miércoles, 25 de septiembre de 2024

SEMÁNTICA MODERNA

Hace tiempo que mi hijo mayor necesita cambiar su chaqueta. Ahora es más un trozo de pellejos unidos por un montón de agujeros que una chaqueta en sí. La chaqueta, no mi hijo. Con la excusa, a lo mejor incluso yo me compro una, que falta me hace.

Por eso ayer, al pasar delante de una tienda de un centro comercial y ver un montón de chaquetas del estilo que le gustan al chaval, entré a mirarlas. Como siempre, iba con prisa, pero como no había nadie y sólo quería tocar el tejido para ver cómo andaban de consistencia, no me importó entrar.

Suelo ir a los centros comerciales a las horas no comerciales, así que estaba solo en la tienda. Como es lógico, se acercó a mí la dependienta y me ofreció su ayuda. Le pregunté si aquellas chaquetas en concreto eran de piel o sintéticas. Me explicó un poco cuáles sí y cuáles no, y me ofreció traerme otras tallas para que me las probara.

-No, gracias -le dije-, si ni siquiera es para mí, es para mi chaval.

Vale.

Según salían de mi boca, aquellas palabras sonaban a otra cosa diferente, y tanto ella como yo nos dimos cuenta. Pude ver con claridad cómo en el cerebro de aquella pobre chica se formaba la imagen de un viejo verde que se ha echado como ligue un chaval joven y que le está buscando un regalo, pero se repuso y siguió explicándome el tema de las chaquetas un minuto más. Yo, por mi parte, a punto de la carcajada, no le saqué de su error y me retiré lo más dignamente que pude. A fin de cuentas, los dos hemos conseguido hoy una buena anécdota que contar.

A ver qué cara pone el día que vaya con mi chaval a comprarla.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

REFLEXIÓN GENÉTICA

El otro día vi en el parque un montón de perros de razas diferentes. Cuenta el rumor popular que no son más que el resultado de una selección humana. Lo que me lleva a pensar que hemos andado a jugar a Dios con los perros.

Cuando me cuentan que somos la obra de Dios, la selección genética de sus directrices grabadas en nuestro ADN, entiendo que todo el mundo piensa que él ha hecho con nosotros lo mismo que nosotros con los perros y, partiendo de homínidos básicos, hemos llegado a ser lo que somos.

Pero mientras que la gente piensa que somos los orgullosos mastines, o pastones alemanes, o alguna de esas orgullosas, recias y preciosas variedades de perro, cada día estoy más convencido que a efectos de deriva genética, no somos más que los chihuahuas de la creación.

martes, 30 de julio de 2024

lunes, 8 de julio de 2024

ÉTICA TEXTIL

El otro día me convertí en turista. Intento ser un turista de los buenos, si es que eso existe, ya que no me alojo en zonas residenciales, sino en hoteles, no doy la tabarra por las noches, soy discreto, intento ocupar poco y me gusta mucho el tema cultural local. Vamos, que intento no molestar ni, mucho menos, interferir en el desarrollo de la vida local.

Pero hay cosas inevitables. Unas son propias (cámara al cuello, acento o idioma extraño en el lugar de origen, despiste general, etc), pero otras son ajenas. La cosas propias se pueden disimular un poco y, con un poquito de esfuerzo, las puedes controlar. Pero las ajenas...

En este caso, la cuestión ajena es una camisa digna del peor turista gringo de la historia. Una camisa verde chillón con una especie de gorila-pies grandes metido en un flotador de flamenco rosa. Rosa chillón, por supuesto. Cualquier parecido con la discreción, es pura fantasía.

Esta camisa forma parte de un conjunto de varias camisas similares que repartió un miembro de la expedición a modo de regalo entre los diferentes pardillos masculinos de la expedición (cobarde, con ellas no se atrevió...) y que a todos nos hizo muchísima gracia. Asumimos nuestro papel de turista estúpido y nos disfrazamos de ese personaje asumiendo su personalidad.

Durante un día entero nos paseamos por la zona dando el cante de una manera horrible.

Y, claro, esto entra en conflicto ético con mi forma de comportarme en zonas foráneas. Insisto en que dábamos el cante a niveles metafísicos. No hacíamos el burro, pero dudo mucho que a nadie le cupiera duda ninguna de que éramos de fuera.

Y estúpidos, claro.

Desde entonces tengo ese runrún en la cabeza, o en el alma, o dondequiera que se esconda la ética para provocar remordimientos, y me da cargo de conciencia haber ido a molestar. Que no, que no molestamos, que era una zona 100% deshabitada por gente local (sólo hoteles y ocio) y no molestamos más que a otros tan idiotas como nosotros, pero me sigue picando haber caído tan fácilmente en esa hipocresía.

Porque, claro, ¿me gustaría que un gilipollo se pasease de esa guisa por mi pueblo? Bueno, lo hacen, y nunca me ha importado la facha de la gente, pero ir con esa declaración de intenciones por la calle... ay, qué dilema moral.

Por lo tanto, he decidido asumir mi condena. Por lo menos para rascarme el prurito ético. De alguna manera tengo que asumir ese vestuario como una penitencia y voy  a hacerle caso a mi abuela, que me decía que los domingo en el pueblo hay que llevar camisa.

Así que, pueblo, este verano iré todos los domingo bien guapo.

 

Si esto no es ganarse el cielo...
 

domingo, 30 de junio de 2024

ENVIDIA CANARIA

El otro día estuvimos en Gran Canaria. Por hacer la tontería, fuimos a ver un pueblo que se llama Tejeda y que está en el centro del medio de la mitad de la isla, a sesenta kilómetros de la punta sur de Maspalomas, nuestra base de actuación. En el grupo hay gente mayor y niñas pequeñas y no nos interesa meterlos en una excursión aburrida de horas de coche. Sólo son sesenta kilómetros, pero en el navegador nos indica hora y media de viaje, así que sospechamos algo raro. Preguntamos al de turismo y, con una soltura y una tranquilidad absolutamente aplastante, nos dice que eso no es nada, que la realidad es que se tarda alrededor de una hora.

Pues dos. Al final tardamos dos horas en llegar. Una carretera espectacularmente bonita con una velocidad máxima de 40 km/hora y el coche, como mucho, en segunda, millones de curvas ciegas, pasos estrechos... y dos niñas mareadas. Una juerga, vamos.

Quizá el de turismo entendía la hora canaria como un concepto más dilatado. Quien dice una, dice dos, o dos y media...

El pueblo, muy bonito, preparándose para un festival nocturno, con guirnaldas, banderines, altavoces en preparación de conciertos, etc. Unas vistas espectaculares, algo de comer y, hala, media vuelta al hotel, que son otro montón de curvas por delante. En esta ocasión sólo paramos una vez y no tardamos dos horas, quizá una y media pasada o así. Al llegar al hotel, paramos el coche y sólo podía pensar en tomarme una cerveza bien fría. Por favor, qué cansancio de viaje. 

En esas que estamos descargando gente y cosas y oigo esa frase que todo turista está encantado de oír :"¡Ay, que no encuentro la mochila!" Bueno, no pasa nada, una mochila con cosas... Ay, que, entre otras cosas, estaban las carteras de mi señora y de un servidor. Sin dinero reseñable, pero con la documentación completita, la tarjeta de crédito, la tarjeta de la seguridad social, la tarjeta de identificación digital, las llaves del hotel, etc, etc, etc. La tarjeta del Carrefour no estaba porque para el viaje sólo llevábamos lo imprescindible.

En fin. ¿Qué hacer? ¿Nos la han robado o la hemos perdido? Por el ambiente del pueblo, más parecía ser que la hubiéramos perdido, así que nos montamos en el coche tal cual y, hala, a correr de vuelta al pueblo. 

