miércoles, 25 de septiembre de 2024

SEMÁNTICA MODERNA

Hace tiempo que mi hijo mayor necesita cambiar su chaqueta. Ahora es más un trozo de pellejos unidos por un montón de agujeros que una chaqueta en sí. La chaqueta, no mi hijo. Con la excusa, a lo mejor incluso yo me compro una, que falta me hace.

Por eso ayer, al pasar delante de una tienda de un centro comercial y ver un montón de chaquetas del estilo que le gustan al chaval, entré a mirarlas. Como siempre, iba con prisa, pero como no había nadie y sólo quería tocar el tejido para ver cómo andaban de consistencia, no me importó entrar.

Suelo ir a los centros comerciales a las horas no comerciales, así que estaba solo en la tienda. Como es lógico, se acercó a mí la dependienta y me ofreció su ayuda. Le pregunté si aquellas chaquetas en concreto eran de piel o sintéticas. Me explicó un poco cuáles sí y cuáles no, y me ofreció traerme otras tallas para que me las probara.

-No, gracias -le dije-, si ni siquiera es para mí, es para mi chaval.

Vale.

Según salían de mi boca, aquellas palabras sonaban a otra cosa diferente, y tanto ella como yo nos dimos cuenta. Pude ver con claridad cómo en el cerebro de aquella pobre chica se formaba la imagen de un viejo verde que se ha echado como ligue un chaval joven y que le está buscando un regalo, pero se repuso y siguió explicándome el tema de las chaquetas un minuto más. Yo, por mi parte, a punto de la carcajada, no le saqué de su error y me retiré lo más dignamente que pude. A fin de cuentas, los dos hemos conseguido hoy una buena anécdota que contar.

A ver qué cara pone el día que vaya con mi chaval a comprarla.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

REFLEXIÓN GENÉTICA

El otro día vi en el parque un montón de perros de razas diferentes. Cuenta el rumor popular que no son más que el resultado de una selección humana. Lo que me lleva a pensar que hemos andado a jugar a Dios con los perros.

Cuando me cuentan que somos la obra de Dios, la selección genética de sus directrices grabadas en nuestro ADN, entiendo que todo el mundo piensa que él ha hecho con nosotros lo mismo que nosotros con los perros y, partiendo de homínidos básicos, hemos llegado a ser lo que somos.

Pero mientras que la gente piensa que somos los orgullosos mastines, o pastones alemanes, o alguna de esas orgullosas, recias y preciosas variedades de perro, cada día estoy más convencido que a efectos de deriva genética, no somos más que los chihuahuas de la creación.

martes, 30 de julio de 2024

lunes, 8 de julio de 2024

ÉTICA TEXTIL

El otro día me convertí en turista. Intento ser un turista de los buenos, si es que eso existe, ya que no me alojo en zonas residenciales, sino en hoteles, no doy la tabarra por las noches, soy discreto, intento ocupar poco y me gusta mucho el tema cultural local. Vamos, que intento no molestar ni, mucho menos, interferir en el desarrollo de la vida local.

Pero hay cosas inevitables. Unas son propias (cámara al cuello, acento o idioma extraño en el lugar de origen, despiste general, etc), pero otras son ajenas. La cosas propias se pueden disimular un poco y, con un poquito de esfuerzo, las puedes controlar. Pero las ajenas...

En este caso, la cuestión ajena es una camisa digna del peor turista gringo de la historia. Una camisa verde chillón con una especie de gorila-pies grandes metido en un flotador de flamenco rosa. Rosa chillón, por supuesto. Cualquier parecido con la discreción, es pura fantasía.

Esta camisa forma parte de un conjunto de varias camisas similares que repartió un miembro de la expedición a modo de regalo entre los diferentes pardillos masculinos de la expedición (cobarde, con ellas no se atrevió...) y que a todos nos hizo muchísima gracia. Asumimos nuestro papel de turista estúpido y nos disfrazamos de ese personaje asumiendo su personalidad.

Durante un día entero nos paseamos por la zona dando el cante de una manera horrible.

Y, claro, esto entra en conflicto ético con mi forma de comportarme en zonas foráneas. Insisto en que dábamos el cante a niveles metafísicos. No hacíamos el burro, pero dudo mucho que a nadie le cupiera duda ninguna de que éramos de fuera.

