauda, o llore.

Y, luego, todos borrachos.

Pero no creo en nada de eso. Me parece folclórico (signifique lo que signifique eso de folclórico) y, como toda tradición, una rutina más que una devoción.

Sí creo en la gente que cree. Porque de verdad lo cree, y ese sentimiento es fuerte y se debe respetar. Por lo menos en mi opinión, que no vale más que lo que vale la opinión de un turista.

Hay fiestas que cierran el año. Estas fiestas se arriesgan a tener mal tiempo. Ya no se trata de la típica fiesta de verano en la que el pueblo tiene la opción de llenarse de turistas que aprovechan sus vacaciones para sacar unas fotos, comer, beber y dejar su dinerito en el pueblo (como yo), sino que se deben más a la tradición y tienen que apechugar con cambios de clima otoñales, el frío y la temida lluvia.

Me comentaron que uno de los pueblos de la zona cierra la temporada de fiestas el último martes de Septiembre. Ese detalle, el de fijar un día no numérico para la celebración del patrón, me parece fascinante, así que retrasé mis vacaciones de verano un poco y aproveché para ir a disfrutar de la fiesta.

Llegué el fin de semana con buen tiempo. El domingo se empezó a torcer, el lunes hacía claramente frío y, el martes, en cuanto empezó la procesión, se puso a llover. Disfruté y me lo pasé bien, pero me mojé todo lo que quise. Es una zona seca, de clima extremos, con mucho calor en verano y mucho frío en invierno, pero de pocas lluvias... excepto la semana de la fiesta del pueblo, cuando siempre, invariablemente, llueve. Quince días antes disfrutaban de 35 grados y sequía, pero en cuanto empezaron los preparativos de la fiesta, cambió el clima, bajó la temperatura y se puso a llover. Volví de allí con un buen catarro y una bonita historia que contar.

Nadie se lo tomó a mal, sino como un mal menor porque estaban acostumbrados a la lluvia de las fiestas patronales. La leyenda popular dice que la figura del patrón está cómoda dentro de la iglesia, en su pedestal, y que cuando la mueven, se enfada y llueve. Que si no la movieran, no llovería. A mi me pareció algo folclórico, un poco más de mito a la tradición, eso de que llueva siempre, pero a las fuerzas vivas que querían una fiesta turística más bulliciosa no le hacía mucha gracia. Tener unas fiestas patronales pasadas por agua no es algo muy práctico para salir a la calle, organizar conciertos, teatros, pasacalles, vaquillas, etc.

Y también está ese pequeño tema del dinero. Hay que ganar dinero durante las fiestas, hay que aprovechar, hay que traer al turista, y si llueve, no hay turista que valga. Tras años de pelea con las fuerzas más tradicionales, la presión de las fuerzas vivas consiguió cambiar la fecha de la fiesta del patrón. Tomaron como ejemplo las famosas fiestas de esa capital tan famosa en la que corren toros, que pasó de invierno a verano por presión popular con gran éxito, y el ayuntamiento aceptó pasar la fecha de la fiesta del patrón a mediados de Agosto, en plena ola de calor y sequía.

Se consultó con el párroco y se aceptó cambiar también la parte religiosa, de tal manera que toda la fiesta, tanto la religiosa como la popular, pasarían a una fecha de sequía segura.

Cuando me contaron todo esto, decidí volver a als fiestas de este pueblo y ver cómo habría cambiado una celebración popular por el simple hecho de estar más o menos llena de gente, con más o menos calor, o sin lluvia. 

Efectivamente, me encontré el pueblo lleno, a rebosar de turistas habituales y turistas que habían ido específicamente a la fiesta, como yo. El ambiente era magnífico. Casi ni se podía andar por la calle durante los días previos, así que el día de la fiesta iba a ser todo un éxito. Se prepararon conciertos, teatros, pasacalles, todo al aire libre. Y vaquillas, por fin vaquillas sin patinar. Para una zona ganadera, lo de las vaquillas era un tema importante.

Durante ese par de días anteriores a la fiesta estuve hablando con la gente y me encontré disparidad de opiniones, como no podía ser menos. Estaban los encantados de la vida, que veían aquello como una gran oportunidad de poner el pueblo en el mapa, de darle una nueva vida. 

Estaban los fiesteros, que pasan de todo y sólo quieren pasárselo bien, ya sea navidad, semana santa, la fiesta patronal o el día de la abuela.

Y estaban los tradicionalistas. Este grupo era exclusivamente local. Sólo había que invitar a unos vinos a algún habitante del pueblo con cierta edad y te empezaban a torcer el gesto. Lo achaqué a esa reacción inevitable al cambio que se da ante cualquier modificación de una tradición o costumbre. Les ponía el ejemplo de esa capital donde corren los toros y, aun así, me torcían el gesto y con un simple ademán, desechaban el tema con el convencimiento de quien está seguro de que algo se está haciendo inevitablemente mal.

El lunes se hicieron actos previos ¡al aire libre!.

El martes se sacó el patrón de la iglesia ante un público más numeroso que nunca.

Y se puso a llover.

No se puede decir que hiciera frío, pero por las noches, además del paraguas, había que sacar la chaqueta. No se habían previsto estas lluvias y hubo que trasladar los conciertos al polideportivo, suspender un día las vaquillas para aplicar los sistemas antipatinaje, eliminar los pasacalles, cancelar los actos políticos en el balcón descubierto del ayuntamiento, se recogieron las terrazas... Un desastre.

Pero lo peor fue aguantar a los tradicionalistas. Te invitaban ellos a los vinos en el bar y te decían de mil maneras diferentes aquello de "te lo dije".

Desde entonces las fiestas se celebran otra vez el último martes de Septiembre. Se prevén los actos a cubierto, se pone un mercadillo con casetas cubiertas, la gente lleva calzado cerrado y, ¿sabes qué? Pues que se lo pasan de maravilla.

Nadie ha vuelto a sacar el tema. Ni se sospecha que a alguien se le pueda ocurrir intentar cambiar la fiesta porque, de cualquier modo, habrá que mover al patrón. 

Y si mueves al patrón... Bah, que no me lo creo, y seguro que fue casualidad.

Bueno, casi seguro.