En esta ocasión el viaje duró poco más de una hora. Las curvas eran más rectas, el tráfico más fluido, las cuestas menos empinadas, los paisajes ni se mostraban. Lo que hace la adrenalina. Aun así, en esa hora y pico larga nos dio tiempo a hacer varias llamadas telefónicas:

Primero, a la policía local del pueblo. Pero no contestaban, por supuesto.

Luego, a los locales donde habíamos comido o estado. Pero no tenían ninguna mochila.

Luego, a la desesperada, a la policía nacional. Pero a la canaria, claro. Y ahí, lo mismo que con el de turismo, apareció ese deje de urgencia canaria que, más o menos se resume en que nos dijo que oiga, hay mucho carterista y tienen que andar con cuidado. Ya, ¿y qué hacemos sin DNI para volver en avión a casa? Pues nada, se hace uno provisional. Ah, vale, ¿ahi, en su comisaría? ¡No, no, no, en el aeropuerto, mujer, en el aeropueeeerto!

Luego, por probar, a la benemérita. Y ahí salió un contestador. Si quiere denunciar no sé qué, pulse uno, si es por un tema de armas, dos, si es por algo agrícola, tres, si es porque está aburrido, cuatro... y así hasta seis o siete opciones. Si no, espere. Y esperamos. Y al rato, la respuesta fue: el número al que llama no responde, vuelva a intentarlo más tarde. Click.

Como para morirse estamos.

La cosa es que llegamos al pueblo en un ti-tá y bajamos a la plaza. Revisamos los sitios y, como no había nada, preguntamos a un puesto de comida ambulante, churros, y esas cosas. ¿Han visto una mochila, o se la han entregado o algo así? Pues no sé... pregúntale al compañero, que lleva toda la tarde aquí. Y el compañero es otro puesto, un camión de comidas altísimo donde hay un chico al que le hacemos la misma pregunta. Pues no sé... no... creo que no, y no nos han dado nada, no... vale, grac... ¡Espera! En esas que del interior del puesto sale su compañera y dice: Oigan, que sí, que unas mujeres han encontrado una mochila y se la han dado al guardia. Y al ver la sonrisa en la cara de mi angustiadísima mujer, el chico nos suelta: Haaaala, ya pueden respirar.

¿Y el guardia? Hay un coche de la policía, pero no está en él. Ah, se habrá ido con la banda., nos dicen los del camión de comida. Pues hala, busquemos el sonido de la banda de música, a ver por dónde andan en un día de pasacalles. Los encontramos al final del pueblo y vimos a dos policías, uno cada lado de la calle. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté por la mochila. Sí, me dice, la tengo en el coche. Nuestra sonrisa se hace de un kilómetro de ancha, pero añade: ahora les atiendo, espérense un poquitín. Y es que estaba hablando con un parroquiano, a ritmo canario, por supuesto. Nos comía la impaciencia, pero bien pensado, el caso está resuelto, Sherlock, así que según la mentalidad del detective, se acabó la novela y no pasa nada por esperar.

Nos fuimos a una sombra a que acabase de debatir aquello tan importantísimo que estaba debatiendo.

Al rato vino y nos llevó hacia el coche patrulla, que estaba al oooootro lado de la calle. Al otro lado a lo largo, no a lo ancho, se entiende. Caminamos un rato a paso... uh, pausado, y a medio camino se paró a hablar con la gente que estaba sentada en las terrazas de los bares que nos íbamos encontrando. Y volvimos a esperar, claro.

Cuando llegamos al coche patrulla, abrió la puerta, sacó nuestra mochila (sí, era nuestra mochila) y nos la dio tan pancho. Ni preguntó qué había, ni comprobó si era nuestra. Estaba todo, efectivamente, y le iba a enseñar mi dni para que viera que sí, que era nuestra, pero sonrió, nos dijo que ya podíamos estar tranquilos, cerró el coche y, hala, mil gracias, a otra cosa mariposa.

Volvimos por la plaza donde estaban los puestos de comida y desde la atalaya del altísimo camión nos vieron pasar los dos que nos habían indicado lo del guardia. Levanté la mochila en alto para que la vieran y les dimos las gracias, a lo que el chico nos dijo: ¿Ven?, si es que los canarios somos muy buena gente.

Y viendo su tranquilidad, su forma de enfrentarse a las cosas y, a pesar de que es una mentalidad tan opuesta a la nuestra que inicialmente son capaces de provocarte un infarto, debemos reconocer que sí, que esa actitud es realmente la correcta y que sí, que son buena gente. 

Es más: yo, de mayor, quiero ser canario.

 


Postdata: el viaje de vuelta fue mucho más tranquilo, con la puesta de sol como si la hubieran pintado adrede, las maravillosas vistas sorprendiéndonos tras cada curva y cada valle, el Teide al otro lado del mar, a contraluz, con su nube enganchada en la cumbre, la tranquilidad de haber resuelto un problemón... y con una actitud frente al reloj tan propia del lugar, que si alguien me preguntara cuánto tardamos en volver, podría jurar que más o menos una hora.

o dos...

o dos y media...

¡Qué más da!


miércoles, 5 de junio de 2024

TELONEROS

Tenemos toda la ciudad alborotada porque viene un grupo germanmetal a tocar en el estadio de fútbol. Media ciudad está emocionada, y la otra media está hasta el gorro de no poder acceder a la zona, ya que el espectáculo que montan es tan grande que necesitan algo así como setenta y dos hectáreas para aparcar camiones un mes antes del concierto.

O algo así.

La cosa es que con tanto alboroto, circulan muchos vídeos de otros conciertos del grupo, instrucciones de dónde aparcar, dónde ir, qué ver, cómo coger el tren, etc, para que los cuarenta mil metaleros que van a ir al estadio sepan exactamente qué hacer. Hay que ordenar el rebaño, por muy metalero que seas.

Entre esos vídeos está uno del grupo telonero, que resultan ser dos chicas que tocan el piano. Y ya. O sea que para animar al personal, ponen a dos pianistas haciendo versiones de canciones metal, pero a lo Bach o algún primo suyo, y tengo al rebaño alborotado intentando creer que es una broma, que realmente tocan algo mucho más cañero, que esto es un espectáculo metal, que esto tiene que ser atronador, que esto es para dejarse los tímpanos (lo que queda de ellos a estas alturas), que es para arder en pirotecnias, que es para sufrir ese ansiado infarto cincuentón en un concierto de veinteañero. ¡¡Que esto es tocho-metal, jodeeeer!!

Bueno, paz.

Todo este alboroto me ha llevado a reflexionar un poco sobre los grupos teloneros, la gran importancia que tienen y el poco valor que les damos. Salen sabiendo que son segundones, que por mucho que toquen bien, nadie les ha llamado, nadie les ha ido a ver, que su sonido será la mitad que el grupo principal, que tienen cuatro luces de cuatro watios en vez de cuarenta mil de cuatrocientos, que tienen como mucho media horita para ir calentando al personal...

Y aquí me quedo, en lo de calentar al personal. El telonero tiene que ir poniendo a tono al espectador, haciéndole desear que llegue el grupo principal a la vez que se pasa un rato majo O sea que todo el mundo espera que el telonero sea un grupo de la cuerda del grupo principal, un primo hermano, un pariente cercano. ¡Y no dos chicas tocando el piano, pordiossss!, me guasapean airadamente.

Así que con esa reacción, me he dado cuenta de que, realmente, los teloneros deberían ser, en este caso, algo así como Bustamente, la Sabater, el Dj-Txorra o el reguetonero de la semana.

¡Y esos sí que iban a dejar al público calentito!

miércoles, 29 de mayo de 2024

ASIMETRÍA TELECOMUNICATIVA

Se me ha muerto el móvil. Bueno, no era mío, sino el que le compramos a mi chaval pequeño cuando era pequeño, o sea una castaña pilonga que heredé yo hace un tiempo. Aún así, me ha servido muy bien y, para lo que lo he usado, me ha sobrado. Pero no ha dado más de sí, lo he jubilado y me he comprado un cacharro nuevo nuevito. Un modelo de 2023, pero, para mí, ciencia ficción.