Y estúpidos, claro.

Desde entonces tengo ese runrún en la cabeza, o en el alma, o dondequiera que se esconda la ética para provocar remordimientos, y me da cargo de conciencia haber ido a molestar. Que no, que no molestamos, que era una zona 100% deshabitada por gente local (sólo hoteles y ocio) y no molestamos más que a otros tan idiotas como nosotros, pero me sigue picando haber caído tan fácilmente en esa hipocresía.

Porque, claro, ¿me gustaría que un gilipollo se pasease de esa guisa por mi pueblo? Bueno, lo hacen, y nunca me ha importado la facha de la gente, pero ir con esa declaración de intenciones por la calle... ay, qué dilema moral.

Por lo tanto, he decidido asumir mi condena. Por lo menos para rascarme el prurito ético. De alguna manera tengo que asumir ese vestuario como una penitencia y voy  a hacerle caso a mi abuela, que me decía que los domingo en el pueblo hay que llevar camisa.

Así que, pueblo, este verano iré todos los domingo bien guapo.

 

Si esto no es ganarse el cielo...
 

domingo, 30 de junio de 2024

ENVIDIA CANARIA

El otro día estuvimos en Gran Canaria. Por hacer la tontería, fuimos a ver un pueblo que se llama Tejeda y que está en el centro del medio de la mitad de la isla, a sesenta kilómetros de la punta sur de Maspalomas, nuestra base de actuación. En el grupo hay gente mayor y niñas pequeñas y no nos interesa meterlos en una excursión aburrida de horas de coche. Sólo son sesenta kilómetros, pero en el navegador nos indica hora y media de viaje, así que sospechamos algo raro. Preguntamos al de turismo y, con una soltura y una tranquilidad absolutamente aplastante, nos dice que eso no es nada, que la realidad es que se tarda alrededor de una hora.

Pues dos. Al final tardamos dos horas en llegar. Una carretera espectacularmente bonita con una velocidad máxima de 40 km/hora y el coche, como mucho, en segunda, millones de curvas ciegas, pasos estrechos... y dos niñas mareadas. Una juerga, vamos.

Quizá el de turismo entendía la hora canaria como un concepto más dilatado. Quien dice una, dice dos, o dos y media...

El pueblo, muy bonito, preparándose para un festival nocturno, con guirnaldas, banderines, altavoces en preparación de conciertos, etc. Unas vistas espectaculares, algo de comer y, hala, media vuelta al hotel, que son otro montón de curvas por delante. En esta ocasión sólo paramos una vez y no tardamos dos horas, quizá una y media pasada o así. Al llegar al hotel, paramos el coche y sólo podía pensar en tomarme una cerveza bien fría. Por favor, qué cansancio de viaje. 

En esas que estamos descargando gente y cosas y oigo esa frase que todo turista está encantado de oír :"¡Ay, que no encuentro la mochila!" Bueno, no pasa nada, una mochila con cosas... Ay, que, entre otras cosas, estaban las carteras de mi señora y de un servidor. Sin dinero reseñable, pero con la documentación completita, la tarjeta de crédito, la tarjeta de la seguridad social, la tarjeta de identificación digital, las llaves del hotel, etc, etc, etc. La tarjeta del Carrefour no estaba porque para el viaje sólo llevábamos lo imprescindible.

En fin. ¿Qué hacer? ¿Nos la han robado o la hemos perdido? Por el ambiente del pueblo, más parecía ser que la hubiéramos perdido, así que nos montamos en el coche tal cual y, hala, a correr de vuelta al pueblo. 

En esta ocasión el viaje duró poco más de una hora. Las curvas eran más rectas, el tráfico más fluido, las cuestas menos empinadas, los paisajes ni se mostraban. Lo que hace la adrenalina. Aun así, en esa hora y pico larga nos dio tiempo a hacer varias llamadas telefónicas:

Primero, a la policía local del pueblo. Pero no contestaban, por supuesto.

Luego, a los locales donde habíamos comido o estado. Pero no tenían ninguna mochila.