La cosa es que me lo compré un viernes y ese mismo fin de semana tuve un gripazo interesante. Como buen autónomo, me puse medio malo el viernes por la tarde (así pude hacer lo que me quedaba para cerrar la semana), el sábado estuve zombi absoluto, el domingo pachá-pacha, pero consciente de estar vivo, y el lunes, hale, al curro.

Ese mismo lunes tuve mi ración de llamaditas y noté desde el principio que el sonido del nuevo móvil era muy diferente al anterior. Lo cierto es que se oye mucho fuera de la oreja, y me pasé el día entero subiéndole el volumen. Suelo poner el aparato en la oreja izquierda, pero por cosas de esa falta de volumen, probé a ponérmelo en la derecha... y casi me quedo sordo. ¡Madre mía, cómo sonaba aquello en mi cerebro!

En el oído derecho, bien. Ay, ¿y qué le pasa al izquierdo?

Probé el móvil en ambos oídos y confirmé que en la zona izquierda me había quedado sordo. Sordo, sordísimo. Me empecé a poner un poco nervioso. ¿Me habría afectado la gripe al oído? ¿Será esto permanente? ¿Será recuperable?

Pero la cosa es que en el día a día no he notado nada raro. Quizá sí, algo, quizá no... quizá me estaba poniendo histérico con la semisordera. O semihistérico.

Y así estaba, en mi pozo autodestructivo, cuando por cosas de la oficina portátil en la que vivo (o sea en la calle, con la bolsa, la carpeta, la chaqueta, la tarjeta del bus, etc), contesté a una llamada con la oreja izquierda, se me medio resbaló el móvil (¡uy, que es nuevo y sin funda ni protector ni nada!) y... ¡hala, que oía perfectamente por la izquierda! Como suena. Según giré el móvil poniéndolo perpendicularmente a la oreja, escuchaba muy bien, como en la oreja derecha.

Inspeccioné el aparato para ver si comprendía aquello y comprobé que ahora el altavoz ya no está en la pantalla del cacharro, sino en el canto, concretamente en la parte superior, así que cuando te lo plantas en la oreja, no estás poniendo tu oído hacia el sonido, sino hacia el vidrio de la pantalla. Por eso no lo oía bien... Ya, ¿y en la oreja derecha? Ahí sí que suena bien. Si el problema es ése, debería darse en ambos oídos, ¿no?

La respuesta está en el espejo. Resulta que todos somos un poco asimétricos. Cuanto más simétricos, más guapos. Cuanto menos... pues eso. Que yo soy MUY asimétrico y he comprobado que mi oreja derecha es más o menos normalita, con su pabellón, sus pliegues, etc, pero que la izquierda, por el contrario, es como la oreja de un luchador de lucha libre. Vamos, que está aplastada hacia el cráneo. Tengo un antisoplillo.

O sea que mi oreja izquierda no tiene pliegues ni membranas, ni cartílagos ni nada que recoja el sonido que sale en vertical desde el móvil, mientras que mi oreja derecha, como es normalita, consigue que el sonido rebote en sus pliegues y pase al oído.

Desgraciadamente, así he comprendido por qué los chavales no se ponen el móvil en la oreja, sino que se lo clavan en perpendicular, o lo llevan a la altura de la boca para hablar a distancia.

Me voy a comprar una gorra y me la voy a poner del revés. Y a soltar bobadas por la calle con el móvil clavado en el pabellón ¡Y a ser moderno!

Asimétrico, pero moderno.

domingo, 19 de mayo de 2024

miércoles, 8 de mayo de 2024

SOBRE LAS APARIENCIAS

 El otro día una cliente nos pidió que le resolviéramos un problema de su edificio. Tienen goteras, han presentado el ayuntamiento documentación, planos y demás elementos de tortura para solicitar licencia y en el ayuntamiento les han dicho que todo lo que han presentado está mal porque, entre otras, cosas, eso lo tiene que presentar un técnico (un arquitecto en este caso) con la documentación correcta y con el visado correspondiente del colegio profesional que toque.

O sea que después de pedir licencia, hablan con el arquitecto, como es habitual.

La cosa es que me han enseñado la documentación que han presentado y, efectivamente, no cumple ni con la norma, ni con nada de nada, como es lógico, ya que no se dedican a esto de la aquirdocumentación, que es una disciplina en sí misma. Mi trabajo es hacerlo todo desde cero.

Concretamente, los dos planos que, se supone, estaban a escala y bien medidos, se parecen a la realidad... relativamente. Digamos que hay diferencias de medición de hasta medio metro. Además, no son planos técnicos y no aportan la información que tienen que aportar: dimensiones, cotas, secciones constructivas, tipos de material, modificaciones respecto al estado original, etc.

Estos planos los ha hecho una (valiente) vecina que es diseñadora gráfica y que sabe de dibujos, pero no de planos. 

Se los he enseñado a una compañera, también arquitecta, y me ha dicho que son planos muy bonitos. Que le gusta mucho lo de los colores que tienen y la composición y todo eso. Mi respuesta ha sido de estupor: son dibujos que no valen para nada a nivel profesional. No son planos. Serán composiciones, representaciones artísticas, cuadros coloridos... lo que quieras, pero no son planos. Es más, gracias a esos "planos" el constructor hace lo que le da la gana con el presupuesto, la norma se la pasan por determinado sitio, el ayuntamiento abre un expediente, los vecinos se enfadan, la autora se lleva un chasco inaguantable, etc, etc, etc.

Pues me ha dicho que le da igual, que tienen colores muy bonitos y que le gustan.

El debate ha seguido un rato y no lo voy a desarrollar, pero todo esto me lleva a pensar en la cultura de la apariencia y cómo nos está ganando terreno a marchas forzadas. Da lo mismo que te desgañites mostrando la realidad, que si las apariencias de algo que no sirve para nada son interesantes, serán la siguiente realidad. Con todo, en todos los ámbitos y a todos los niveles: hay que APARENTAR. ¿Que luego todo sale mal y tienen que venir los que saben a resolverlo? Da lo mismo, ya se arreglará, lo importante es ese primer golpe de apariencia.

Y así nos va.

Quizá si pusiera otro tipo de letra, con colorines, un par de gráficos y alguna cosita de esas que se mueven para llamar la atención, alguien leería esto que acabo de escribir, pero, total, para la pinta que tiene...

jueves, 2 de mayo de 2024

CULTURA POPULAR

 Hoy me he encontrado esta imagen en un muro de un colegio. Como se puede ver, imitan un desconchón en la pared. Incluso han pintado los ladrillos que se supone que hay tras todo muro del mundo mundial.

Pero justo al lado, rodeando al falso desconchón, hay un montón de desconchones reales en los que se ve el interior del muro: las varillas de la armadura que forman eso que se llama hormigón armado.

Me parece significativo que la representación del imaginario se coloque al lado de la realidad sin importarle lo más mínimo. Quizá está un poco traído por los pelos, pero es que la realidad es la que es: ese muro es de pedruscos con cemento y acero, osea hormigón armado, y quizá el desconchón debería representar las armaduras corroídas dentro de la masa del hormigón o algo así. 

O podrían haber aprovechado los desconchones reales donde se ve la armadura y haberla prolongado o algo similar, o haber imaginado un mundo virtual dentro del muro, o haber hecho una falsa ventana a un falso jardín, o una visión de un agujero de gusano que conecta con otra galaxia, o un dragón asomando la cabeza por el roto...

No sé.

Es bonito representar, imaginar y fantasear, pero precisamente en un colegio, donde se va a aprender, se debería enseñar cómo es la realidad. No hace falta que sea la crudísima realidad, e insisto en que fantasear es genial, pero teniendo el ejemplo de lo real al lado...

 


 



domingo, 25 de febrero de 2024

Un susurro más allá del mar

A veces hablaba con ella y notaba que dudaba de quién era yo.

¿Cómo puedes olvidarte de mí -pensaba- si me has llevado dentro, si me has criado, si me has dado la vida?

Si de verdad hay un dios, ¿cómo puede permitir que una madre olvide a sus hijos?

La letra y la música son mías, pero la voz, las guitarras y, sobre todo, la emoción, la pone Álvaro Modrego, que se deja los dedos en un punteo maravilloso y la voz en un temblor precioso.

 

Letra:

 A veces te vas y tras tus ojos no hay más 

que un Edén desierto, 

 pero suelo soñar que me vuelves a abrazar 

como cuando era pequeño. 

Un beso desde el balcón, 

algún caramelo, 

una caricia si había que madrugar, 

algún grito, algún te quiero, 

batas contra el frío, hambre y paz. 

Quiero pensar que al fondo, en algún lugar, 

guardas de mí un recuerdo, 

que soy algo más que el niño flaco que está 

contigo en fotos en blanco y negro. 

Tu risa y mi mal humor, veranos al pueblo, 

¿qué tal el cole?, deberes y a merendar… 

¿Dónde están esos momentos? 

Restos de ceniza en un hogar.

 

coda: 

Pronto me olvidarás y mi voz será 

como un susurro más allá del mar. 

El eco extraño de otro lugar, 

el grito sordo de mi alma herida. 

Maldigo al dios que ha sido capaz 

de hacerte olvidar 

ue un día me diste la vida.



domingo, 7 de enero de 2024

viernes, 8 de septiembre de 2023

SUYA

nota: este relato lo presenté al II CERTAMEN NACIONAL DE MICRORRELATOS CON PERSPECTIVA DE GÉNERO de Los Ojos del Júcar. No ganó, pero ha quedado entre los 21 finalistas con los que se compondrá un póster que se publicará en noviembre de 2023, presencialmente en Cuenca, virtualmente en la revista de Los Ojos del Júcar. https://losojosdeljucar.com/


SUYA

Le di mi risa, mis besos, mis abrazos y mi primera vez. Le di la niña que fui, la adolescente que dejé de ser y le regalé la mujer en la que me convertiría. Suya, para él, envuelta en amor, expuesta sin pudor a su cuerpo porque suyos eran mi piel, mi placer y, como amante, mi pasión.

Le di mi anhelo, mi sueño de vestido blanco y la ilusión de una estúpida casita con flores que aquella niña que ya no era había dibujado en cientos de diarios llenos de purpurina. Suya, para él, envuelta en esperanza, expuesta sin pudor a su antojo porque suyos eran mi futuro, mi cada día, y, como esposa, mi devoción.

Le di tres partos, dos hijos y una herida con forma de pequeña cajita blanca. Suyos, para él, risas, peluches, libros de colores, noches de llanto, biberones y el caos de los chupetes sucios, expuestos sin pudor a su despreocupación porque suyos eran mi cansancio, mi madrugada y, como madre, mi deber.

Le regalé no sufrir mi mes, mis mañanas legañosas, mis muchos defectos y los estragos que el tiempo fue marcando en un cuerpo que se iba convirtiendo en el triste recuerdo de aquella piel que antaño ardía ante su sola presencia. Suya, para él, envuelta en cremas, trapos y abandono, expuesta sin pudor a su desgana porque suyos eran mi falta de deseo, mi cansancio y, como mujer, mi culpa.

Le di mi olvido, le di la espalda y se llevó mi vida. Suya, mi vida suya, expuesta sin pudor al filo de un cuchillo que no me la pudo arrebatar porque ya se la había dado yo, porque suya era por mi voluntad, porque suya me mató, porque suya, me gritaba, era suya.


miércoles, 7 de diciembre de 2022

PRODUCTIVO

Canción que termina el disco "Centro infame", de 2022.

Este tema habla un poco sobre el cansancio del trabajo sin sentido.




Qué harto estoy de tener que ser productivo,
de girar en tu noria y ser el burro más eficaz,
de ser un engranaje, un simple mecanismo,
de quemar las horas y vuelta a empezar...

de vender mis horas y vuelta a empezar.

Me desprecias porque digo que he comprendido
que no seguir tus pasos no es fracasar,
que soy feliz al margen del camino
perdiendo un tren que no quiero tomar.

Soy de esos que prefieren soñar
con no ser ningún asiento en tus libros
ni un triste producto en tu bazar.
Tu dinero no puede hipotecar
lo que soy, lo que sé, lo que opino.
Ya no vendo mi alma, 
tú lo hiciste tiempo atrás.

¿Cómo computan la risa tus algoritmos?
Calcula cuánto vale poder dormir en paz.
Monetiza un corazón correspondido.
Atrévete a tasar el sol, el cielo o el mar.

¿En cuanto valoras hallar un beso perdido,
rozar con tu piel otra piel y sentirte flotar?
¿Cuánto renta un te quiero a plazo fijo?
Por un abrazo, ¿qué interés me das?

Como tú no eres capaz de soñar
no eres más que un asiento en un libro
o un triste producto en un bazar.
Tu dinero no puede hipotecar
lo que soy, lo que sé, lo que opino.
Ya no vendo mi alma, 
tú lo hiciste tiempo atrás.

Me apunto por costumbre al bando vencido,
pero permíteme que hoy elija ganar.
En esta absurda guerra de pobres y ricos
me alisto al lado de la humanidad.
Me apunto al bando en el que tú no estás.

martes, 8 de noviembre de 2022

DIFERENTES POR IGUAL

Tercer volumen de cuentos, relatos o microrrelatos empaquetados en eso que dan por llamar "libro".

Hay relatos largos, medianos, cortos y muy cortos. Los hay alegres, los hay tristes, los hay absurdos y los hay sesudos. Alguno es regulero y, quizá, alguno esté más o menos bien.

Pero, en definitiva, y al igual que nosotros, todos son diferentes por igual.






viernes, 14 de octubre de 2022

LET 2 BI

 Otro tema de "centro infame". Esta vez, instrumental con dos partes diferentes.



jueves, 7 de julio de 2022

SEGUNDO SEMIFINALISTA...

Pues el otro día participé en un concurso de canción social en @fundacion.ceres.7 (premio Rozalen, ahi queda eso) y me acabo de enterar de que he quedado segundo semifinalista. O sea en cuartos de final, ¿no? ¡Qué típico! 😉En fin, que una ilusión para un aficionado como yo.

Por cierto, la canción está en



miércoles, 8 de junio de 2022

SOBRE PROHIBIR LA PROSTITUCIÓN (y II)

Hace un tiempo me presenté a un concurso de relatos que tenía como tema la prostitución. Me pareció un tema muy interesante y muy difícil de afrontar.

Por ir un poco a contracorriente, escribí un relato en tono de humor ("Emprendedores") que, evidentemente, no ganó aquello. En este relato quería preguntar qué diferencia hay entre alguien que se prostituye (sexo por dinero) y alguien que actúa en una película porno (sexo por dinero), pero todo envuelto en una especie de atmósfera familiar donde un tema semejante es imposible de resolver.

Comentando el tema aparte con la gente, he comprobado que es imposible hablar de la prostitución porque cuando se dice esa palabra, inmediatamente la confundimos con esclavitud. Al decir "prostituta" nadie piensa en una persona que se da de alta en autónomos y que decide usar su cuerpo para ganar dinero voluntariamente con unas garantías sanitarias y sociales iguales a las del resto de autónomos (o sea pírricas, pero eso es otra historia), sino en esa pobre chica engañada, esclavizada en un local sórdido y apestoso donde un montón de macarras la explotan hasta que revienta y acaba tirada en una cuneta.