Luego, a la desesperada, a la policía nacional. Pero a la canaria, claro. Y ahí, lo mismo que con el de turismo, apareció ese deje de urgencia canaria que, más o menos se resume en que nos dijo que oiga, hay mucho carterista y tienen que andar con cuidado. Ya, ¿y qué hacemos sin DNI para volver en avión a casa? Pues nada, se hace uno provisional. Ah, vale, ¿ahi, en su comisaría? ¡No, no, no, en el aeropuerto, mujer, en el aeropueeeerto!

Luego, por probar, a la benemérita. Y ahí salió un contestador. Si quiere denunciar no sé qué, pulse uno, si es por un tema de armas, dos, si es por algo agrícola, tres, si es porque está aburrido, cuatro... y así hasta seis o siete opciones. Si no, espere. Y esperamos. Y al rato, la respuesta fue: el número al que llama no responde, vuelva a intentarlo más tarde. Click.

Como para morirse estamos.

La cosa es que llegamos al pueblo en un ti-tá y bajamos a la plaza. Revisamos los sitios y, como no había nada, preguntamos a un puesto de comida ambulante, churros, y esas cosas. ¿Han visto una mochila, o se la han entregado o algo así? Pues no sé... pregúntale al compañero, que lleva toda la tarde aquí. Y el compañero es otro puesto, un camión de comidas altísimo donde hay un chico al que le hacemos la misma pregunta. Pues no sé... no... creo que no, y no nos han dado nada, no... vale, grac... ¡Espera! En esas que del interior del puesto sale su compañera y dice: Oigan, que sí, que unas mujeres han encontrado una mochila y se la han dado al guardia. Y al ver la sonrisa en la cara de mi angustiadísima mujer, el chico nos suelta: Haaaala, ya pueden respirar.

¿Y el guardia? Hay un coche de la policía, pero no está en él. Ah, se habrá ido con la banda., nos dicen los del camión de comida. Pues hala, busquemos el sonido de la banda de música, a ver por dónde andan en un día de pasacalles. Los encontramos al final del pueblo y vimos a dos policías, uno cada lado de la calle. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté por la mochila. Sí, me dice, la tengo en el coche. Nuestra sonrisa se hace de un kilómetro de ancha, pero añade: ahora les atiendo, espérense un poquitín. Y es que estaba hablando con un parroquiano, a ritmo canario, por supuesto. Nos comía la impaciencia, pero bien pensado, el caso está resuelto, Sherlock, así que según la mentalidad del detective, se acabó la novela y no pasa nada por esperar.

Nos fuimos a una sombra a que acabase de debatir aquello tan importantísimo que estaba debatiendo.

Al rato vino y nos llevó hacia el coche patrulla, que estaba al oooootro lado de la calle. Al otro lado a lo largo, no a lo ancho, se entiende. Caminamos un rato a paso... uh, pausado, y a medio camino se paró a hablar con la gente que estaba sentada en las terrazas de los bares que nos íbamos encontrando. Y volvimos a esperar, claro.

Cuando llegamos al coche patrulla, abrió la puerta, sacó nuestra mochila (sí, era nuestra mochila) y nos la dio tan pancho. Ni preguntó qué había, ni comprobó si era nuestra. Estaba todo, efectivamente, y le iba a enseñar mi dni para que viera que sí, que era nuestra, pero sonrió, nos dijo que ya podíamos estar tranquilos, cerró el coche y, hala, mil gracias, a otra cosa mariposa.

Volvimos por la plaza donde estaban los puestos de comida y desde la atalaya del altísimo camión nos vieron pasar los dos que nos habían indicado lo del guardia. Levanté la mochila en alto para que la vieran y les dimos las gracias, a lo que el chico nos dijo: ¿Ven?, si es que los canarios somos muy buena gente.

Y viendo su tranquilidad, su forma de enfrentarse a las cosas y, a pesar de que es una mentalidad tan opuesta a la nuestra que inicialmente son capaces de provocarte un infarto, debemos reconocer que sí, que esa actitud es realmente la correcta y que sí, que son buena gente. 

Es más: yo, de mayor, quiero ser canario.

 


Postdata: el viaje de vuelta fue mucho más tranquilo, con la puesta de sol como si la hubieran pintado adrede, las maravillosas vistas sorprendiéndonos tras cada curva y cada valle, el Teide al otro lado del mar, a contraluz, con su nube enganchada en la cumbre, la tranquilidad de haber resuelto un problemón... y con una actitud frente al reloj tan propia del lugar, que si alguien me preguntara cuánto tardamos en volver, podría jurar que más o menos una hora.

o dos...

o dos y media...

¡Qué más da!


miércoles, 5 de junio de 2024

TELONEROS

Tenemos toda la ciudad alborotada porque viene un grupo germanmetal a tocar en el estadio de fútbol. Media ciudad está emocionada, y la otra media está hasta el gorro de no poder acceder a la zona, ya que el espectáculo que montan es tan grande que necesitan algo así como setenta y dos hectáreas para aparcar camiones un mes antes del concierto.

O algo así.

La cosa es que con tanto alboroto, circulan muchos vídeos de otros conciertos del grupo, instrucciones de dónde aparcar, dónde ir, qué ver, cómo coger el tren, etc, para que los cuarenta mil metaleros que van a ir al estadio sepan exactamente qué hacer. Hay que ordenar el rebaño, por muy metalero que seas.

Entre esos vídeos está uno del grupo telonero, que resultan ser dos chicas que tocan el piano. Y ya. O sea que para animar al personal, ponen a dos pianistas haciendo versiones de canciones metal, pero a lo Bach o algún primo suyo, y tengo al rebaño alborotado intentando creer que es una broma, que realmente tocan algo mucho más cañero, que esto es un espectáculo metal, que esto tiene que ser atronador, que esto es para dejarse los tímpanos (lo que queda de ellos a estas alturas), que es para arder en pirotecnias, que es para sufrir ese ansiado infarto cincuentón en un concierto de veinteañero. ¡¡Que esto es tocho-metal, jodeeeer!!

Bueno, paz.

Todo este alboroto me ha llevado a reflexionar un poco sobre los grupos teloneros, la gran importancia que tienen y el poco valor que les damos. Salen sabiendo que son segundones, que por mucho que toquen bien, nadie les ha llamado, nadie les ha ido a ver, que su sonido será la mitad que el grupo principal, que tienen cuatro luces de cuatro watios en vez de cuarenta mil de cuatrocientos, que tienen como mucho media horita para ir calentando al personal...

Y aquí me quedo, en lo de calentar al personal. El telonero tiene que ir poniendo a tono al espectador, haciéndole desear que llegue el grupo principal a la vez que se pasa un rato majo O sea que todo el mundo espera que el telonero sea un grupo de la cuerda del grupo principal, un primo hermano, un pariente cercano. ¡Y no dos chicas tocando el piano, pordiossss!, me guasapean airadamente.

Así que con esa reacción, me he dado cuenta de que, realmente, los teloneros deberían ser, en este caso, algo así como Bustamente, la Sabater, el Dj-Txorra o el reguetonero de la semana.

¡Y esos sí que iban a dejar al público calentito!

miércoles, 29 de mayo de 2024

ASIMETRÍA TELECOMUNICATIVA

Se me ha muerto el móvil. Bueno, no era mío, sino el que le compramos a mi chaval pequeño cuando era pequeño, o sea una castaña pilonga que heredé yo hace un tiempo. Aún así, me ha servido muy bien y, para lo que lo he usado, me ha sobrado. Pero no ha dado más de sí, lo he jubilado y me he comprado un cacharro nuevo nuevito. Un modelo de 2023, pero, para mí, ciencia ficción.

La cosa es que me lo compré un viernes y ese mismo fin de semana tuve un gripazo interesante. Como buen autónomo, me puse medio malo el viernes por la tarde (así pude hacer lo que me quedaba para cerrar la semana), el sábado estuve zombi absoluto, el domingo pachá-pacha, pero consciente de estar vivo, y el lunes, hale, al curro.

Ese mismo lunes tuve mi ración de llamaditas y noté desde el principio que el sonido del nuevo móvil era muy diferente al anterior. Lo cierto es que se oye mucho fuera de la oreja, y me pasé el día entero subiéndole el volumen. Suelo poner el aparato en la oreja izquierda, pero por cosas de esa falta de volumen, probé a ponérmelo en la derecha... y casi me quedo sordo. ¡Madre mía, cómo sonaba aquello en mi cerebro!

En el oído derecho, bien. Ay, ¿y qué le pasa al izquierdo?