Yo creo que no es lo mismo.

Es como hablar de drogas. Al oir esta palabra, nadie piensa en la cerveza, el vino o el tabaco, sino en productos mal preparados, mal regulados, mal vendidos, peligrosos y finalmente letales. Los primeros son drogas reguladas, aceptadas, donde su consumo se aprende desde bien pequeño, con las que se sabe en seguida quién se ha pasado, qué consecuencias tiene y dónde se pueden adquirir con la garantía de no acabar en urgencias. Llegamos al absurdo de denominar "alimento" a alguna de ellas, elevándolas al grado de bien cultural, cosa que me parece estupenda, pero que no casa con el tipo de sustancia que es: una droga puramente recreativa. 

Además, se activa el grado social de lo éticamente aceptable: Pillarse un pedo en una boda delante de todo el mundo, niños incluidos, mola, pero ponerte de heroína en casa a tu aire, no.

Lamentablemente, el debate sobre la prostitución activa en nuestro cerebro una alarma similar al de la palabra "drogas" y así es imposible que haya debate.

¿Qué mal hace una persona que decide usar su cuerpo para ganar dinero? Independientemente del acto moral que supone, y en el que no voy a entrar, a la sociedad no le hace ningún daño siempre que esté realizando una actividad regulada y controlada. Contribuiría al engranaje social lo mismo que cualquier otra profesión de alto riesgo. Sería como una actividad que requiere obtener licencia para ofertar su producto: el carnicero con sanidad, el hostelero con alcoholes, el piloto de avión con su licencia de vuelo, etc. ¿Comprarías la carne en un puesto en medio de una plaza entre moscas, o aguardiente sin etiquetar en la curva de una carretera, o montarías en un avión con un piloto que no tuviera los requisitos mínimos para manejar el avión? Pues yo tampoco y, sin embargo, la gente se vuelve loca por comprar polvitos blancos o pastillas de colores sin registro sanitario en esquinas de mala muerte... o por sexo en esa misma esquina con alguien que está en tales condiciones que no sabe ni lo que está haciendo.

Al no estar regulado, el producto deja de ser alimentario-cultural-socialmenteaceptable y pasa a ser clandestino, peligroso y arriesgado, aunque siga siendo requerido. La materia prima se rebaja, se obtiene de manera cruel, se produce sin control y se realiza su transacción de malas maneras, lejos de cualquier garantía. O sea que buscamos esclavas, las sometemos, abusamos de ellas hasta reventarlas y las tiramos después de acabar su vida útil.

La frase anterior podría referirse perfectamente a los mineros de las minas de diamantes de sangre en África, o las familias que se dedican al textil en Asia.

En mi opinión, eso no es prostitución: es esclavitud.

En este ambiente de mojigatería en el que no se pueden decir nada porque todo el mundo se ofende, llegamos al punto de que un gobierno progresista amanece con una ley que pretende abolir la prostitución y toda forma de propiciarla. Habrá que ver si ello implica prohibir las películas, novelas o relatos donde haya prostitutas, o noticias donde se hable del tema.

Pero ya puestos a prohibir, ¿por qué no prohíben ser mala persona? ¿Por qué no prohíben la guerra? ¿Por qué no prohíben las mentiras? ¿Por qué no prohíben los malos pensamientos? 

¿Por qué convierten a los actores del delito en delincuentes, cuando sabemos que realmente son víctimas? ¿Por qué no les ayudamos, en vez de meterlos en la cárcel? 

¿Por qué no se regula un oficio que tiene tantos años como la sociedad humana?

¿Será, acaso, que todo lo irregulado (drogas, armas, guerra, esclavitud, etc) es mucho más rentable si se mantiene sin regular?




domingo, 29 de mayo de 2022

ÁNGULO 2

 Un rock instrumental.



viernes, 27 de mayo de 2022

UNA REFLEXIÓN HIPÓCRITA

Una opinión muy personal.

De nuevo una matanza de estudiantes en los USA. Nada nuevo, lo que debería ser preocupante.

Lo hablas con la gente civilizada (como yo) y todos coincidimos en que en ese país tienen un problema con las armas y lo fácil que es que alguien en el súper con un simple permiso adquiera unos fusiles que, desde luego, para la caza deportiva no son.

Todos indignados, todos pidiendo cabezas que cortar. Aquí eso no pasa, ¿verdad?

Mirando las imágenes de la última de estas matanzas en Texas (19 niños muertos) , advierto que la mayoría de afectados son hispanos. En fin, gente que habla castellano con acento mexicano/texano, de piel morena, ojos negros, pelo negro, bajita... y pobre. Un cole para niños no-rubios sin dinero.

Oh, más indignación. Claro, como son pobres, nadie va a mover un dedo. Como son hispanos, a los estadounidenses rubios, ricos y del norte no les afecta en lo más mínimo el tema porque "se matan entre ellos", ¿no? Es decir, mientras no nos afecte a las élites "realmente americanas", todo puede seguir adelante: mátense, caballeros, que si lo hacen es porque es una cosa entre ustedes, que son unos bárbaros. Negros de gheto matan negros de gheto. Chicanos matan chicanos. Todo queda en casa, así que para qué hacer nada si, además, gano pasta.

Comento esto aquí, en nuestra civilización, y hay todavía más indignación. Oh, por diossss, eso aquí no pasaría. No toleraríamos estas matanzas y, sobre todo, jamás diríamos aquello de "es que es entre ellos".

Pero creo que sólo es una cuestión de nombres.

Cuando aquí, en la civilización, en las noticias sale un asesinato "entre clanes", todos sabemos que se refieren a que ha habido una reyerta gitana (y, sí, se puede decir la palabra gitano porque no es un insulto, a ver si nos enteramos,  pero en la tele no se puede decir, y te sueltan lo bobada esa de "entre clanes", o "entre familias rivales") y automáticamente todos pensamos: "ah, es una cosa entre ellos".

Entre ellos.

¿Entre gitanos? ¿Entre pobres? ¿Entre delincuentes? ¿Y eso lo justifica?

Pues, en mi opinión, es exactamente el mismo caso (a nivel ético) que las matanzas en los USA, donde la cosa no se va a arreglar hasta que alguien se dé cuenta de que lo de "entre ellos" es realmente "entre nosotros". 

O sea que vale ya de dar lecciones de lo que deberían hacer en otras casas cuando, en la nuestra, andamos igual. Qué hartura de superioridad moral, en serio.

martes, 12 de abril de 2022

ALDETRUDIS

 

miércoles, 6 de abril de 2022

LENTO

Soy lento, muy lento para aprender.

Toda la vida escuchando a Sabina.

Toda la vida buceando en su poesía.

Y sólo hoy, treinta años después, lo he entendido.

Iba a toda prisa por la acera, con la cabeza volada y el corazón desbocado por no llegar tarde otra vez y me he dado cuenta de que estamos a primeros del mes de abril. 

He hecho cuentas y en un arrebato histérico he sacado un sucio calendario del bolsillo y he gritado ¿¡Quién me ha robado el mes de abril¡?

Estaba avisado, pero ¿cómo pudo sucederme esto a mí?

martes, 4 de enero de 2022

EL PALACIO Y EL TRONO

Entretanto, en el inmediato y desbaratado palacio de su mente, el gran arquitecto dirigía por encargo de las más acaudaladas familias de la corte con mano férrea y medios ilimitados las labores de restauración de la gran sala del trono.

Sin embargo, en la lejana y compuesta realidad física de la vida mundana, el gran arquitecto no era más que un sencillo albañil de barrio, la pobre familia que le había encargado la obra era la de una vecina conocida de un compadre de copas del bar de la esquina, no tenía peón a quien dar la más mínima orden, y la restauración no era más que una sencilla ñapa en un minúsculo cuatro de baño.

Eso sí, no podremos negar que, tanto en su mente como en el mundo real, el trono sí que era un trono.

viernes, 26 de noviembre de 2021

UNA OPINION SOBRE EL MENSAJERO

Hace unos (muchos) años, unos compañeros de la universidad que estaban en uno de esos grupos-sin-fronteras llenaron el edificio donde estudiábamos con carteles en los que aparecía un niño esquelético y moribundo sobre un rótulo que decía: "El culpable eres tú". No me suelen afectar este tipo de mensajes tan evidentemente provocadores, pero conocía a la gente que lo había hecho y, además, sí me importa que exista una conciencia colectiva sobre determinados temas que nos afectan a todos, aunque ese "todos" abarque continentes enteros, así que me enfadé. Recuerdo una conversación bastante tensa con una de las chicas que había pensado aquella barbaridad. Ella, por supuesto, estaba muy orgullosa de haber "removido conciencias", pero a mí me preocupaba que el mensajero hubiera estropeado el mensaje.

Porque creo que no es culpa mía. Yo  (YO) no he ido a robar, matar, y provocar sequías al pueblo de ese niño. Sin embargo, sí sé que participo de este primer mundo manipulador y egoísta que se nutre de las rentas de pasados coloniales. Sí, y habrá que pelear para cambiar esta conciencia de colonialistas salvadores de mundos, sí, sí, sí. Pero yo (YO) no tengo la culpa de que ese niño tenga hambre. Dime cómo darle de comer desde aquí, dime qué resultados se obtienen, cuántos niños dejan de tener hambre cada vez que yo (YO) desde el primer mundo hago determinado gesto, dime cómo trabajarlo, dime cómo  lo haces tú, dime cuál es mi granito de arena, ese que unido a otros granitos hagan que el yo colectivo tenga la fuerza de una montaña. Y no esa porquería de insulto hacia mí por el simple hecho de que yo (YO) no paso hambre.

O algo así. Fue tenso.

Es la sutil diferencia entre el yo-persona y el yo-coletivo, y si enfadas al yo-persona, se rebela y no quiere saber nada del yo-colectivo. ¿Me estás llamando asesino de niños del tercer mundo? Pues me enfado y ya no quiero participar en tonterías de esas. Me pico y no respiro. Así de burdo.

En mi opinión, el mensajero se había pasado tres pueblos. Un mensaje con el que yo (YO) estaba totalmente de acuerdo (ayudar, compartir, colaborar, aceptar) me había provocado tal rechazo que renegaba de la totalidad del movimiento del yo-colectivo.

Hoy, unos (muchos) años después de aquella rabieta juvenil, estamos señalando en el calendario el día contra la violencia de los hombres a las mujeres por el simple hecho de que "es mía", o "mía o de nadie", o "la maté porque era mía", o alguna burrada de esas.

Me encantaría haber encendido la radio hoy, en este día que afecta ni más ni menos que al 50% de la población de todo el mundo, y haber escuchado cuánto cuantísimo hemos avanzado en algo tan básico como que todas las personas tenemos los mismos derechos, independientemente de nuestro género (y de otras cosas, aunque hoy hay que hacer énfasis en el género), tal y como señala machaconamente la declaración universal de los derechos humanos de 1948 (y el artículo 14 de la constitución española, por cierto, esa que, incluso siendo tremendamente conservadora, ya deja bien clarito este asunto en diciembre de 1978), y que podemos darnos con un canto en los dientes con los números fríos de cuánto hemos avanzado en la mezcla de los géneros en ámbitos como la educación, el estudio, la opinión, la decisión, etc desde hace muy poco tiempo hasta hoy. Mi madre, por ejemplo, no podía abrir una cuenta corriente sin permiso masculino (padre o marido). No hace tanto de eso, sólo un año antes de la aprobación de la consitución del 78. ¿Por qué no celebramos que hoy, una generación y media después, es impensable que ocurra? Y no por ley, sino porque está en el yo-colectivo, en la conciencia de una sociedad que asume ciertos valores como premisas para su funcionamiento, en la cabeza de mis hijos, que no entienden que su abuela tuviera semejantes trabas por el simple hecho de que no era un hombre.

Pues con mucho más motivo el hecho de la violencia contra una mujer porque sí, porque es menos que un hombre.

Me encantaría haber escuchado a las pioneras, a las luchadoras, a las que se han dejado y se dejan la piel para que sus hijas o nietas no tengan que pasar lo que ellas. Me habría encantado escuchar cuántas leyes NO hacen falta hoy en día para la igualdad porque se asumen como hechos naturales, pero que en su día SÍ lo hicieron, y que han acabado por adoptarse como algo sensato y correcto.

También me habría gustado mucho saber cuánto nos falta, cuánto hay que trabajar por conseguir que todos pensemos que la igualdad de derechos es algo natural, no una imposición, no una rareza. Me habría gustado escuchar los fallos que ha habido por el camino y saber cómo corregirlos para, de nuevo, volver a poner mi granito de arena en este proceso que está costando décadas y décadas.

Me habría gustado mucho.

Pero lo único que he escuchado en la radio, en la tele, en internet, es cómo los hombres violan, pegan, agreden, insultan y denigran a las mujeres sistemáticamente. He escuchado relatos de relaciones horribles con un lujo de detalles que sospecho que se estaban incumpliendo los límites de las franjas horarias que limitan los contenidos de los medios de comunicación. He apagado la radio varias veces a lo largo del día porque caía sangre de cada palabra.

Y siempre, al final, de nuevo, la culpa es mía. Porque si no soy machista, soy micromachista y, si no, soy cómplice. No hay más opción. Y tú, machista, eres terrorista. Y pegas a tu mujer, y violas a tus hijas, que ya no pueden salir a la calle, que ya no pueden fiarse de las miradas de ningún chico. "El hombre blanco viola", me ha dicho una mujer a la que aprecio, delante de su marido y de su hijo, ambos hombres blancos.

He escuchado a lo largo del día historias (reales) de terror, de humillación, de angustia. Y, lo siento, pero yo (YO) no tengo la culpa de que haya terroristas, asesinos, violadores, secuestradores, maltratadores o cualquier otro grado de persona-que-hace-daño-a-otra-persona. Yo (YO) intento hacer mi parte, que no es ni más ni menos que grabar determinados valores en el rinconcito ético de la personalidad de mis hijos, pero si a cambio sólo recibo este mensaje...

Hoy también estoy enfadado, como cuando aquello del cartel de la universidad. Y estoy triste, porque todas las historias que he oido eran reales. Estoy seguro de que han omitido detalles que me habrían hecho vomitar, por supuesto. Pero así, yo (YO) no puedo participar porque no tengo las espaldas tan anchas como para asumir la totalidad de la culpa, sin grados. Seguro que soy culpable de no intentarlo más, de no ser más machacón con esa educación, pero, ¿de verdad puedo asumir la culpa de que cinco malnacidos torturen a una chica simplemente porque tienen más fuerza?

No, no puedo. 

Hoy tocaba este día, pero lo mismo me pasa con todo lo demás. No puedo salvar a las ballenas, a las abejas, los mares, no puedo evitar el cambio climático, no puedo liberar a los oprimidos del mundo, no puedo acabar con las dictaduras, no puedo muchas, muchas cosas. Podría llenar este blog con todo lo que NO puedo evitar yo (YO), pero insistís e insistís en que la culpa es mía.

Es sólo una opinión, y tiene muchos matices, por supuesto, pero creo sinceramente que el mensajero, en este caso los carroñeros de la noticia escabrosa (y ni nombro a los políticos), están matando un mensaje muy necesario, y si la reacción del yo-persona que he sentido yo (YO) es igual en muchas personas, el yo-colectivo se va a quedar sin miembros, y eso, como todos sabemos, sólo lleva a la dictadura de unos pocos cuyos valores son mucho más fáciles de asumir precisamente porque carecen de conciencia.

sábado, 30 de octubre de 2021

PEREGRINO

De una noche de verano surgió una especie de autorretrato o, mejor dicho, un no-autorretrato. 