Probé el móvil en ambos oídos y confirmé que en la zona izquierda me había quedado sordo. Sordo, sordísimo. Me empecé a poner un poco nervioso. ¿Me habría afectado la gripe al oído? ¿Será esto permanente? ¿Será recuperable?

Pero la cosa es que en el día a día no he notado nada raro. Quizá sí, algo, quizá no... quizá me estaba poniendo histérico con la semisordera. O semihistérico.

Y así estaba, en mi pozo autodestructivo, cuando por cosas de la oficina portátil en la que vivo (o sea en la calle, con la bolsa, la carpeta, la chaqueta, la tarjeta del bus, etc), contesté a una llamada con la oreja izquierda, se me medio resbaló el móvil (¡uy, que es nuevo y sin funda ni protector ni nada!) y... ¡hala, que oía perfectamente por la izquierda! Como suena. Según giré el móvil poniéndolo perpendicularmente a la oreja, escuchaba muy bien, como en la oreja derecha.

Inspeccioné el aparato para ver si comprendía aquello y comprobé que ahora el altavoz ya no está en la pantalla del cacharro, sino en el canto, concretamente en la parte superior, así que cuando te lo plantas en la oreja, no estás poniendo tu oído hacia el sonido, sino hacia el vidrio de la pantalla. Por eso no lo oía bien... Ya, ¿y en la oreja derecha? Ahí sí que suena bien. Si el problema es ése, debería darse en ambos oídos, ¿no?

La respuesta está en el espejo. Resulta que todos somos un poco asimétricos. Cuanto más simétricos, más guapos. Cuanto menos... pues eso. Que yo soy MUY asimétrico y he comprobado que mi oreja derecha es más o menos normalita, con su pabellón, sus pliegues, etc, pero que la izquierda, por el contrario, es como la oreja de un luchador de lucha libre. Vamos, que está aplastada hacia el cráneo. Tengo un antisoplillo.

O sea que mi oreja izquierda no tiene pliegues ni membranas, ni cartílagos ni nada que recoja el sonido que sale en vertical desde el móvil, mientras que mi oreja derecha, como es normalita, consigue que el sonido rebote en sus pliegues y pase al oído.

Desgraciadamente, así he comprendido por qué los chavales no se ponen el móvil en la oreja, sino que se lo clavan en perpendicular, o lo llevan a la altura de la boca para hablar a distancia.

Me voy a comprar una gorra y me la voy a poner del revés. Y a soltar bobadas por la calle con el móvil clavado en el pabellón ¡Y a ser moderno!

Asimétrico, pero moderno.

domingo, 19 de mayo de 2024

miércoles, 8 de mayo de 2024

SOBRE LAS APARIENCIAS

 El otro día una cliente nos pidió que le resolviéramos un problema de su edificio. Tienen goteras, han presentado el ayuntamiento documentación, planos y demás elementos de tortura para solicitar licencia y en el ayuntamiento les han dicho que todo lo que han presentado está mal porque, entre otras, cosas, eso lo tiene que presentar un técnico (un arquitecto en este caso) con la documentación correcta y con el visado correspondiente del colegio profesional que toque.

O sea que después de pedir licencia, hablan con el arquitecto, como es habitual.

La cosa es que me han enseñado la documentación que han presentado y, efectivamente, no cumple ni con la norma, ni con nada de nada, como es lógico, ya que no se dedican a esto de la aquirdocumentación, que es una disciplina en sí misma. Mi trabajo es hacerlo todo desde cero.

Concretamente, los dos planos que, se supone, estaban a escala y bien medidos, se parecen a la realidad... relativamente. Digamos que hay diferencias de medición de hasta medio metro. Además, no son planos técnicos y no aportan la información que tienen que aportar: dimensiones, cotas, secciones constructivas, tipos de material, modificaciones respecto al estado original, etc.

Estos planos los ha hecho una (valiente) vecina que es diseñadora gráfica y que sabe de dibujos, pero no de planos. 

Se los he enseñado a una compañera, también arquitecta, y me ha dicho que son planos muy bonitos. Que le gusta mucho lo de los colores que tienen y la composición y todo eso. Mi respuesta ha sido de estupor: son dibujos que no valen para nada a nivel profesional. No son planos. Serán composiciones, representaciones artísticas, cuadros coloridos... lo que quieras, pero no son planos. Es más, gracias a esos "planos" el constructor hace lo que le da la gana con el presupuesto, la norma se la pasan por determinado sitio, el ayuntamiento abre un expediente, los vecinos se enfadan, la autora se lleva un chasco inaguantable, etc, etc, etc.

Pues me ha dicho que le da igual, que tienen colores muy bonitos y que le gustan.

El debate ha seguido un rato y no lo voy a desarrollar, pero todo esto me lleva a pensar en la cultura de la apariencia y cómo nos está ganando terreno a marchas forzadas. Da lo mismo que te desgañites mostrando la realidad, que si las apariencias de algo que no sirve para nada son interesantes, serán la siguiente realidad. Con todo, en todos los ámbitos y a todos los niveles: hay que APARENTAR. ¿Que luego todo sale mal y tienen que venir los que saben a resolverlo? Da lo mismo, ya se arreglará, lo importante es ese primer golpe de apariencia.

Y así nos va.

Quizá si pusiera otro tipo de letra, con colorines, un par de gráficos y alguna cosita de esas que se mueven para llamar la atención, alguien leería esto que acabo de escribir, pero, total, para la pinta que tiene...

jueves, 2 de mayo de 2024

CULTURA POPULAR

 Hoy me he encontrado esta imagen en un muro de un colegio. Como se puede ver, imitan un desconchón en la pared. Incluso han pintado los ladrillos que se supone que hay tras todo muro del mundo mundial.

Pero justo al lado, rodeando al falso desconchón, hay un montón de desconchones reales en los que se ve el interior del muro: las varillas de la armadura que forman eso que se llama hormigón armado.

Me parece significativo que la representación del imaginario se coloque al lado de la realidad sin importarle lo más mínimo. Quizá está un poco traído por los pelos, pero es que la realidad es la que es: ese muro es de pedruscos con cemento y acero, osea hormigón armado, y quizá el desconchón debería representar las armaduras corroídas dentro de la masa del hormigón o algo así. 

O podrían haber aprovechado los desconchones reales donde se ve la armadura y haberla prolongado o algo similar, o haber imaginado un mundo virtual dentro del muro, o haber hecho una falsa ventana a un falso jardín, o una visión de un agujero de gusano que conecta con otra galaxia, o un dragón asomando la cabeza por el roto...

No sé.

Es bonito representar, imaginar y fantasear, pero precisamente en un colegio, donde se va a aprender, se debería enseñar cómo es la realidad. No hace falta que sea la crudísima realidad, e insisto en que fantasear es genial, pero teniendo el ejemplo de lo real al lado...

 


 



domingo, 25 de febrero de 2024

Un susurro más allá del mar

A veces hablaba con ella y notaba que dudaba de quién era yo.

¿Cómo puedes olvidarte de mí -pensaba- si me has llevado dentro, si me has criado, si me has dado la vida?

Si de verdad hay un dios, ¿cómo puede permitir que una madre olvide a sus hijos?

La letra y la música son mías, pero la voz, las guitarras y, sobre todo, la emoción, la pone Álvaro Modrego, que se deja los dedos en un punteo maravilloso y la voz en un temblor precioso.

 

Letra:

 A veces te vas y tras tus ojos no hay más 

que un Edén desierto, 

 pero suelo soñar que me vuelves a abrazar 

como cuando era pequeño. 

Un beso desde el balcón, 

algún caramelo, 

una caricia si había que madrugar, 

algún grito, algún te quiero, 

batas contra el frío, hambre y paz. 

Quiero pensar que al fondo, en algún lugar, 

guardas de mí un recuerdo, 

que soy algo más que el niño flaco que está 

contigo en fotos en blanco y negro. 

Tu risa y mi mal humor, veranos al pueblo, 

¿qué tal el cole?, deberes y a merendar… 

¿Dónde están esos momentos? 

Restos de ceniza en un hogar.

 

coda: 

Pronto me olvidarás y mi voz será 

como un susurro más allá del mar. 

El eco extraño de otro lugar, 

el grito sordo de mi alma herida. 

Maldigo al dios que ha sido capaz 

de hacerte olvidar 

ue un día me diste la vida.



domingo, 7 de enero de 2024