De un descuido al teclado, salió una melodía.


Yo soy ese artista sin ningún talento,

un romántico que no tiene corazón,

un médico loco que sana a los cuerdos,

capitán que a la vez viaja de polizón.

 

Una misión noble sin su misionero,

un profeta ateo en la busca de un dios,

un diablo aburrido en mitad de cielo,

un santo sin nicho en ningún panteón.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

La gran pausa que está tras tu punto y aparte,

el error gramatical de algún gran escritor,

la triste vocal que está entre consonantes,

un buen punto final a un mal verso de amor.

 

Soy la solución que busca un problema,

un signo mal puesto en cualquier ecuación,

error de concepto de algún mal teorema,

esta idea genial bajo aquel gran tachón.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

Las arrugas que ocultan lo joven que soy

empañan la inocencia que hubo en mi corazón.

Voy desnudo bajo este traje de bufón

y escondo con rarezas lo muy vulgar que soy.

 

Soy la vía rota en mitad del viaje,

el fantasma de un tren que no descarriló,

la maleta vacía que busca equipaje,

un barco sin ancla con un ciego al timón.

 

Yo soy ese okupa dueño de un imperio,

soy un refugiado de mi propia razón,

aquella mansión que no tiene techo,

el sótano oscuro donde se esconde el sol.

 

soy un borrón,

la confusión

detrás de un mal sueño.

 

las arrugas que ocultan lo joven que soy

empañan la inocencia que hubo en mi corazón

voy desnudo bajo este traje de bufón

y escondo con rarezas lo muy vulgar que soy.

 

 

peregrino sin destino

soy

peregrino en un camino

que gira

y no tiene fin

 

 

Soy un nunca jamás que va entre interrogantes,

la promesa rota del sexo por amor,

lo que nunca te dije ni podré robarte,

soy un puede, un quizás, un a veces…

 

… un a veces…

 

… un a veces…

 

… un no.





miércoles, 22 de septiembre de 2021

REFIESTA

Si la cara que veo en el espejo es retrato del resacón que llevo encima, desisto de intentar afeitarme, no sea que me acabe degollando con la maquinilla, y eso que es eléctrica. Tengo una marca tremenda en el cuello que espero que sea un mordisco de un vampiro porque no quiero pensar quién ha sido capaz de acercarse a mí hasta el punto de hacerme un chupetón sabiendo como sé ahora las condiciones en las que debía de estar. Tirar a la basura la ropa blanca convertida en una masa de color rosa-mugre ha sido una de las experiencias más terribles de mi vida. Ese olor a vino rancio… ¡y lo que no es vino…! ¿Y yo he llevado esa ropa puesta tres días? El escalofrío que me corre por la espalda sólo de pensarlo está a punto de tumbarme al suelo. Si por lo menos recordase algo… Tengo medio cerebro en cortocircuito y el otro medio… no sé, creo que lo he perdido. 

El móvil arde. Dos mil mensajes y creciendo: menuda juerga, pasada, ambiente, desmadre, maravilla, gozada… y yo no recuerdo nada. Pero es que nada de nada. Toda la vida soñando este viaje y estoy en blanco. ¡Hay que ser imbécil! Años escuchando a la gente hablar maravillas de esta fiesta tan famosa, años ahorrando para fundirlo todo a lo salvaje, años intentando que las fechas de todo el mundo cuadrasen para ir juntos y tener un recuerdo común para toda la vida… ay, que se me va la cabeza.

Me derrumbo en el sofá y no dejo de ver más y más mensajes: pasada, genial, a repetir, movidón, la leche, la bomba, la caña… 

Y así paso el día, sin atreverme a pedir alguna foto o algún comentario que haga que mi memoria se ponga a funcionar, avergonzado de haberme perdido semejante fiesta. Leo los mensajes a puñados intentando que alguien comente alguna anécdota, algún hecho, alguna conversación que me dé una pista sobre qué leches ha ocurrido durante tres días, pero lo único que leo son exclamaciones acompañadas de muchas fotos sueltas que no tienen contexto ninguno: grupo de ropas blancas sujetando vasos, grupo de ropas rosas sujetando vasos, grupo de ropas renegridas sujetando vasos… hasta que me doy cuenta de que los mensajes siempre se repiten en la misma línea: que si releche, que si rebomba, que si recaña… pero nadie cuenta nada…

Nada de nada…

Y comprendo que ellos, todos ellos, saben exactamente lo mismo que yo: nada.

¡Nada de nada!

¡Joder, ésta sí que ha sido una fiesta de mil pares!


miércoles, 11 de agosto de 2021

LA CÚPULA

Desde que recuerdo, siempre he pasado los veranos en el pueblo de mi abuela, situado en una sierra del centro de la península, a unos 990 metros de altitud. En cuanto empezaba el calor, nos montaban en un tren y nos íbamos a pasar uno o dos meses en aquel pueblo anclado en los años cincuenta, con las calles de tierra, olor a vaca, cerdo (y lo que no es cerdo), sin tele, sin teléfono, sin agua corriente y, lo mejor de todo, con un cielo nocturno espectacular.

Para mí (y para todos los que hemos pasado los veranos allí), ese cielo estrellado en el que la Vía Láctea ilumina como una farola más, siempre ha sido algo natural. Veíamos crecer la Luna de nueva a llena y comprobábamos cómo cada noche su luz iba apagando las estrellas hasta que la única luz nocturna era la propia Luna. Una luz con la que se podía incluso leer en la calle, lo que apagaba considerablemente el efecto de la escasa iluminación de las farolas de sodio, esas farolas que lo teñían todo de un tétrico color naranja.

Casi todas las noches, para escapar de padres o, para decirlo más poéticamente, disfrutar de aquel magnífico cielo lejos de las farolas de sodio, salíamos a la carretera, que era de puro betún que se derretía durante el día, y cuando nos considerábamos lo suficientemente alejados, nos tumbábamos en el asfalto caliente y mirábamos al cielo contando burradas adolescentes o hablando de temas absurdamente serios. Podíamos pasar horas en aquella semioscuridad haciendo absolutamente nada.

A veces nos juntábamos mucha gente, con diferentes grupos y edades, pero hacia el final del verano íbamos quedando los irreductibles, los que de verdad disfrutábamos de estar lejos de la ciudad y su calor apestoso, sus ruidos y sus horarios. Pasábamos el día medio aletargados, jugábamos un partido de futbol en el que casi moríamos de sed (cada día), íbamos a cenar y, tras un rato en la plaza del pueblo, nos escurríamos por la carretera hacia el cielo estrellado. Muchas veces nos metíamos en un prado, sentados o tumbados en la hierba escuchando música y bebiendo mejunjes de vino, cocacola y zumos varios hasta que poco a poco nos íbamos retirando a la cama. 

Debo reconocer que siempre he sido el último en irme a la cama. Sólo con que quedase uno conmigo, esperaba para acostarme, así que para mí las noches eran bastante largas. Una de aquellas noches acabamos sólo dos tirados en un prado. Puede que fueran más de las cinco de la mañana porque había gente del pueblo que se iba a trabajar a esa hora y ya les habíamos escuchado partir, y la noche estaba en lo más oscuro. Además, había luna nueva, por lo que habíamos podido disfrutar de un cielo espectacular. Vimos girar la Vía Láctea y vimos muchas estrellas fugaces, hablando sin parar sobre nada de nada. Recuerdo estar tumbado, hablando y comentando si alguno de los dos sabía algo sobre las constelaciones. Ninguno sabíamos nada sobre el tema, aparte de reconocer la Osa Mayor, así que siempre inventábamos burradas sobre la alineación de las estrellas para echar unas risas. 

En un momento dado, nos pusimos a hablar sobre "la cúpula" celeste y nos dimos cuenta de que no es ninguna cúpula. Cuando miramos al cielo, tenemos que girar la cabeza y nuestro estúpido cerebro de simio nos induce la sensación de que sobre nosotros hay una especie de casquete esférico que nos cubre y que tiene las estrellas pintadas, pero, claro, no es cierto, así que nos imaginamos que no estábamos tumbados en horizontal mirando hacia arriba, sino que estábamos en la parte de abajo de la esfera del planeta Tierra, mirando hacia abajo. Sin caernos, pero sintiendo que nos pegábamos a un techo y no a un cielo. 

De repente, sentí que no había cúpula sobre mi cabeza. El cielo era un vacío que estaba debajo de mí, y las estrellas una serie de gigantescas bolas de gas que emitían luz desde diferentes distancias, unas más cerca que las otras, y no unos puntos de luz pintados en el techo. Sentí la profundidad del espacio. No había nada frente a mí. No había arriba ni abajo, aunque la gravedad me sujetara al planeta, y la Vía Láctea no era una mancha curvada en el techo de una cúpula, sino una profundísima mancha de luz que se alejaba de mí según giraba la cabeza, abierta a la izquierda, cerrada a la derecha, donde su brazo nos ata.

Fue un rato largo.

A lo mejor influyó la sangría, o el sueño, o lo que fuera, pero desde entonces quiero repetir aquella experiencia... y nunca lo he conseguido.

Vuelvo al pueblo cada vez que puedo, pero ahora hay calles de hormigón y asfalto, ya no hay olor a vaca ni a cerdo (aunque sigue lo que no es cerdo), hay tele, internet, teléfono, agua corriente y, lo peor de todo, unas magníficas farolas led que alumbran las calles como si fuera de día. Y no sólo mi pueblo, sino todos los pueblos de alrededor, que están de dos a siete kilómetros repartidos por todo el horizonte, velando cualquier estrella que puede encontrarse en esa zona al convertir el horizonte en una mancha luminosa de color blanco.

Aunque mi casa da la espalda al pueblo y me puedo permitir el lujo de ver estrellas, mi miopía, la luz ambiental y mi pereza me impiden disfrutar como antes de aquel cielo estrellado, lo que poco a poco lo ha convertido en algo un pelín descafeinado respecto al recuerdo que tenía. También es verdad que los recuerdos son mejores que la realidad, no nos engañemos.

Hace unos días vinieron a mi casa de paso al sur  los miembros de una familia del norte, padre, madre y dos niñas de unos trece años. Cenaron en casa y salieron para irse a dormir cuando, por pura casualidad, alguno de ellos miró hacia el cielo. La sorpresa fue brutal. Alucinaban con ese cielo que para mí no tiene comparación con el que recuerdo, hasta el punto de que no les había dicho nada sobre él, pero para ellos era algo sobrecogedor. Nos alejamos a una zona más oscura y las dos niñas no podían cerrar la boca de asombro. No sólo no tenían ni idea de constelaciones o similar, sino que una de ellas llegó a preguntar si "aquí todas las noches es así".

¿Todas las noches? No, claro que no. A veces es incluso mejor.

En fin, que el desapego con nuestro planeta y nuestro cielo es un hecho. Si dos adolescentes nunca han visto las estrellas, si nunca han visto la masa de la Vía Láctea y cómo gira en el cielo, nunca se harán la pregunta de qué es todo aquello, o de si lo que gira es el cielo o el planeta Tierra, o a qué distancia están, o cómo se han formado, o... nada de nada.

Yo, por lo menos, he vuelto a apreciar lo que tengo con el valor que tiene. O eso creo.

Y, por supuesto, sigo intentando sentir que estoy boca abajo, colgando de mi planeta, enfrentado a la inmensidad del vacío lleno de luz de estrellas.



miércoles, 14 de julio de 2021

QUÉ BONITOS SON LOS AMANECERES, PERO...

...no soy madrugador nato, lo soy por contrato.

Así que permitidme que prefiera los atardeceres.


Atardecer

lunes, 17 de mayo de 2021

NUNCA ES DEMASIADO TARDE

 

Tras una vida repleta de desastres dando tumbos de acá para allá, perdida la esperanza de enderezar el rumbo a estas alturas de la película, sin más intención que la de protagonizar un epílogo sin demasiados sobresaltos, te encontré, y aunque creía haber acumulado experiencia suficiente como para darme cuenta de qué va esto de vivir, debo reconocer que desde que te conozco me he dado cuenta de que nunca es demasiado tarde como para, una vez más, volver a meter la pata.

viernes, 14 de mayo de 2021

GRAMÁTICA Y ARQUITECTURA

En Abril de 2021 el IES López de Arenas de Marchena convoca el I CONCURSO DE MICRORRELATOS "DE LA IMAGEN AL TEXTO" del que hemos quedado finalistas.
Con una foto del Pazo de Meirás, se debía componer un microrrelato:


GRAMÁTICA Y ARQUITECTURA

El arquitecto muestra orgulloso el proyecto a su mentor, que inspecciona los planos para construir en su mente los volúmenes allí dibujados. Al rato, y como volviendo de dar un paseo por el edificio ya construido, el veterano alza una ceja y mira fijamente a su joven protegido.

–Esta obra es para un escritor, ¿verdad? –le dice sonriendo.


El arquitecto más joven, que se tiene por hombre discreto, inspecciona los planos intentando descubrir dónde ha dejado una pista tan evidente de la profesión de su cliente.


–Sí –dice rindiéndose–, concretamente para una escritora. Pero nadie lo sabe y a nadie se lo dije, así que, maestro –hace un gesto de impotencia hacia los planos–, ¿cómo lo supo?


–Es evidente –dice el veterano, no sin cierta sorna–, ya que si no, ¿a santo de qué ibas a proyectar una torre en mayúsculas y otra en minúsculas, si no es para alguien acostumbrado a semejantes distinciones en su profesión?








domingo, 18 de abril de 2021

SIN PERSPECTIVA NI GÉNERO

Y así sale el segundo volumen de recopilación de relatos. En esta ocasión es algo más gordito y con bastante más variedad en el contenido, aunque al final de todo, no son más que historias que vienen a demostrar que los seres humanos somos algo tan absurdo como una patata a pilas.

Aquí dejo la portada. Si pinchas, te lleva al enlace.



Hace muchos, muchos años, cuando los Ingenieros de Mundos estaban pensando en cómo alimentar a las criaturas que iban a habitar esos preciosos jardines que giraban alrededor de las estrellas, crearon un elemento tan sencillo que cualquier animal, independientemente de su grado de estupidez, fuera capaz de usarlo como alimento sin opción a equivocarse.

Concibieron una especie de bola irregular tan fea y absurda que fue necesario hacerla crecer escondida bajo la tierra, pero con una pequeña mata que asomase para indicar que el producto estaba listo para su cosecha. Tenía, además, la facilidad de poder crecer allí donde simplemente se dejasen caer varios trozos al suelo y se regase con muy poca agua. También pensaron en su manipulación, y le dieron la capacidad de resistir todo tipo de asados, frituras, rebozos, cortes, rallados, troceados, machacados o cualquier otro método de proceso de tortura que los entendidos llaman “cocinar”.

La desperdigaron por los innumerables mundos del universo, satisfechos de haber creado algo tan útil, pero, a la vez, tan simple que ninguna de las criaturas que se desarrollara en esos mundos, por muy, muy, muy, muy (insisto por si no ha quedado claro: muy) estúpida que fuera, consiguiera estropearla o buscarle cualquier complejidad.

Parece mentira que alguien tan inteligente como para imaginar galaxias, planetas o incluso patatas no fuera capaz de imaginar cuánta estupidez podemos desarrollar los seres humanos cuando nos lo proponemos.


Y es lo que tengo que decir.